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Per Ángel Padilla
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«Todos los animales somos hermanos» (de Jorge Riechmann), un intento de reapuntalamiento del antropocentrismo fingiendo que se transita por la defensa animal

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    «Todos los animales somos hermanos» (de Jorge Riechmann), un intento de reapuntalamiento del antropocentrismo fingiendo que se transita por la defensa animal- (foto 1)

    Afirmo con contundencia, de inicio, que el libro “Todos los animales somos hermanos”, con autoría de Jorge Riechmann y editado por Catarata, subvencionada la edición del libro por la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, es una obra de ensayo profundamente tramposa con los animales y extremadamente perjudicial para ellos. En primer lugar porque la imagen de portada y, sobre todo, su título invitan a pensar sin duda respecto a que estamos frente a un libro que aboga por la defensa animal.

    Pero no sólo es un libro que se sitúa en un territorio que le es ajeno,  estamos ante un autor que es intruso por igual en un contexto que no le es simpático (ni él al contexto: el animalismo; Jorge Riechmann no es amigo del animalismo, y el animalismo —el animalismo real conlleva el veganismo y, por extensión, la liberación animal—, por supuesto, lo rechaza).

    No obstante este libro, que por su título aparenta venir para ser uno más de los libros de pensamiento que abogan por el respeto a los animales y la abolición de toda injusticia hacia ellos, sólo por esa envoltura embaucadora y timadora ha logrado navegar y avanzar por distintas zonas de los 'mundos' virtuales y físicos de los espacios destinados a los tomos de obras que abordan los derechos de los animales —estimo, por la presencia más o menos extensa que observo de él en la red—, sin ser advertido como intruso y como contrario absoluto para los verdaderos fines de la defensa de los animales, que son siempre abolicionistas (que yo sepa no ha obtenido hasta la fecha réplica, al menos yo no la ha encontrado en la red. Habiéndose publicado hace 20 años, en 2005.).

    Pero vayamos a tratar el interior de esta obra. Adelanto al lector con un mínimo de sensibilidad animal que se tope con este artículo, que lo que va a leer a partir de ahora puede ser perjudicial para su salud (ya que las televisiones han dejado de advertir al espectador cuando viene un contenido que puede herir la sensibilidad, al menos yo sí lo hago); en mi análisis encontrará el lector algunas licencias de broma e ironía como la anterior, pero es que, ya lo verá, el asunto es tan terrible que o echamos a veces mano del humor, o gente como Riechmann nos deja fritos en la alfombra, de no ir avisados): en este análisis mostraré algunos fragmentos de la obra, comentándolos, y estos fragmentos son, ya lo digo, molestos, desagradables, violentos por animalópata (neologismo que otorgo al autor del libro, que viene a significar lo que sociópata entre humanos, pero de humanos hacia los animales), enfermantes y vomitivos por lo que se dice y cómo se dice. Yo mismo para enfrentar esta crítica y al tener que leer el libro y cada cosa que dice a cuál más denigrante hacia mis amigos y hermanos (para mí, sí) los animales, he pasado por episodios muy desagradables, he sentido impulsos reales de vomitar, y no sólo físicos, sino de vomitar con el alma. Porque en este libro habla un especista y un antropocentrista convencido, que finge una y otra vez amor animal, o como poco simpatía animal. Y no sé quien me lee ahora qué le pasa con estas cosas, pero a mí la manipulación es algo que cada vez soporto menos. El humano sólo ve mentiras, cada vez más gordas y claramente mentiras, y las traga, tiene la boca muy grande este humano del presente, del diámetro del estanque de una fuente. Ahora la consigna tácita es que cada uno trague las mentiras que más se acomoden a sus intereses. Hubo un tiempo en que la razón del vivir era la búsqueda de la verdad. Pero en fin, tornemos al presente, sumerjámonos en las capas de cebolla que todo lo real lo ocultan mediante manipulaciones tan diversas como perversas.

    Si no fuera porque alguien tiene que mostrar en abierto todo lo que revictimiza a los ya de por sí demasiado azotados animales, en este caso esta obra “Todos los animales somos hermanos” y sus ofensas animalópatas, ya digo que no sometería a mi salud física y mental a dolores tales como la lectura de los delirios de un simple ser humano (inferior, por su enorme capacidad de letalidad biocida, al resto de los animales) que se cree superior, como los nazis se creían, con la creación del concepto de humo —salido de su ideario de pensamiento mágico—: ario, superiores a los judíos creían ser, porque eran arios. En la manipulación constante del “me acerco a los animales para el respeto”, “pero ojo, no nos acerquemos tanto que, sin tocar pie, vayamos a perder privilegios”, que habita el libro, un territorio en tal contradicción absoluta deliberada pero en la que impera algo así como que “no se equivoque nunca el lector omnívoro: diga lo que diga yo en este libro, nosotros, los humanos, somos superiores al resto de las criaturas y poseemos el privilegio de hacer cuanto queramos con ellas. Pero vamos a blanquear nuestros actos y a calmar nuestras culpabilidades (aquí seguiría diciendo el autor, entre líneas, cada vez más emocionado y vehemente), ofrezco mi libro como manual para todos vosotros, pecadores del bosque (“pecadores de la pradera”, que diría Chiquito de la Calzada).” El libro de Jorge Riechmann viene queriendo ser algo así como una Biblia para pecadores especistas, donde en sus muchos versículos (capítulos) cualquiera pueda encontrar consuelo para ser perdonado respecto a sus males cometidos con los animales, sean cuales sean. “Dios todo lo perdona”, que diría un clérigo. “Yo te perdono en tu mala acción a los animales, semejante” —que diría Riechmann—, de unas formas o de otras él perdona a su semejante persona en su tratado especista y sibilino que es una enésima declaración de guerra a los animales torcida y maldita como si hubiera sido escrito en la oscuridad.

    “Todos los animales somos hermanos”, un libro cuyo subtítulo debería ser “Pero algunos somos más hermanos que otros”

    En la obra, Riechmann habla de que el acercamiento a los animales vendría a suponer una especie de segunda Ilustración. Con eso lo dice todo. Por tramposo, porque no lo cree (no cree que deba haber un acercamiento a los animales, puesto que no abandona nunca su concepción supremacista antropocentrista), nos regala una ilusión de compasión, de piedad (que no de respeto y de justicia verdaderos), algo así como “vamos a jugar a pensar (Riechmann siempre se maneja con futuribles a largo plazo y con condicionales, nunca con hechos y sentencias firmes que favorezcan a los animales en nada) que fuésemos más abiertos de mente, entonces avanzaríamos a un estadío mental más superior que el superior que tenemos como humanos (en el vértice de la pirámide de la creación, nos dice en algún lugar del libro) y entonces (siempre pensando en nosotros, no en los animales, los animales son meras comparsas para este delirio) habríamos entrado, con su libro como vocero y raíz, en una segunda ilustración.

    Decía antes que con lo de nombrar la palabra ilustración, y denominar el acercamiento a los animales una segunda ilustración, lo dice todo, es sencillamente porque la Ilustración sólo favoreció a los humanos, con pensamientos más abiertos y avances sociales, pero para los humanos. Como veremos, Riechmann jamás se aleja de ese lugar seguro de ser humano, de la dignidad de ser humano, del regalo y el Derecho Superior que él cree poseer por ser humano.

    Así como aquellas Bulas en las que ciertos Papas exigían a los pueblos que no perpetraran crueldad contra los toros en las fiestas populares, y el verdadero fin de tales Bulas no era defender a los animales hostigados sino pedir que el humano no se “degradara” “descendiendo entre las bestias”, con igual óptica mental el autor pide al lector que se haga “mejor” pensando (que no haciendo, es un libro de pensar, o sea de un blablabla, destinado a lectores de sofá, nunca a activistas —por fortuna—), y que pensando con una mayor compasión (compasión, qué palabra tan inefectiva y deshonesta) con respecto a los animales que encadenados, hacinados, apaleados, matamos y nos comemos, alcancemos un estadio nuevo, que yo enuncio como un neoantropocentrismo.

    Me apresuro a indicar que quien escribe este artículo es vegano desde hace casi treinta años, soy activista animalista y para la liberación animal. Digo esto porque en ocasiones parafraseo lo que creo pensaría ante tal cosa el autor o un tumulto de especistas entre los que, por supuesto, no estoy.

    Pues eso. Cuando creíamos que algo peor no podía ocurrir, porque los animales más destruidos no podían estar, llega un autor que finge simpatía por el movimiento de defensa animal y por los animales, y con un caballo de Troya de un libro con título de aspecto animalista, intenta colar las antiguas y de siempre ideas antropocentristas, el especismo endémico que nos impide avanzar tanto como quisiéramos a los defensores de los animales y a ellos los aniquila a billones cada año, con una cara nueva, como hace la política con sus constantes caretas: Jorge Riechmann hace nacer un neoantropocentrismo, o sea el viejo antropocentrismo pero blanqueado, con términos creados por el autor como cuasi-persona, agente no moral y otros que iremos viendo cuando desgrane ciertos pasajes de mayor bulto especista del ensayo, escrito por un animalópata. Mi análisis se asienta sobre la fórmula ideada por mis amigos de la revista “La Fiera Literaria” de la crítica acompasada, esto es, ir señalando los errores de una novela (en este caso los errores, falacias, de un ensayo) línea por línea, página por página. Digo se asienta porque no lo haré así, sólo comentaré los aspectos de más bulto que, en su conjunto, resumen sobradamente la intención del autor y su ideología exacta, y como aquellos que realizaban esa crítica acompasada en la mítica pero ya desaparecida “La Fiera Literaria”, yo usaré, también (es inmanente en mí, además), el humor, necesario cuando el texto estudiado es tan estrafalario, liante y burdo.

    Resumo, de inicio, que a lo largo del ensayo de más de 300 páginas Riechmann, de una forma u otra, lo único que hace es aportar (él cree que lo hace) pruebas de la supremacía humana sobre el resto de los animales, a los que tiene derecho a usar y asesinar y comer. Esa es su tesis. Tesis que apuntala con muy serios y magníficos gráficos académicos, que unas veces tienen intención de fingir denuncia animal, pero otros claramente destapan la tesis neoantropocentrista del autor. Lo problemático de todo esto es que no es un libro firmado por el vecino del quinto que, además, es presidente de la escalera ya seis años, sino por un profesor de filosofía moral en la Universidad Autónoma de Madrid; eso es, quizá, lo que resulta, además de bastante más repulsivo, peligroso. No obstante me importa decir una cosa. De cara a la generalidad de la sociedad, que es superficial, que alguien que sea profesor de filosofía moral en una universidad le sirva de aval, para la moralidad animalista, que es una, sencilla y recién naciente y sobre la que este profesor no sabe nada porque no se estudia por ahora en centro de estudios alguno sino que crece su grito y su verso único en las protestas, actos de liberación y en los claustros de los animales condenados, cuando la esperanza inútil golpea sus cabezas.

    Su título, ya se ve, de experto en moral humana a Riechmann no le otorga capacidad alguna para adentrarse en el territorio fundacional de la moral más abierta, brutal y poderosa: la moral animalista.

    La moral animalista está, como si dijéramos, en construcción. La fundamos quienes luchamos por los animales para su liberación, por la abolición de su esclavitud en todos los estratos donde esta se dé. Está en construcción para la visión humana simple. Pero la moral animalista existe desde siempre, y además insertada en la moral humana. Aunque el humano, por lerdo, por antropocentrista y sobre todo por especista, la desconoce por completo.

    Es simple la moral animalista, dice esto: Libera a todos los animales de sus claustros, procura acercarlos a sus casas naturales y defiende sus casas naturales, que son las que antiguamente también fueron casas naturales de los animales vestidos. Con la verdadera palabra Libertad en la boca de los que patean puertas y rompen barrotes y destruyen jaulas.

    El ser humano ya no sabe qué significa libertad. Quizá lo recuerde en sueños. No sabiendo qué es, no puede hablar de ella, ni caminar a su lado. Pero quienes en lucha contra el humano biocida marchan por la liberación de todos y cada uno de los reos animales, esas/os sí saben de la libertad. Aquella que nunca miró, ni lo hará, a los ojos el autor de “Todos los animales somos hermanos. Pero algunos somos  más hermanos que otros” (sic, ironía mía añadiendo el merecido subtítulo).

    No tenía intención de leer este libro, porque sabía que sería tibio (por lo poco que conozco la obra de este autor y sus hechos), incluso más tibio que el “Liberación animal”, de Peter Singer o el “¡Vivan los animales!”, de Mosterín. Y qué equivocado estaba. El de Riechmann no es que sea tibio, es que es especista, ¡gélido en antropocentrismo activo y beligerante! Al menos, Singer sí mostró con claridad espeluznante la realidad animal en los claustros que desde el nacer les tiene preparados la humanidad, y Mosterín también muestra en sus obras una pasión, una intención reparadora y benéfica para los animales, aunque ambos autores, como digo, traicionan finalmente la moral animalista porque ante cuestiones donde deberían ser radicales (toda ética debe ser radical o no es ética), se ablandan y ceden, ejemplo Mosterín cuando según él no opone objeción a que se coman animales que han vivido bien (sic) y luego se les mate indoloramente (sic), lo mismo dijo Singer, y sobre la vivisección ambos autores pedían no la abolición sino que se usen “menos” animales en los experimentos y que estos sean indoloros, o como poco, menos cruentos. Si quien lee esto tiene un mínimo de sensibilidad animal y ya está arrugando el morro, se le puede girar la cabeza como la protagonista de El exorcista ante el libro “Todos los animales somos hermanos”, para mí un burdo intento de “Liberación animal” peninsular, pero al que se le ve el plumero desde la primera página, y que por supuesto no contiene ni uno sólo de los hitos de grandeza del de Singer. Aquellos que primero abrieron la maleza antropocentrista para ver “animal libre”, acabaron, como digo, traicionando la idea que es clara y diáfana: ningún ser vulnerado. Cabe decir que iniciaron la aventura en otra época, con cierta alma, como digo.

    Pero Riechmann —que ya conoce esos primeros textos fallidos y ese poco, pero algo, de alma— ni siquiera tiene un uno por ciento del espíritu que se acerca a los animales que tenían los autores citados, aunque luego —y por eso sus obras quedan tristemente invalidadas, como contrarias a la moral animalista, que exige la liberación de los animales y el no uso de ningún individuo animal a manos del animal humano— traicionen lo bueno que aquellas obras traían haciendo concesiones que se cargan la fuerza del impulso con que parecieron venir. No es nuevo esto, los primeros que abren con gran impulso un territorio en busca de nuevos mundos, acaban cansándose de viejos, pierden fuelle, les ocurrió a los primeros impulsores de la lucha antiesclavista, que al final, de no ser porque entraron en juego las cañeras e imparables comisiones de mujeres antiesclavistas, comandadas por Elizabeth Heyrick, hubieran cedido a una abolición con pocoapoquismo. Pero eso es una lucha, nutrida de individuos, que se pasan la antorcha de mano a mano. Sin duda, Riechmann no penetra ni trata el concepto de lucha, lo que él busca es distinto. Refundar las Tablas de la ley antropocentrista.

    Porque cuando no se dice: abolición total e inmediata de la esclavitud animal. Y se dice: mejoremos el trato a los animales reos (y se emplean narrativas de pocoapoquismo, o sea bienestaristas), el mensaje que queda es: podemos seguir pisoteando a los animales, y lloverán, quizá, normas y leyes donde se pueda leer que deberemos “matarlos a besos” y con las más deliciosas composiciones a todo trapo de Maler en las naves mohosas e infernales, pero nosotros haremos lo que nos dé la gana porque siempre lo hemos hecho y con los animales siempre hay mayor manga ancha. Así razonarían matarifes, pescadores, vivisectores, toreros y todos aquellos terceros que hacen “el trabajo sucio” a quienes desean seguir usando a los animales, quitándoles sus pieles para trajes, vestidos y calzado y sofás y..., conduciéndolos amputados bien envueltos en bandejas a sus casas para cocinarlos y comerlos o divertirse viéndolos hacer malabares circenses, aprendidos a base de palizas y descargas eléctricas, en acuarios, zoos, hípicas y todo lugar de confinamiento donde se usan a los animales como payasos y máquinas de entretenimiento.

    Un primer ejemplo de 'aviso a navegantes, aquí habla un animalópata, no nos confundamos', en “Todos los animales somos hermanos”, Riechmann nos advierte:

    “Que los animales no sean agentes morales no es razón para que no puedan ser llegar a ser considerados titulares de derechos”

    Y se queda tan ancho. En frases como la expuesta, durante todo el libro, la prepotencia del autor queda patente, disfrazada de bula papal para que, ya que “nos los vamos a cargar”, al menos hagámoslo con traje de ilustrados en esta recién fundada época del neoantropocentrismo. Que se nos vea guapos en nuestros crímenes. Tenemos, no obstante, como seres con abstracciones, capaces del pensamiento lateral, del arte y de la política (cosa grande esta, se puede ver en la tele) pero de buen paladar, un deber para con la estética (ironía).

    Pero Jorge Riechmann va de humilde. Como integrante del movimiento de la poesía de la Conciencia Crítica, afirma ilustradamente que el poeta no ha de ser “voz de los sin voz” sino que su empeño se centra en que  quien no puede alzar la voz o hablar para defenderse, consiga hacerlo. En el caso de los animales no humanos, esta máxima no vale, pero la poesía de la conciencia crítica, como ya escribí en algún otro artículo, es especista y los animales a esos autores contrarios a la dominación, la tiranía cualquiera sea, el fascismo, el racismo, la xenofobia, el sexismo y el capitalismo, no les importan en absoluto; sólo les interesa denunciar aquellos males que les afectan a ellos. Frente al pasotismo respecto a los animales de todos estos autores de la poesía de la Conciencia, derivo al lector interesado a que busque en la red mi artículo “Carta abierta a Alberto García-Teresa sobre Voces del Extremo”. En ese texto explico cómo tuve el (dis)gusto de participar en un encuentro de lecturas poéticas con esta gente y lo que viví, en términos de burla y mofa y crueldad a los animales (a todos los poetas se les ofreció, en comidas comunes que se organizaron, restaurantes donde comieron animales asesinados); por supuesto aquella infamia fue señalada, saboteada y denunciada, gracias a un grupo de veganas activistas que en el encuentro hicieron clan conmigo, hablamos por los animales, en su defensa, juzgándolos a dichos poetas carnívoros como agresores y violentos, condenando sus poesías como falsas, porque no se puede exigir respeto, justicia y amor, si no se sabe de verdad qué significan tales potencias, que son muy grandes, mucho más de como se enseña que son en las escuelas.

    En cuanto al concepto de persona, Jorge Riechmann (en adelante JR) explica el sentido del libro: “No lo hago desde ninguna concepción esencialista o iusnaturalista de los derechos, ni poniendo patas arriba las construcciones teóricas con que la filosofía práctica occidental de los últimos siglos ha intentado encauzar nuestro vivir en común; ni propongo arrojar por la borda conceptos venerables como los de persona o derecho subjetivo para embarcarnos, en arriesgada travesía, en alguna ética cosmocéntrica o fisiocéntrica”.

    Dicho queda: en un libro titulado “Todos los animales somos hermanos” su autor nos suplica no cometamos el tremendo error de “arrojar por la borda conceptos venerables como los de persona”.

    Él alerta, por si no queda claro lo que dice conforme vamos avanzando en su tesis, de que en ningún caso, hermanos superiores humanos que leéis, va a quedar como resultado de estas reflexiones, ninguna otra especie que no sea humana —por tanto no sea persona—, a nuestro nivel. Al nivel de nuestra mesa. Y ágapes. Y chuches. Y la paga de diciembre. Y el viaje a Egipto, y saber qué es montar a camello, y comer queso Roumy ¡con pan recién hecho! y un vinito decente, y volverse a casa con muchas fotos porque si no el viaje no vale, eso seguro.

    Prosigue JR cerrando filas sobre el privilegio humano sobre el resto de los animales, al que insisto que miente fétidamente en el título del libro al llamarlos hermanos (desconozco si JR tiene hermanos, pero estoy seguro que jamás hablaría así de ellos):

    “Conceder derechos a los animales no equivale ni a tomarlos por humanos, ni a menguar el respeto que deben merecernos muchas cualidades de lo humano. Pero sí que llamo la atención sobre las implicaciones que avances científicos relativamente recientes —en el terreno de la etología, la psicología animal, la biología molecular o la teoría de la evolución de las especies, por no mencionar sino algunas de las disciplinas relevantes para nuestro problema— podrían tener para nuestra manera de interpretar aquellas categorías venerables (como las de persona o derecho subjetivo). Y me pregunto si una profundización y radicalización de la Ilustración —de la que todos, de una u otra forma, somos herederos, y que proporciona el marco histórico y filosófico dentro del cual aquellas categorías tienen sentido— no exigiría acaso aplicar el principio de igualdad más allá de la línea que actualmente separa a los animales humanos de los no humanos.”

    Repitamos lo último: “no exigiría acaso aplicar el principio de igualdad más allá de la línea que actualmente separa a los animales humanos de los no humanos”. Bueno. Esto lo dijeron igual los autores machistas que escribieron obras para asentar su dominio patriarcal en los inicios del feminismo con las primeras sufragistas en marcha destruyendo los cristales de los escaparates de algunos comercios y yendo a la cárcel por sus protestas así como las valerosas primeras autoras feministas, letras en rebelión y activismo siempre han marchado juntas.

    Cuando los movimientos sociales que han buscado “la igualdad” han comenzado a dar miedo a los sectores sociales que se veían beneficiados de que quedasen relegados bajo la suela de sus zapatos, entonces estos han respondido con propaganda pseudocientífica o presuntamente científica, 'seria', lanzando obras de autores de renombre en cada época donde atacaban la idea de la emancipación de la mujer, de la abolición de la esclavitud negrera en América o respecto a que haya libertad sexual. Todos dijeron algo así como lo que exporta a todos aquellos que quieran leerle JR: que no desean una “igualdad” más allá de la que ya se tiene, o sea: no desean ninguna libertad (fuera de sí mismos). Sólo la del ámbito de su privilegio personal. 

    Los machistas pidieron que las mujeres no atravesasen la línea marcada por el patriarcado, que no votasen, que no estudiasen y que no salieran de casa. Para los esclavos humanos en los campos de algodón, hombre, pues que se les trate algo mejor, se esperaría, pedían tímidamente algunos, pero que no se pase la línea en que los negros se crean que están a la altura de los blancos y se supongan, ¡qué horror!, personas... ¡porque el azúcar ha de seguir llegando a las casas!

    Mas el libro sigue en horrores expositivos, en una falsa defensa que es lo contrario: una batalla encarnizada por apuntalar el infinito privilegio que la supremacía humana posee en lo colectivo de las naciones animales y sobre cada uno de sus individuos.

    En su búsqueda de voces que den la razón a lo que desarrolla como una larga alfombra con distintos matices pero con repetitivo patrón, Riechmann nos trae una cita de Herbert Marcuse (casi al final del libro, en un apartado larguísimo y risible, nos regala decenas de frases de escritores y filósofos de todas las épocas que vienen a decir lo que él, pero con distintas palabras, en una ducha supremacista cantante):

    “En vista del dolor que el hombre inflige al hombre, parece irresponsablemente "apresurado” abogar por un vegetarianismo universal o por alimentos sintéticos, en vista del mundo actual, la solidaridad humana entre los hombres tiene absoluta prioridad. Y, sin embargo, no es concebible ninguna sociedad libre entre cuyas "ideas regulativas de la razón” no figure el esfuerzo conjunto por reducir consecuentemente el dolor que los hombres infligen a los animales”

    “Reducir el dolor”, verbaliza Marcuse y lo hace JR, ahí toda la tesis de acercamiento a los animales de la mayoría de los sinvergüenzas que escriben sobre ellos. Por desgracia.

    Sólo con lo sufrido ya serviría para lanzar el libro dando vueltas a la chimenea y dejar de leerlo (o por la ventana, pero me da pena si le cae encima a alguien), porque quien escribe algo así no puede ser alguien bueno, sino psicopático, sin sentimiento alguno sobre quienes habla. Alguien que no merece escucha y cuyo mensaje de odio (esto es exacto, si alguien dijera que en las violaciones a mujeres en lugar de haberse legislado para llevar a la cárcel a los culpables hubiera que reducir el dolor, “consumirse sólo algo de violación”, ese alguien hubiera sido perseguido por todo el barrio y por el barrio siguiente, y sólo hubiera escapado por las alcantarillas, y puede que ni acaso) es tan gélidamente articulado, tan preciso en su intención hegemónica y por ello tan preocupantemente hostil hacia los animales.

    RJ, henchido de su ser persona, en el apartado “¿NO HAY PARA TODOS?, nos aclara (por si aún no lo sabíamos): “Creo que la objeción de fondo que muchas gentes de izquierda plantean a los derechos de los animales, aunque normalmente no se exprese con tanta crudeza, es: no hay para todos. Hacer efectivos los derechos exige recursos, y éstos son limitados: en tales circunstancias, los seres humanos primero.”

    ¡Toma! ¡Con un par! ¡¿Los seres humanos primero, por qué?!

    1. El ser humano como especie vino después que otras millones de especies que ya moraban en este planeta. El hecho de que acabase inventando la escopeta, las armas de todo tipo, frente a las que los animales no tienen nada que hacer, y entonces se situase por delante en las depredaciones, no significa que merezca un espacio mejor en el mundo, sino al contrario. Sólo hay que ver cómo está este mundo, en esta crisis climática, calentamiento global provocado por el humano, para observar cara a cara la invención mentirosa de la inteligencia superior humana.
    2. El resto de los animales, las otras naciones animales que no son la humana, van primero, al contrario de lo que pide JR y nuestra cultura (errada) de siglos antropocentrista, porque el resto de los animales giran en la cadena trófica y no han llevado nunca al planeta al estado de desastre completo y creciente al que lo ha llevado, y conscientemente, el animal humano.
    3. Los seres humanos primero, recuerda y equivale —insisto— al “los hombres primero que las mujeres, los blancos primero que los negros y los heterosexuales primero que los homosexuales.
    4. En síntesis, el infantilismo y, lo diré, la maldad que encierra esa afirmación, no tienen límites. Causa estupor, desprecio y asco. Descalifica como ser inteligente a quien la dice. Porque quien no puede estar a la altura de toda circunstancia con dignidad apropiada, con bondad verdadera —desprovista de despotismo—, no es inteligente, sino un provinciano mental y una vil criatura que sólo avanza en aras de su interés particular.

    JR sentencia como un inquisidor, y parece darse cuenta de ello y contrapone a las sentencias, retóricas, preguntas que semejan humildes, como esta:

    “Como vimos al discutir las nociones de antropocentrismo y biocentrismo en el capítulo I, la cuestión moral esencial que se plantea en nuestro trato con la naturaleza es la siguiente: ¿tiene la naturaleza —o algunos seres naturales— valor en sí misma, o sólo valor instrumental? ¿Ha de ser protegida por sí misma, o sólo porque con ello atendemos a nuestros propios intereses humanos bien entendidos?”

    Alguien que escribe cosas así sólo puede tildarse de una manera. Y creo que ya la he expresado de muchas formas en este pequeño análisis antes. Lo diré: Gilipollas.

    Como dije, Riechmann afloja cuerda a veces del ser sentencioso hasta el extremo (imagino que con intención de contrapunto porque quizá intuya lejanamente que en el ataque que lanza hacia los animales se está pasando cien pueblos), pero cuando el especista miente “haciendo concesiones”, como no lo cree realmente, se explica mal y queda mal. Es como cuando un racista dice “no soy racista, sólo soy ordenado, cada uno en su lugar”, o cuando el no vegano se justifica, intentando quedar bien con un vegano, diciendo “yo como poca carne, casi nada”. Es como escuchar hablar a un psicópata de sus crímenes en un juicio, fingiendo arrepentimiento, donde las palabras que emplea son inadecuadas y ofensivas a los familiares de los muertos porque no las siente ni sabe de la empatía; el animalópata JR dice:

    “Afirmar que sólo los seres humanos pertenecen al universo moral supone encastillarse en el antropocentismo (en sentido ético); por el contrario, diremos que quienes defienden que la comunidad moral ha de incluir por lo menos a algunos animales (si no como agentes morales, que desde luego no lo son, sí como objetos de deberes morales directos) mantienen una posición zoocéntrica o sensocéntrica en ética.”

    ¡Oh, fantástico! ¡Lo uno y lo contrario! Aquel... yo tengo unos principios pero si a usted no le gustan los cambio por otros, ¡pero en el mismo párrafo! Sentencioso. Moralista desde una montaña. ¡Eh, Moisés! ¡Que está la colla de la obra desde hace una hora a la puerta de tu casa, que se te cae a cachos! ¡Dicen que se van! ¡Que dicen que se van! Creo que no puede causar más vergüenza, con tanta cosa banal que suelta por la boca JR Ewing, ejemplo, de ese párrafo, lo de “por lo menos a algunos animales”. Estamos como en la fila de los judíos y los de las SS decidiendo quién va para un lado y quién para el otro. Es as-que-ro-so.

    Al habla Rosa Mas

    Sobre el título del libro y su relación, contraria a su contenido, la Docente bióloga Rosa Más, vegana y activista en la defensa animal, integrante y cofundadora del colectivo Rebeldes Indignadas e integrante y portavoz de muchos otros grupos antiespecistas como Feumve (por un menú vegano escolar) y miembra de Liberta, concluye:

    “Una relación de fraternidad, por su propia definición, implica igualdad de Derechos entre las hermanadas. En el caso de los demás animales y ese antropocentrismo irredento que sigue imperando en los colectivos ecosociales, cabe recordar que ya en los años 70 del siglo XX, los estudios sobre los chimpancés en libertad revelaron hechos sorprendentes, por ejemplo, que eran capaces de usar herramientas. Este descubrimiento marcó un hito en la etología, pues, precisamente, el uso de herramientas era la característica que definía la barrera entre el ser humano y los demás animales, hasta el punto de que uno de los etólogos más prestigiosos de la época, Louis Leakey, escribió: "Ahora deberemos redefinir las palabras hombre y herramienta o aceptar a los chimpancés como humanos". En efecto, cuanto más sabemos sobre las capacidades cognitivas y sociales de otros animales, más difusa se hace esa diferencia, ya se acepta que los cetáceos y primates son personas no humanas y es cuestión de tiempo que ese reconocimiento se extienda a las demás especies animales. Negar que los demás animales deban ser sujetos de derecho no es diferente al negacionismo climático, en ambos casos se trata de negar evidencias científicas, pues esa ciencia que nos informa sobre el impacto de determinadas actividades humanas sobre los límites planetarios y en consecuencia, de la necesidad de optar por un sistema decrecentista, ajustado a esos límites, es la misma que nos demuestra las habilidades de los demás animales y nos debe llevar a reflexionar acerca del trato que les damos. Si compartimos capacidades y emociones, no se les pueden negar los derechos naturales, que nos son inherentes a todos los animales por el hecho de ser seres sintientes, solo por no querer renunciar a unos arbitrarios privilegios supremacistas que no tienen más sustento que la soberbia humana.”

    Es una tomadura de pelo el libro, como ya dije y confirma Rosa Más: el autor, con su tratado capcioso, no busca acercarse a los animales para procurarles un lugar mejor en sus claustros, o (ni tan siquiera) “una buena vida”, como califica el autor el fin de sus pretensiones para los animales usados. JR pide una buena vida para los animales que sádicos vivisectores rajan y abrasan con lanzallamas y usan en los más crueles y sangrientos experimentos (tan variados e inimaginables como les sea posible inventar a alguien que recibe subvención tras subvención millonaria y ha de hacer “algo” para justificar tales dinerales) en los laboratorios de tortura animal, una buena vida para las vacas esclavas a quienes preñan sin cesar artificialmente y roban a sus hijos terneros, y ellas lloran siempre con ello y se traumatizan (intentan saltar los muros, lesionándose gravemente), una buena vida para las gallinas que son animales pudorosos que para poner sus huevos necesitan separarse del resto y tener su intimidad, buena vida para los cerdos hacinados y horrorizados en los camiones que los conducen a los mataderos. ¿Cómo se traduce eso, Jorge, poniendo los mejores éxitos musicales en tales espacios de humillación y masacre animal, quizá U2, o algo más dinámico, Village People, o a ti qué música te gusta más, cuál sugieres? Ya que todo lo opina e impone JR sobre las vidas y muertes de los demás (animales), digo yo que de haber música también tendrá una idea de cuál debe ser.

    Sobre La Biblia dijo Nietzsche que uno debería ponerse guantes para leerla, para este libro digo yo que guantes y mascarilla, y si me apuras un traje de protección química.

    Este tipo se cree que juega al Monopoly o al Parchís

    En una parte de la obra Riechmann clarifica qué trozo de la tarta del stock del súper del mundo corresponde a los animales humanos y cuál al resto, veamos, veamos:

    “Vale la pena explorar la idea siguiente: mitad y mitad. El 50 por ciento del espacio ambiental disponible para la humanidad, el otro 50 por ciento para los seres vivos no humanos. Si se acepta esta propuesta, tendríamos un criterio de distribución básicamente igualitario entre los seres humanos (con ciertas matizaciones debidas a las diferentes situaciones locales y las diferentes necesidades de los seres humanos, como indicamos antes), una vez "apartada” la mitad del espacio tambien tal para los seres vivos no humanos. Sería, desde luego, un acto de autolimitación potentísimo por parte de los seres humanos, que ya hoy ocupamos más de ese 50 por ciento, con una tendencia espantosamente preocupante hacia el 100 por ciento. Vendría a decir, no valemos ni más ni menos que la naturaleza silvestre de la que procedemos. No queremos un 51 por ciento para nosotros y un 4,9 por ciento para vosotros, sino exactamente mitad y mitad. No queremos aprovecharnos de nuestra superioridad cultural y tecnológica para prevalecer de manera absoluta sobre las demás formas de vida. Todos podemos coexistir con justicia dentro de una biosfera armónica.”

    ¿No os recuerda el anterior texto a las promesas del todo embaucadoras, amenazantes y paternalistas, que los colonos decían a los indios norteamericanos para acabar luego, como estaba previsto, masacrándolos y robándoles todas sus tierras?

    Todo es palabrería en JR, barro, manteca pegajosa y molesta de discurso político, o sea un blabla que no lleva a nada pero que asienta ideas de odio, que son las mismas que las del apartheid, la línea de que habla Riechmann que los animales bajo ningún concepto deben traspasar, porque nosotros somos personas y ellos no. Nosotros superiores, ellos inferiores.

    ¿Dónde queda en todo esto lo de “todos los animales somos hermanos”? En lo que digo: palabrería, un blablabla que el autor creerá que ha quedado bien zurcido. Porque si no fuera así, desde el 2005 en que se publicó este libro, podría haberlo retirado del mercado, por vergüenza ajena, si es que ahora pensase distinto, que no es el caso.

    Sigo leyendo porque soy masoquista, al parecer.

    De nuevo dios (perdón, el autor) vuelve a mentir proponiendo escenarios imposibles, además de que son escenarios donde se seguirían usando a los animales como esclavos y como recursos donde siga siendo ad infinitum legal matarlos para comérnoslos, sus vidas vaporizadas, porque somos “superiores”:

    “Mi conclusión es que deberíamos cambiar nuestras pautas de alimentación hacia una dieta básicamente vegetariana —la "dieta mediterránea” que antes evocamos—, mucho menos rica en carne que la actual, y renunciar a la ganadería intensiva. En un mundo que se acerca a sus límites ecológicos, la composición de la dieta resulta ser un factor esencial; urge poner en práctica fuertes políticas públicas de gestión de la demanda, para ajustar el consumo de carne a los recursos disponibles. Sólo resulta moralmente aceptable la ganadería extensiva: crianza de aves en corrales abiertos, ganado vacuno y ovino que pastan libremente en praderas, etc. (A condición, claro está, de que no se sobreexploten los pastizales, se minimice el sufrimiento producido a los animales en el transporte y se los sacrifique con métodos indoloros).”

    Repito por enésima vez: alguien que afirme cosas como las leídas, no puede ser buena persona. (En términos de JR, él mismo, a juzgar por su inteligencia biocida y esclavista, no sería ni persona, sería un “animal inferior”, una lombriz, una lagartija, no sé, preguntadle a JR cuáles son los animales inferiores, que quien esto escribe y la misma naturaleza, no están de acuerdo con esa visión. En todo caso, el animal más inferior que existe es el animal humano, y JR escribiendo cosas así, está entre los más 'inferiores', JR entraría en la cualidad no semoviente de ser un ladrillo, o el risco de una montaña; pero esto último conlleva belleza, o sea que ni eso.).

    Seguimos con el pensamiento happy boy scout que va planteando JR a medida que va calentando motores conforme avanza el libro y, contento de estar entre los dueños del planeta, concede y concediendo se siente cercano a los dioses, cercano al bien (un esteta):

    “En torno a estos objetivos debería poder articularse una amplia coalición social que uniese a ecologistas, defensores de los animales, ganaderos de montaña (y pequeños ganaderos en general), presentadores de las razas autóctonas, agricultores biológicos, activistas de la alimentación natural y consumidores conscientes. El lema de una coalición así podría ser "menos carne, mejor carne, vida para el campo"

    Este párrafo arroja un sinfín de reflexiones, todas funestas, sobre lo que cree saber el autor. Me recuerda, en la “inocente” formulación a cuando creo fue Aznar le preguntaron qué vale un café en la calle y dijo un euro (él, que vivía de rico y no tocaba bar, no tocaba calle). Ewing no toca ni ha recorrido los ámbitos sobre los que se permite hablar. Porque si supiera que “los activistas” animalistas no nos “ajuntamos” con ganaderos, no habría dicho tal mamonada tan jodidamente ofensiva (siento el tono pero esto ya cansa, y enfurece).

    Por fin se desvela lo que todos ya sabíamos, y lo sabía Donald Trump y lo sabía el CSI. Que el autor jamás hablará de veganismo como la mejor forma de trato y respeto animal (pues él ni siquiera lo es), porque decir “menos carne, mejor carne” y no darse cuenta de que produce arcadas tal afirmación, no darse cuenta quien dice eso que provoca rechazo no sólo a los que de verdad respetamos a los animales cuando hablamos de ellos, a los que de verdad los consideramos hermanos (creo que la frase puede resultar desagradable a cualquiera, esté sensibilizado o no); es por enésima vez quedar como el culo mostrando sus pretensiones, que como se ha dicho machaconamente, son preservar su privilegio de comer animales, aunque él se proclame como vegetariano que come huevos... y algo de queso. Bueno, he escuchado frases parecidas de gente que se dice vegetariano, y hoy reconocerse vegetariano equivale al conocido “como poca carne”, que no es nada. En el término vegetariano cabe todo, gente que no come carne roja pero come peces y huevos y leche y... o que come poco pescado y algo de carne pero sólo una vez a la semana, blabla. Mentiras. Siguen siendo carnívoros que mienten respecto a su nulo compromiso y su desprecio claro y del que parecen avergonzarse hacia los animales, y se avergüenzan no por los animales, sino por sus interlocutores humanos. Es, al parecer, hoy muy in y muy guay decir que se es vegetariano. Ahí JR quiere estar a la última. Gurú de estar a la última.

    Hay un capítulo donde se habla de xenotransplantes. Donde JR dice: “Vaya por delante que, si los cerdos donantes —animales altamente inteligentes y sensibles, pero que, por lo que hoy sospechamos, no son capaces de anticipar su propia vida futura— pudiesen llevar una buena vida y ser sacrificados de forma indolora, su utilización no plantearía problemas éticos insuperables, a mi juicio. (Al fin y al cabo, en el capítulo anterior no hemos abogado por el vegetarianismo estricto, sino por la eliminación de la ganadería intensiva.)”

    No sé a vosotras/os, pero a mí me atufa ya demasiado, y lo digo en serio, a cómo hablaban los nazis de los judíos. Se asemeja, espeluznantemente su prédica, a la idea de la raza aria de los nazis. Y como hay neonazis, pues hay neoantropocentristas. Para mí son lo mismo, supremacistas que barren a sus inferiores mediante mentiras que proponen asentadas en razonamientos y bases de conocimientos serios.

    Al habla el antivivisector vegano Javier Burgos

    JR califica de progreso moral esto:

    “Los xenotranspantes suponen un refuerzo de la relación de explotación entre el ser humano y el resto de la naturaleza, pero tampoco esto parece un argumento concluyente. Si una sociedad decidiese emplear algunos miles de cerdos en xenotrasplantes, renunciando al mismo tiempo a la cria y sacrificio de millones de víctimas porcinas como alimento, pocos pondrían en duda que se trata de un progreso moral.”

    Toca citar al experto vegano en contra absoluta de la vivisección Javier Burgos, para que aclare las ideas a este aventurero (el Jesús Calleja del animalismo) en contextos que no conoce, sobre la vivisección, que es el motor pútrido y multimillonario a cargo de las torturas de billones de animales cada año para la pretendida mejora de la salud humana. Javier Burgos no sólo afirma que la vivisección es cruel, sino que es inútil, y que además retrasa ponerse manos a la obra en trabajar de verdad en la salud humana, en los hábitos y en la prevención de enfermedades.

    Javier Burgos pondera ampliamente y con sencillez:

    “Hay que distinguir entre "animal experimentation" que supuestamente se realiza para curar la cantidad innumerable de las enfermedades que nos aquejan, y "animal testing" que supuestamente se asegura de que los productos farmacéuticos y químicos de todo tipo que se quieren poner a la venta, no van a ser nocivos o incluso mortales para la salud humana.

    »Hay que entender que prácticamente toda la "investigación científica" que se lleva a cabo para supuestamente encontrar curas para las enfermedades que nos aquejan, se basan en el concepto de la "investigación experimental" o más concretamente el "animal model of human disease" ("modelo animal de la enfermedad humana"). Este concepto está basado en las enseñanzas del francés Claude Bernard, fundador en el siglo XIX de la medicina experimental y padre de la vivisección moderna.

    »Esto va a ser difícil de creer pero es la realidad: Según este modelo, se obtiene un animal perfectamente sano y se le "transmite" (por medios usualmente violentos) la enfermedad que aqueja al humano. Por ejemplo, para estudiar la diabetes humana, se extirpa el páncreas de un perro, lo que naturalmente ocasiona problemas en el perro. Según los "investigadores", ahora ya se tiene "el modelo animal de la diabetes humana". A partir de ahí, se realizarán todo tipo de manipulaciones y "tratamientos" para obtener la "cura" de la "diabetes humana" que se ha "recreado" en el perro. Y para financiar esta "investigación científica" y pagar los salarios de los "investigadores", lo único que hay que hacer es conseguir subvenciones médicas, agenciarse cientos o miles de perros y pasar años y años "investigando" y recibiendo las subvenciones.

    »No hay que ser un genio, tener la carrera de medicina, o ser un biólogo para entender lo siguiente: primeramente, los animales son diferentes del ser humano en todos los aspectos posibles: anatómicamente (son cuadrúpedos; imagínate lo que esta enorme diferencia representa), histológicamente (las células que forman los órganos y el cuerpo son diferentes), y también los sistemas: inmunológico (la mayoría de animales tienen una resistencia a la infección muy superior a la humana), nervioso, circulatorio, digestivo, respiratorio, etc., etc. Las diferencias no tienen fin.

    »Pero es importante entender que los animales entre sí también son muy diferentes. El ratón y la rata, por ejemplo, son dos especies diferentes y lo que es un carcinógeno para el ratón no lo es para la rata. Lo mismo ocurre con todas las demás especies.

    »Pero el argumento más poderoso es que una vez se ha "recreado" una enfermedad, lo que se ha producido no tiene nada que ver con la enfermedad que ha surgido de forma espontánea en el cuerpo, sea del animal o del humano. ("recreado" y "espontáneo" son términos opuestos).

    »Lo que nos lleva al argumento supremo: que la investigación experimental no funciona con seres vivos por esta simple razón. En otras palabras, si un investigador cogiera un ser humano saludable y le extirpara el páncreas para estudiar la diabetes, los resultados también serían totalmente inválidos porque las personas que sufren esta enfermedad no la contrajeron mediante la extirpación violenta del páncreas, sino tras un proceso biológico muy complejo —que desconocemos totalmente— causado, entre otras cosas, por la alimentación. Si el "modelo de enfermedad humana" no puede funcionar con humanos, imagínate lo que ocurre con seres que son totalmente diferentes, como acabo de mencionar.»

    Concluye Javier Burgos:

    “La lógica muestra el camino. Hay dos formas de afrontar los problemas de salud. La mejor y más económica es la prevención. Cae por su propio peso que si queremos tener salud tenemos que comer comida sana, beber agua pura, respirar aire puro y hacer ejercicio.

    »Si estas condiciones no se cumplen, no habrá forma de ser saludable y las enfermedades que inevitablemente contraeremos no se curarán aunque sigamos haciendo millones y millones de experimentos con animales.

    »El problema con la prevención es psicológico ya que los vivisectores también han convencido a la humanidad que ser saludable y no tener que depender constantemente de la industria médica es una quimera, un sueño inalcanzable. ¿Cómo puede la gente creer en la prevención cuando lo único que vemos a nuestro alrededor son enfermedades de todo tipo?

    »Cuando la enfermedad ha ocurrido, la única solución científica es la investigación CLÍNICA que es lo opuesto de la investigación EXPERIMENTAL de la que ya he hablado. Las personas que están enfermas necesitan tratamiento y es solamente investigando los síntomas de las personas que han contraído la enfermedad espontáneamente que podremos determinar la causa y la cura de la enfermedad.»

    Creo necesario mostrarle al lector la importante andadura antiespecista de Javier Burgos (Barcelona, 1945). Estudió Derecho e Idiomas Modernos y en 1971 se trasladó a Los Ángeles, donde trabajó como profesor de idiomas en universidades y fundó una asociación antiviviseccionista que trajo de cabeza a los científicos que experimentan con animales, en concreto al cirujano Leonard Bailey, quien trasplantó un corazón de mandril a una niña norteamericana que acabó muriendo pocos días después. Burgos produjo el documental Hidden Crimes (Crímenes Ocultos), en el que se recogen imágenes filmadas en los laboratorios viviseccionistas por ellos mismos y por el Frente de Liberación Animal (ALF) de Estados Unidos. La película fue vista por millones de estadounidenses. Desde hace unos ocho años Burgos ha vuelto a España y desde aquí quiere reavivar el discurso de la verdad sobre la tortura cotidiana a los animales bajo falsedades cruentas para ellos y para nosotros.

    Cuasi-persona. Ario. Animales. Humanos.

    Lamento salir de este remanso purificador de inteligencia desplegado por Javier Burgos para volver a los exabruptos animalópatas de JR:

    “En nuestro caso diremos que son cuasi-personas todos aquellos seres humanos que no son personas en sentido moral (incluyendo desde luego casos como el recién nacido, el deficiente mental profundo o el enfermo reducido a la condición de lo que a veces se llama "vegetal humano”); y también aquellos animales cuyas capacidades sensoriales, emocionales e intelectuales no quedan por debajo de aquellos "casos límite" de lo humano. En mi intención, ello supone que caen ciertamente dentro del concepto animales como los gorilas, los orangutanes, las oreas y los delfines; caen fuera de él animales como los lagartos o las palomas, y hay una zona de penumbra en la que estarían los animales como los perros, los cerdos o los conejos. Aunque ciertamente podría intentar precisar más la extensión del concepto, creo que de ello no se seguiría ventaja alguna para el tipo de argumentación desarrollado en este libro.”

    Lo dicho. Ario. Cuasi-persona. Estamos en la misma linde. Riechmann usa los términos persona y humano para establecer una línea de diferenciación entre los humanos y el resto de los animales, así privilegia a la especie humana, dotándola de una mayor “perfección”  y relevancia y denosta al resto de especies animales, por considerarlas inferiores; este ideal, el suyo, el antropocentrista, es el que ha llevado al humano a gobernar por sobre todas las naciones animales cazándolas, despellejándolas, encerrándolas, hacinándolas, gaseándolas, usándolas en pruebas médicas absurdas y ociosamente sádicas, por la sencilla matemática (sencilla para alguien que tenga la mente muy dañada): somos superiores a vosotros, luego hacemos lo que queremos de vosotros. (Sobre esto también expuso Burgos que si realmente un grupo de seres considerasen inferiores a otro grupo de seres, deberían por lógica los superiores proteger a los inferiores, por su situación de vulnerabilidad; no dañarlos.) El término Cuasi-persona, que como he indicado antes es exactamente igual al de judío (o no ario) para los alemanes que se creían arios, viene para apuntalar a los animales como usables porque “no valen nada” o “porque valen menos”.

    Sobre el concepto Cuasi-persona, Rosa Más vuelve para aclarar:

    “El término cuasi persona es una burla para los demás animales, pues no define en absoluto de qué estamos hablando y mucho menos  parece cuadrar con la consideración que merecerían una hermana o hermano reales. ¿Los demás animales serían entonces hermanos de tercera regional? ¿Nuestros hermanos son carne? No existe mejor carne ni nadie bueno que vigile un trato presuntamente humanitario para unas víctimas que no tienen el menor interés en acabar en una mesa de experimentación o en un horno. El llamado bienestar animal es un gran ejercicio de cinismo: habrá que recordar que la infausta Vivotecnia contaba con “todas las garantías de buen trato”, pues en el fondo, de eso se trata, de disfrazar las aberraciones que se comete contra los demás animales para acallar conciencias, que todo cambie para que nada cambie.”

    Las palabras pueden otorgar felicidad y ser sanadoras. Pero las palabras también matan.

    La Enciclopedia del Holocausto nos dice sobre el término ario: “Además de utilizar el término ario como sustantivo para referirse a las personas, se utilizaba como adjetivo que implicaba no judío. Por ejemplo, la parte de Varsovia que estaba fuera del ghetto judío establecido por los alemanes se conocía popularmente como “el lado ario”. El término ario también fue la base de otro término relacionado: arianización (Arisierung). Este término describía el proceso de confiscación y transferencia de negocios y propiedades de judíos a los no judíos de la Alemania nazi y de la Europa ocupada por los alemanes.” (Vemos cómo el uso de la retórica y la semántica de los alemanes nazis para demonizar y ningunear la vida de los judíos tenía además del sentido ideológico, práctico: despojarlos de todo, hasta de sus vidas. Exactamente lo mismo que busca, y ha logrado, el antropocentrismo que con tanto ahínco defiende JR respecto a los animales: despojarlos de todo, situarlos en una esfera de importancia ínfima, y matarlos y usarlos en experimentos como los de Mengele, en la vivisección. Holocausto animal y el nazi, contienen iguales elementos ideológicos y de perpetración de una ignominia que favorecen para sus placeres mentales y físicos a psicópatas sanguinarios.)

    Ah! Pero más adelante en el libro concede el autor lo siguiente (haciéndose nuevamente de inocente y humilde Caperucito):

    “Creo que nunca se hará suficiente hincapié en que la ignorancia es casi siempre la base para definir al diferente como "otro". Para estigmatizar al negro, al homosexual o al judío necesitamos mantenerlos a una prudente distancia intelectual y emocional; y a la inversa, el conocimiento sobre las reales características y atributos de las personas pertenecientes a aquellos grupos tiende siempre a dificultar su exclusión de la comunidad de los iguales. Cuando individualizamos, cuando damos

    un nombre propio y conocemos por ese nombre, difícilmente podemos después despreciar o torturar”

    Parece una advertencia a ganaderos y otros abusadores y asesinos de animales: “no les pongáis nombre, u os darán pena, y acaso vendrán los animalistas a defender a la cerda Elsa o a la gallina Luisa, ¡no los individualicéis, o me quedo sin mi queso! ¡Me quedo sin huevos!

    Concluye desvelando despellejado (ya todo su peto rojo de pensador trasnochado JR) todo su pensamiento en el capítulo Jerarquías:

    “En definitiva afirmar que conviene otorgar a algunos animales ciertos derechos no equivale a decir que todos los animales deban ser tratados de la misma manera, ni que todas las vidas tengan el mismo valor, ni que la vida sea el valor supremo. Contra el antropocentrismo excluyente hay que defender, me parece, que todos los seres sintientes, con necesidades e intereses, son dignos de consideración moral por sí mismos; pero (contra el biocentrismo excluyente) hay que afirmar también que no todas esas necesidades e intereses son igualmente valiosos o importantes, sino que pueden jerarquizarse. Grosso modo el criterio de jerarquización será el lugar que los portadores de intereses ocupen en la pirámide evolutiva (pues este lugar se corresponde grosso modo con capacidades moralmente relevantes como la capacidad de sentir, la de "ser sujeto de la propia vida”, la inteligencia, la autoconciencia, la memoria y la capacidad de anticipación, etc.). Las personas están situadas en el vértice de esa pirámide. Ello no sólo les concede derechos especiales, sino también responsabilidades de gran envergadura: y sin duda es esta última perspectiva la que más conviene enfatizar a finales del siglo XX”

    Glorioso JR. Las Tablas de la Ley. “Porque somos los mejores bueno y qué”.

    Hay un capítulo donde ya la risa floja se dispara, por el nuevo disparate de JR (y ya meto cacofonías a sabiendas; yo también me convierto, por mimetismo con JR, en un tocahuevos profesional).

    En el apartado NECESIDAD DE UN DEFENSOR DE LOS ANIMALES, el filósofo (a)moral nos explica, arrobándonos con los tremendos hallazgos que su sabiduría única toca: “Pensemos que en países como el nuestro la mayor parte del trabajo de protección de los animales estribaría en vigilar lo que sucede dentro de los laboratorios de investigación y en las industrias agropecuarias. Con tal fin, se diría conveniente la creación de un Defensor de los Animales y del Medio Ambiente (o más bien dos defensores, cada uno con su función), y conferirle una posición institucional tan sólida como la del Defensor del Pueblo. (Dicho sea de paso, también nos haría falta un Defensor de las Generaciones Futuras con análoga solidez institucional.) También figuras como la del "hombre bueno” que encontramos en la legislación tutelar sueca (god man) o noruega (hjelpeverge) marcan un camino posible: se trata de un tipo especial de asistente social remunerado, que tiene un estatuto legal bien definido y puede realizar ciertas acciones jurídicas en beneficio de los disminuidos psíquicos a quienes tutela. Sería menester conferir al Defensor de los Animales, a un posible cuerpo funcionarial de "hombres buenos” para con los animales, y a ciertos grupos ecologistas y de defensa de los animales, poderes jurídicos para proteger a los animales y el medio ambiente (o sea: la facultad de iniciar acciones legales contra quienes dañan el medio ambiente o a los animales). Es evidente que otorgar a ciertos agentes legitimación procesal y a otros no podría generar conflictos (¿qué criterio se emplearía?). Pero este asunto será menos problemático en la medida en que el ordenamiento jurídico estipule con precisión el tipo de derechos y el tipo de protección de que gozarán las diversas clases de animales, reduciendo en igual medida la discrecionalidad de los agentes humanos que intervengan en los procesos.”

    Con toda la que ha montado, JR creo que en el prepotente, estúpido y “Disney” párrafo anterior, da más risa en lo expuesto en aquello de que urgiría un “Defensor de las Generaciones Futuras”. No lo digas muy alto, JR, que si se instituyera esa figura, a ti te ponen en esa universidad en que trabajas de operario de limpieza (ni siquiera de telefonista, pues hablando eres un peligro neurológico, a mí me tienes con dolor de cabeza, como poco), con prohibición de entrada en la biblioteca.

    No dejaré de decir que el concepto imposible y nuevamente torticero de “hombre bueno”, además, por si no fuera poca toda la ofensa a la auténtica moral desplegada en la obra, es machista. Esto es: ¿por qué no “una mujer buena”? Pues porque JR es antiguo, conservador, añejo, utiliza hombre como genérico de hombre y mujer, se ha quedado muy atrás, y por eso escribe lo que escribe y piensa como piensa.

    En resumen, el libelo “Todos los animales somos hermanos” es una descarada estafa, una burla estrafalaria y maléfica, un mal chiste para los animales y sus defensores. Que ha sido escrito por un especista para perpetuar el orden humano autoritario y opresor, torturador y animalópata, sobre el resto de las especies. Y que se ha vestido de estética animalista con un título tal, para llegar a más gente con su ideario supremacista del ario humano contra el judío animal. 

    He pasado a varias compañeras y compañeros veganas/os este libelo de JR, ninguno sabía de él, a alguna le sonaba pero no lo habían leído. Una vez lo leyeron, a mi petición (advirtiéndoles de que lo hicieran con mascarilla covid) todos me mostraron que sintieron igual impresión a la mía, en lenguaje llano: un cabreo monumental. Sintieron el mismo asco ante las exposiciones de Jorge Riechmann que yo he sentido. No hay nada peor que lo artero, que lo artero usado por secuestradores para mantener retenidos ad infinitum a los rehenes (los rehenes siempre están en inferioridad de condiciones, los secuestrados siempre están en inferioridad de condiciones, aunque no, no son inferiores a quien los secuestra y retiene, que es una cosa muy distinta).

    Culmina este texto a medio camino entre la reseña y la denuncia y el aviso a caminantes, la palabra de Aurora Marcos, vegana y activista animalista, quien después de leer  “Todos los animales...”, quiere decir, en nombre del movimiento animalista (subrayo todo lo que dice):

    “Como vegana y activista  me veo en la obligación de levantar mi voz para condenar todo intento de intrusismo en estos territorios de La Defensa Animal. Tal es el caso del escritor Jorge Riechmann, que a través de su libro cuyo título deliberadamente elegido "Todos los animales somos hermanos " invita a adentrarse a un recorrido filosófico de juego de palabras falaces y fulleras donde refuerza el derecho del humano a pisotear a los animales con la excusa de hacerlo con "cuidado" en todos los ámbitos que vienen padeciendo.

    »Tan reprobable es el libro como su edición con el agravante de haber sido escrito por un profesor de filosofía moral.

    »Desde "mi cátedra" como activista le exijo no volver a poner sus manos encima de los animales, que escriba o ensaye sobre lo que quiera pero a los animales ni les nombre.»

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