Depredadores
La soledad no escogida es una enfermedad crónica, la más pura esencia de la tristeza. La soledad es silencio. La soledad impuesta es un campo sembrado de almas tocadas por el abandono, que se apegan y doblegan como perros famélicos a cualquiera que les ofrezca una mínima muestra de interés o de cariño.
En el campo de batalla al que nombramos vida, justo en el lado opuesto a los que mendigan, se extienden los dominios de los que creen tenerlo todo, a excepción de la afición al trabajo. Injustamente tocados por la gracia lisonjera, en la justa medida de saber qué decir y qué hacer en todo momento, esperan confiados en la aparición de la víctima para mudarse en depredador.
Tengo que aceptar, que, en agosto de este año, uno de esos cuatreros de emociones, tuvo la desafortunada idea de escogerme como posible damnificada entre los cientos de mujeres de la población mundial. No me queda de otra que suponer que el mencionado señor se tomó su tiempo en investigar en redes sociales hasta topar con mi Instagram. Instagram, espacio que manejo torpemente y en el que cuelgo mis escritos a la espera de que algún mecenas se apiade de mí y me lance al estrellato, en un giro argumental al estilo de una película de Hollywood. Pues bien, estoy convencida de que tras un exhaustivo escrutinio y a falta de imágenes masculinas, el predador, me clasificó como una parcela de terreno árido y baldío con falta de riego, y cargando con toda su artillería, se lanzó al ataque.
¡Hola! ¿Cómo estás?
En realidad, no era mi intención responder, pero como dicen por ahí, la curiosidad mató al gato, y seguí el juego a ver dónde llevaba aquello. Tal y como el otro esperaba, el anzuelo acababa de caer al agua y el pez que yo representaba danzaba alrededor de él.
El contenido de tu perfil es francamente interesante.
Y fue así como se fue ampliando la conversación cargada de arabescos literarios, salpicada de preguntas inoportunas que no venían a cuento y que sin querer queriendo arrastraban al punto donde él quería llegar. Me pareció una situación francamente peligrosa y que podría derivar en una estafa, en la que posiblemente muchas personas antes habían caído y que, lamentablemente, otras iban a caer, y decidí zanjar la situación sin aplicar ningún tipo de anestesia en la herida.
Mira, chaval, -dije a modo de introducción-. Si dentro de unas semanas o meses, enferma gravemente un familiar tuyo o tú mismo, si te van a embargar propiedades, si necesitas liquidez para rescatar uno de tus negocios, yo no soy la persona que te va a ayudar, me importa poco o nada como vas a solucionar tus problemas.
Silencio.
El contacto se diluyó al instante con la misma suavidad que un azucarillo en el café caliente. El tipo se marchó como vino, sin estridencias, pero con un objetivo bien definido. Se alejó de aquel erial improductivo, en busca de tierras de mejor cultivo para sus intereses sin importarle nada. Y tal vez, solo tal vez, en el próximo intento, se tope con uno de esos seres ávidos de afecto y necesariamente acabe siendo la ruina del mismo. Y no, no todo está permitido con tal de sobrevivir. Porque en la aventura que nos trae al mundo hay maneras y maneras de vivir.
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