Atrapados por Faxai: Una familia de Puçol en el peor tifón de Japón en 25 años
Andrea Navarro es, desde que tiene uso de razón, una viajera empedernida. Tras un verano en el que ya se había permitido el lujo de hacer alguna escapadita, esta joven puçolenca de 23 años se sumó a sus padres y su hermana pequeña para hacer una visita de 13 días a la otra punta del mundo. Tokio les esperaba con los brazos abiertos y les brindó dos semanas de entretenido turismo exótico en familia, pero la vuelta se vio entorpecida por Faxai: el tifón más intenso que los locales recuerdan desde los últimos 25 años.
La mañana del 8 de septiembre de 2019, Andrea, su hermana de 16 años, Sara, y sus padres, Mari Carmen y Juan, de 52, se levantaron a las seis de la mañana en su aparthotel de Tokio para coger su vuelo de vuelta a España. Lo hacían con la pena de dejar atrás un país tan especial, pero a la vez tenían muchas, muchas ganas de volver a casa después de dos semanas caminando sin parar y recorriendo ciudades tales como Kyoto, Hiroshima, Takayama y Kanazawa, además de Tokio.
Su vuelo debía salir a las 9:00 horas, pero la noche anterior recibieron una alerta de la compañía de viajes avisando de que se retrasaba hasta las 11:00 horas por culpa del temporal. Aunque pasaron la noche escuchando fuertes lluvias, no podían imaginar que, a las 5:00 de la madrugada, un fuerte tifón había topado contra la isla nipona, registrando rachas de viento de hasta 216 kilómetros/hora y dejando tres víctimas mortales, decenas de heridos y cerca de 900.000 hogares sin luz. Ellos no lo sabían, pero comenzaba una aventura de las que uno prefiere no vivir.
Al salir de casa, todo parecía en calma porque se encontraban en una zona sin aparentes destrozos, «pero cuando llegamos a la estación donde teníamos que coger el metro para ir al aeropuerto, estaba todo vacío, y empezamos a olernos algo raro porque allí siempre hay muchísima afluencia de gente», recuerda Andrea. Fueron a preguntar al personal de la estación y les contaron lo sucedido. Todas las vías estaban cerradas: «nos dijeron que probáramos en otras estaciones». En aquel momento, al encontrarse en una zona que más o menos se había librado de los estragos de Faxai, «todavía no nos imaginábamos fuera para tanto», explica Mari Carmen. De hecho, pensaban que utilizando otro medio de transporte llegarían a coger el avión.
Así, se dirigieron a una estación abierta y cogieron uno, dos, tres y no saben cuántos metros más, que en teoría se dirigían al aeropuerto, pero que nunca llegaban a su destino ya que, para poder llegar, debían atravesar por la región de Chiba, donde se cortaban todas las líneas porque era la zona más afectada por el tifón. Los famosos empujadores de vagones nipones hicieron su papel con mucha eficacia, y es que, «con toda la gente que había dentro de los metros, íbamos prácticamente levitando», narra la joven, que asegura que, a veces, ni siquiera tocaban el suelo con los pies. «Nos entró la risa floja que te da en esos momentos en los que ya no puedes más», recuerda riendo.
Entonces fueron a probar con los taxis: la fila para subir a uno era inmensa, «pero no había otra opción, así que estuve cuatro horas haciendo cola», destaca Andrea: «y porque me abalancé a un taxi, que si no, todavía estamos ahí», bromea. La hora de salida de su vuelo todavía estaba en el aire, pero cuando subieron al vehículo podían imaginarse que lo habían perdido, porque aunque lo habían retrasado unas cinco veces, ya eran las 18:25, «y todavía nos quedaba llegar al aeropuerto».
Menos mal que acordaron un precio de 300 € con el conductor antes de comenzar el trayecto, porque les costó nada más ni nada menos que 7 horas recorrer una distancia de 31 kilómetros. «Era desesperante», expresa Mari Carmen, «porque había tanto colapso en la carretera que avanzábamos a 1 km/h, si llega, y cuando el taxista nos preguntaba si queríamos parar a descansar, le decíamos que siguiera, porque solo queríamos llegar».
Entre tanto agobio, ansiedad y desesperación no podían dejar escapar, de tanto en tanto, más de una carcajada, sencillamente, por la situación que se plasmaba ante ellos: Juan, «empotrado» contra el salpicadero en el asiento del copiloto, Mari Carmen, «apretujada» entre sus dos hijas en la parte trasera del vehículo, y mientras se volvían locos, el taxista japonés, que «no sé por qué razón tenía una foto suya pegada en el salpicadero del taxi», evoca entre risas Andrea, «estaba muy tranquilo, ni pestañeaba». Para colmo, debían comunicarse con él a través de Google Translate, ya que solo hablaba japonés. «Nos reíamos por no llorar».
Aunque no llegaron a pasar por la zona más devastada, por el camino pudieron ver importantes estragos que Faxai había dejado a su paso: tramos de autopista llenos de ramas y hojas, algunos árboles caídos, todos los coches muy sucios, «y eso que allí los tienen impolutos», recalca Sara, además de pequeñas fábricas y talleres semi enterrados en ramas y escombros y con sus techos de chapa metálica doblados. Conforme se acercaban al aeropuerto pudieron ver, incluso, personas caminando por la autopista «porque el taxista les dijo, “hasta aquí llego”, y los bajaba del coche», apunta la joven.
Cuando llegaron al aeropuerto, después de 7 horas «incrustados» en un taxi y de 17 horas desde que dejaron el alojamiento, descubrieron que su película particular todavía no había terminado. De hecho, solo era el inicio de la segunda parte. La idea era coger el primer vuelo que saliera hacia Valencia o Madrid, ya que el suyo hacía 8 horas que había salido, pero todas las terminales estaban colapsadas, no podían acceder ningún avión y, «como cuando ves en películas o en las noticias pabellones llenos de gente en sacos de dormir después de una catástrofe: pues así estábamos», cuenta Andrea. Al menos, les dieron sacos, agua y galletas.
Se respiraba un fuerte caos en el aeropuerto: Había muchísima gente como ellos, la prensa japonesa y otros medios internacionales intentaban captar las imágenes más llamativas para sus noticieros y, mientras, la familia de Puçol tuvo que turnarse para hacer largas colas y «pelearnos con azafatas, empleados de las compañías…». Había gente que llegaba y gente que se iba, «como nosotros, pero estábamos todos tirados en el aeropuerto, sin poder salir», recalca. Curiosamente, pudieron hablar con algunos españoles que sí habían llegado al aeropuerto a tiempo para coger su vuelo, pero que esperando a que dieran la información por la pantalla para saber a qué terminal dirigirse, también lo perdieron, «porque fue visto y no visto: los aviones llegaban y se iban».
Finalmente vieron la luz cuando se toparon con la tripulación de una compañía española, y el piloto, comprensivo, comenzó a remover cielo y tierra para meterlos en algún avión que se dirigiera a España. Y lo consiguió. «Lo peor es que, con todas las personas que estábamos allí atrapadas, el vuelo iba a salir con más de 20 asientos vacíos», que se llenaron gracias a ese piloto del que tanto se acuerdan con media sonrisa en la cara.
Una vez en el avión, comentaron lo sucedido con otros pasajeros y con la tripulación, y «una azafata japonesa nos contaba que era el tifón más fuerte que ella y su familia recordaban en toda su vida», apunta Juan, y que le parecía una irresponsabilidad permitir salir un vuelo al mando de una tripulación que, tras 11 horas de desplazamiento hasta el aeropuerto, debía volar durante 10 horas.
Eso sí, el vuelo en el que consiguieron entrar se dirigía a Madrid, por lo que aún tuvieron que coger otro más para llegar a Valencia, donde, a las 1:30 de la madrugada del día 11, les esperaban Joan, la pareja de Andrea, para, después de 66 horas de viaje, volver a casa. Un trayecto que en teoría debería haberles llevado poco más de 13 horas en total y que recordarán siempre como un punto y final amargo a uno de los viajes más bonitos e intensos que han podido hacer. Hasta la fecha, claro.