La Bruma
Apoyada con suficiencia en la pared blanca a su espalda, buscó la mirada de la otra persona, que una vez más se negaba de manera tozuda y consciente a hacer contacto visual con ella.
Por la forma en que se replegaba el cuerpo sobre el respaldo del asiento que ocupaba, lo suponía librando una fiera lucha entre su responsabilidad paterna y los recuerdos no tan recientes de sus juergas adolescentes. Y es que, para ella, la situación no era tan grave.
Seguro que acabaría por perdonarla, ¿qué joven no bebía? ¿quién no buscaba la oscuridad para burlar las normas? Total, la vida estaba allí para consumirla a bocados, con avaricia, con alegría. Tiempo abría en años venideros para la decrepitud y el olvido.
Lo único que no le pareció del todo bien, fue engañar a la cajera del súper en aquella cuestión de la edad y burlarse de la empleada de una manera tan ordinaria. Los demás se rieron cuando se hicieron con semejante cantidad de botellas de bebida. Ella también lo hizo, aunque un poco menos, como si supiera que algo iba a pasar aquel día.
En el lugar en donde estaban, una vez más, volvió a componerse el cabello, tal vez por presunción, tal vez para aplacar los nervios. Fuera como fuese, el vaivén de la melena avivó el olor penetrante con matices herbales que la acompañaba.
- ¿Mi pelo huele mal? -quiso averiguar lanzando la pregunta como al descuido al chico desaseado que esperaba a su lado. No es que fuera sucio en exceso, pero todo él en conjunto se podría definir como persona peculiar- No debería haberme acercado al grupo de los porreros llevando el pelo mojado. Con la humedad los olores se absorben fácilmente y ahora huelo fatal.
El chaval ni tan siquiera se molestó en debatir, por toda respuesta la taladró con la enrojecida mirada y se encogió de hombros.
- ¿Han avisado a tu madre?
-No sé si lo han hecho, no tardará en aparecer pegando gritos.
Los dos sonrieron a la vez en franca complicidad imaginando la escena. Y es que, a aquellas horas, que apareciera en la sala una señora desgreñada y gritona, podía resultar de lo más cómico. Dado que el hombre que tenían enfrente continuaba sin mirarlos, la chica fue perdiendo su autocontrol y empezó a dar señales de nerviosismo.
- ¿Crees que me perdonará?
-Claro que sí, todos los padres acaban perdonando a sus hijos.
- ¿Y si le doy un abrazo?
Sin esperar a la respuesta se acercó y lo estrujó contra su pecho, como nunca antes lo había hecho, sin encontrar resistencia masculina. Lo abrazó y, para su sorpresa, se convirtió en una acumulación de cristales como de hielo, en gotas microscópicas que, formando una bruma deliciosa, rodearon y atravesaron al hombre. Una bruma que iba y venía a su antojo hasta que un fuerte tirón la llevó a otra sala, en donde su cuerpo inerte descansaba rodeada de cables. Quiso traspasar la carne y meterse dentro, el cuerpo le pertenecía. Siempre fueron un equipo, era de su propiedad y lo iba a reclamar. Fue entonces que uno de los presentes dictó sentencia.
-Se hizo lo que se pudo, por ella y por el chico.
De la misma forma que apareció el silencio en la reunión de profesionales lo hizo la tristeza y la frustración.
- ¿Quién se lo va a decir al padre de ella?
-Yo lo haré -avisó el de más edad.
A partir de entonces, quedó atrás lo que pudo haber sido para convertirse en una neblina etérea, un recuerdo cargado de reproches para unos y de dolor para otros. Acabó siendo una foto en una lúgubre pared donde acercarse a llorar.