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Per Ángel Padilla
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Cómo viví la presentación de «La Bella Revolución» en la FNAC Valencia el 4 de octubre

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    Cómo viví la presentación de «La Bella Revolución» en la FNAC Valencia el 4 de octubre- (foto 1)
    Cómo viví la presentación de «La Bella Revolución» en la FNAC Valencia el 4 de octubre- (foto 2)
    Cómo viví la presentación de «La Bella Revolución» en la FNAC Valencia el 4 de octubre- (foto 3)

    —¿Vamos todos de negro, Ángel? —me preguntó una compañera vegana en el grupo de whatsapp que habíamos preparado para calcular los activistas que iríamos, los voluntarios y el público base. Siempre que preparo un acto, presentación de libro, acción literario animalista en la calle, co-preparo con otras/os manifestaciones o concentraciones o acciones directas, comienzo una lista con los nombres de quienes van a activar, asistir y/o apoyar. Esta es una forma de fidelizar a la gente que dice que va a ir, que no se le olvide o que teniéndolo siempre a la vista, día tras día pueda hacer el boca a boca y atraer a más gente. Es una simple nota donde pone: Pilar, Andrea, Luis, José L (por confirmar), María Luisa (por confirmar), Ipek, Ana V... Y esa nota es usable por cualquiera de los que está en el grupo del whatsapp, cuando se entera de que alguien de sus cercanos o de la red o de lo que sea le dice: yo iré, anota su nombre a la lista y todas sabemos, por otro lado, en completo directo (como dirían las estúpidas teles) cómo va resultando el interés en la gente del acto.

    —No —le respondí a la compañera a su pregunta de si iban de negro—, mejor id como sois vosotras/os. Si puede ser al estilo lo más punk posible, con ropas raídas, muñequeras (no de piel, claro), cadenas o cadenitas, cuerdas (símbolos del apresamiento y del martirio) y, sobre todo, con el rostro pintado como cuando los indios norteamericanos se preparaban para la guerra.

    —Ah. Yo lo decía porque si vamos todos con un mismo color se nos reconocerá mejor —me respondió la compañera, eso o algo parecido (cito de memoria).

    —Con “La Bella Revolución” vamos a permitir, por fin, en la poesía, que es el lenguaje más libre, que se pronuncien los animales esclavizados y torturados, pero la obra impulsa también una protesta mundial contra la estructura no sólo moral sino física de privilegios del humano; impulsa la obra un avance telúrico que propicie derribos y derrumbes, del stablishment, de la sociedad humana conocida como tal, es un quiste, hay que extirparlo del mundo natural, pues ya sabes que lo está matando, no sólo a cada criatura sino al conjunto, a la Vida en grande. Su hoz se irriga —en infinitas hoces girantes y afiladas— con su cultura, la cultura humana está envenenada de un montón de cosas ideadas por la Banca y los ricos, una de ellas es la uniformidad, las modas ayudan a la uniformidad, al contrario de lo que propugnan: la libertad y frescura en las vestimentas. Las modas dictan, como dicta un oficial general qué traje, idéntico en todos los soldados, deben llevar cada día. Nosotras —le dije, con menos palabras que aquí desarrollo, más conciso, a la compañera — debemos parecernos lo más posible a las/os Porfinllegadas/os. (Los Porfinllegados y las Porfinllegadas son, en “La Bella Revolución”, los humanos que nacerán en el futuro niños y niñas y ya vendrán con un término nuevo en la cabeza, puro e intocable e insobornable como toda la mentira que ahora tienen casi todos los niños en los cerebritos, como un trigo negro que no da pan, calcinado, en un campo fructífero: los Porfinllegados tienen la palabra Libertad en más alta estima que otra cosa, saben qué es la tierra, y la respetan, saben qué es sentirse solo y rodeado, y evitan que otros seres lo estén; y Liberar es su destino, liberar a todo ser que sufra secuestro, claustro y martirio a manos de los humanos.

    Como se dice en los cuentos sobre los demonios, el anticristo lleva el 666 grabado en alguna parte de su cuerpo. Si las Porfinllegadas de La Bella Revolución llevasen grabado algo, sería en la lengua y se leería: Libertad en todo ser.

    Realizadas las muchas escaletas para el acto, que Iratxe y yo tratamos siempre como una obra de teatro, pero libre y con las dosis de espontaneidad que sean necesarias (cuantas más, mejor), distribuidos los momentos de acción de cada músico, cada activista, cada poeta en el escenario o entre el público, me dispuse, como hago siempre, a mirar 'lo mío' en el último momento: me adecué la escaleta a los términos más mínimos: Primero: proyección de Alberto García-Teresa, Segundo: blabla...

    Y miré que lo tenía ya todo. Había colocado días antes una hojita en la bolsa de mis cadenas y cuerdas. En la hojita ponía todo aquello que no me podía olvidar al salir de la puerta de casa camino a la presentación (mi cabeza también la apunto en la notita): el palo vasco (un palo de madera curvada que encontré en el campo y que pinté de colores y trazos vascos, que es como pintan algunas maderas de árbol allí, y me fascina —como el Bosque pintado de Oma—, el palo es imposible, en un sentido de que no serviría jamás de bastón, por la curvatura, más bien hace como una ese, pero lo llevo a modo de bastón, o cetro de visionario o loco, cuando llego a los lugares); prosigo con lo que ponía en la notita de recordatorios: pintura de rostro, azul, esta vez; cadenas (las tengo de varias medidas y tamaños, la más grande pesa bastante y siempre me la coloco al llegar, enganchada de la cintura y la dejo caer, me arrastra como un metro o más por el suelo, como si acabara de escaparme de una mazmorra, todo en mi aspecto simboliza la esclavitud, esclavitud mezclada con guerra contra la esclavitud, de ahí las pinturas en el rostro y la utilización de la (esclavista) cadena como, ahora, un arma, como un elemento violento, me la enredo por los hombros, en distintas ocasiones del acto dejo caer al suelo la más grande y pesada, y suena como a medieval y a amos y a castigos y a penas animales humanas y no humanas, también sobre todo suena —evidente— a cadena cayendo al suelo, y ese sonido se ha oído en este mundo demasiadas veces, sólo que lejos de nosotros: los lugares de maltrato y crimen de animales los humanos, qué pillos, los enclavan lejos de las ciudades. Pido al lector atento e interesado que ponga en el buscador de internet “matadero de cerdos”, se acerque lo más posible y escuche, los gritos desgarrados y espeluznantes de los cerdos que emergen del interior de esas instalaciones... Eso en esta tierra no debería existir, y ese infierno lo procuran no sólo los matarifes, sino mano a mano los matarifes y la demanda: cualquier hombre o mujer que en la cola del supermercado lleva en su cesta animales troceados los mata con el mismo cuchillo enorme que usa el matarife para amputar piernas y rajas de arriba abajo los animales aún conscientes en la sala de despiece del matadero, para una demanda sin corazón, sin conciencia, sin... (mejor decir “con” qué?, con nada... ¿qué puede haber en el pecho de alguien que paga por meterse en el interior de su cuerpo a otro ser que amaba e intenta cuidar de cualquier mal su vida tanto como él?) Se llaman civilización, dicen son científicos, han llegado a la luna, sí, claro, y siguen siendo caníbales, y llaman salvajes a las tribus que, con respecto a ellas, se comportan mil veces peor con la naturaleza y los seres que como los aborígenes, con respeto la habitan. No diré que estoy a favor de que las tribus cacen o pesquen, en absoluto, sólo comparo a quienes llaman salvajes e inferiores respecto a ellos, los urbanitas, el sumun del saber, ja, el sumun de la maldad consciente.

    Grave es nuestra lucha, pero la debemos librar. Yo siempre digo que fui como quien no es vegano, Pero (este pero es esencial) cuando descubrí qué era aquello que desde niño me hicieron comer, dejé de hacerlo, sencillamente me negué a seguir formando parte del mayor acto de maldad, crueldad y violencia que la humanidad perpetra día a día y lo ha hecho durante siglos. Pero ah! Esa era otra época, cuando yo me torné vegano, o mejor decir: dejé de tragar sufrimiento, sangre y crimen. Y esta época muestra ya todo, en la mía nada se sabía, sobre la explotación animal. Hoy, nadie puede decir ¡lo desconocía! Pero (de nuevo el pero) aun sabiéndolo, escogen seguir haciendo daño. Me parece inaudito. Ser vegano representa que más de 500 animales cada año dejen de nacer esclavizados y maltratados y asesinados en una muerte dolorosísima e inimaginable. Además, hay que decirlo, un vegano genera veinte veces menos huella ecológica que un no vegano. Ya se reconoce por ciertos sectores no necesariamente veganos —pero que han decidido que seguir mintiendo es hacer el ridículo—, que para que los no veganos sigan tragando animales, la contaminación que se genera, y el expolio de los medios naturales (campos donde se siembra el grano y el pienso para los animales destinados al plato del no vegano, agua que se usa para estos desdichados, etc), son tan grandes y graves que si solo la mitad del planeta se hiciera vegana el calentamiento global se frenaría de golpe. El metano y otros venenos que ascienden de los infiernos animales contamina más el cielo y los ecosistemas que el tráfico rodado. Ahí tienes, lector, si no eres vegano y los animales no te importan, una buena razón para serlo, si es que sólo te interesan los humanos, “tus semejantes”: con el veganismo se reparte equitativamente el terreno cultivable, siendo veganos, comiendo vegetales, no existirían los llamados terceros mundos, segundos mundos. No estarían las grandes potencias desertizando países que ya de por sí son pobres, haciéndolos paupérrimos, luego lloran, los que comen animales, contemplando las imágenes que las sacrosantísimas televisiones muestran en sus telediarios de escenarios de hambrunas —los niños! ¿no te importan?— y de guerras, todas libradas para obtener más tierra, más materiales, más “cosas” para que los egoístas consumidores que no piensan en nada, en ninguna consecuencia de sus actos en sus miserables vidas, vivan sin comprometerse con nada, más que consigo mismos.

    Prosigo con la preparación de 'lo mío' para la presentación: anoté con pos-it en el libro qué poemas leería, los iniciales de “La Bella Revolución”, que pedí a la poeta Carmen Carrasco me acompañase en ello, también debía leer, finalizado este apartado, el “Laura los Pueblos”, que dediqué a mi sobrina Laura y en extensión a todas las Porfinllegadas, a la potencia de la mujer, el movimiento animalista está constituido en su mayor parte de mujeres. No es ninguna casualidad. Por eso en el poema nombrado digo “las mujeres del mundo son / la más segura mano. / Las mujeres del mundo son en quien más confiar.”

    Y en “Celebración de tu Victoria”, que también marqué para leer, digo “Una mujer que defiende a los animales es el principio del mundo”. (Me dijo la fotógrafa Elisa Ramón que le gustó mucho la parte recitada de estos cantos para Iratxe, que son continuación, ya estos en el apartdo “El libro amarillo de agosto”, del cántico a mi amada, el mundo: Iratxe: yo lucho por los animales, los animales son Iratxe, ¿no la conocéis? ¿No conocéis la animalidad...? Sí, buscad, a vuestro alrededor tenéis alguna Iratxe, hay muchas Iratxes en el mundo. Buscad a Iratxe... está cerca...

    Marqué con post-it, comprobándolo con la escaleta (donde ya estaban registrados los poemas que había seleccionado y mejor empastaban rítmica y plásticamente con las actuaciones de los músicos y el efecto de los activistas en tal o cual momento), el poema “Llora Britches”, del que debía leer sólo hasta la mitad antes de que el técnico de la Fnac proyectase el videoclip que de la canción que inicialmente hizo Lyvon en 2007, se regrabó por completo en pleno confinamiento mundial por covid en 2020 por músicos de bandas como SynlakrosS, Sylvania, Abismo, Electric Bang, Azrael...

    También marqué para leer el principio de la “Canción del sol”, donde se rubrican sentencias de liberación (animal) que deberían ser el abc de la educación de cualquier chaval: “Todos los animales deben ser libres”; “Si dudas de ello es porque tú también eres un esclavo”... etc. Hablé con Txus Bixquert para que me acompañase con la guitarra en este tramo, a cada sentencia él debía hacer algo con la guitarra, tipo un martillazo, él me propuso lo que acepté de inmediato, “algo primitivo”, me dijo: puedo hacer así (yo lo oía en el audio que me mandó por whatsapp, y se oía su voz y su guitarra, escuché cómo golpeteaba la madera de la guitarra y hacía sonar a uñazos todas sus cuerdas, como un pequeño trote de caballo y luego la sentencia sonora la daba el sonido rudo de las cuerdas). ¡Eso! ¡Eso, así lo quiero! Le dije, Txus se rio y lo aceptó. Como quieras, hermano.

    Trabajar con los músicos es de lo más sencillo, siempre me ha sido muy placentero. Los poetas y los músicos somos lo mismo, y a la inversa. Txus Bixquert tiene letras para sus canciones que son pura poesía, y yo jamás he escrito una obra poética o una novela sin tener en cuenta, sin escuchar, que es una sinfonía, que tiene sus sonidos, sus melodías, armónicas o no, disruptivas, cacofónicas incluso (si es necesario al momento cantado) según lo que se quiera comunicar.

    Con los poetas me llevo peor, suelen ser tipos engreídos, sobrados, que se rebozan en la vaguería, que esperan que la gloria toque a su puerta con sus puños dorados mientras ellos fuman porros (esto que acabo de decir parece una frivolidad, pero no me refiero a los porros, se me entiende que hablo de estar 'colgado' de una sola idea, con un par de libros mediocres publicados o autopublicados, y desdeñan hacer mucho más de lo poco que generan, porque se conforman y creen que ya lo tienen. Los escritores, los escritores mediocres, no luchan por su obra. Mienten con cosas como “yo no pienso en los demás cuando escribo” o el mortal (por mortífero en estupidez) “escribo solo para mí”. Por eso me llevo mejor con los músicos que con otros artistas, somos como primos hermanos. No hay rivalidades. Además, históricamente la poesía nació de la música, o vinieron a la par, son lo mismo. Sin embargo poeta con poeta (yo no lo entiendo así, pero los demás parece que sí, a lo visto) son rivales, hacen como que son hermanos fraternos, hermano, siéntate aquí, ¿te apetece una cerveza? ¿Qué es de tu vida? Todo falso, de normal piensan: yo soy la gloria y este un principiante. Y fingen. Los hay de verdad, los poetas salvajes que yo llamo, que huyen de las camaraderías y de todas esas mierdas, de chupar culos de dueños de revistas de modas literarias, pero son los menos, nombraría entre los poetas salvajes a Jesús Lizano, a Katy Parra Carrillo, a David Fernández Rivera, a Enrique Falcón (que se junta con otros poetas muchas veces, pero porque él tiene un sentido de lo humano muy acentuado, y él de verdad cree en lo fraterno humano). Yo ya no creo en lo fraterno humano, en mis inicios sí: hace mucho que sólo creo en lo fraterno animal.

    Pero esto tiene tres páginas dinA4 ya y creo debo ir plasmando el nudo, con rapidez, y despachar el texto, con mayor celeridad y síntesis, o la gente que haya llegado hasta aquí se me pirará.

    O, veamos, dejémoslo así: si te estás aburriendo, pírate. Si tú que lees te parece bien lo que lees, sigue con nosotros. No podemos vendernos. Como dijo Flaubert, con respecto al arte, no es el arte el que tiene que descender a la gente sino la gente subir al arte. Dicho con términos que parezcan menos clasistas que lo dicho por el francés eternamente ofuscado, yo creo que arte es emoción, y con una carga de mensaje. En mi caso el mensaje es de compromiso, invitación a la guerra por los animales, por la animalidad, por aniquilar la infamia de llamarse “humano” y de ser “social”, por aplastar Lo que ha aplastado todo lo bonito e inocente para que nunca pueda volver con tanta ligereza e impunidad a generar crimen en masa diario: Hemos de derribar estos edificios, estos colegios electorales, estas bibliotecas hemos de llenarlas de libros donde los animales aparezcan como son y no como los han convertido los humanos, el Parlamento que sea un lugar donde quien no tiene techo lo tenga, y hablo tanto de perros y otros animales no humanos como de personas. Los cuarteles militares hay que desmantelarlos, inhabilitarlos, así como todos los laboratorios de vivisección, todo lugar de explotación animal sean acuarios o zoos o falsos lugares de recuperación de fauna que son zoos camuflados de lugares de recuperación de fauna, etc.

    ¿Sigues aquí? Ah, ok, gracias. Tienes buen corazón, y paciencia. Mucha paciencia. Ganas de escuchar —imagino— una voz distinta a las escuchadas, que agotan ¿verdad? Porque aguantar un discurso como el mío, has de haber realizado antes renuncias importantes, por ejemplo saber que el amor propio no consiste en no doblegar lo que uno piensa o cree por nada del mundo. El debate es el mejor oxígeno para la sangre colectiva. Yo no he llegado a una verdad impoluta, pura, sectaria, estoy lleno de dudas. No me creo lo del universo, que estelarmente siga, y siga, y siga parriba, parriba, sinfín parriba... sencillamente mi cabeza no puede entender eso tan amplio (ni la de los demás, no me jodas), y no creo que la ciencia haya despachado ese acertijo con verdades inamovibles, como la del big bang, los agujeros negros y el agujero blanco del culo del Papa (que también traga vidas y universos enteros). En fin, que la cuestión no es descubrir todos los secretos (otra trampa de la cultura humana), hay que vivir, sin más. Uno no se sienta a observar el mar, a disfrutar de su salvaje y bella cercanía, y de pronto se levanta para medir la composición de sus aguas, con una vara extendida intentar establecer cuánto mide de largo y ancho, etc. O sea, vivir contra desmontar. La ciencia, la cultura, dedica su vida a intentar desmontar los prodigios, si pudieran desmontar el sol como se abre una caja con un juguete y se desmonta el juguete, el homo sapiens siempre colonizador lo haría, en lugar de disfrutar de la luz. Así es el human, así de tonto, así de imbécil, y así de cruel. Porque no hay que olvidar que en esto del abrirlo todo hay crueldad, porque se abre lo inane y lo vivo, la vivisección es prueba de ello. Se sigue en las universidades abriendo animales para que los estudiantes vean qué hay dentro, cuando se sabe lo que hay porque hay dibujos, se sabe, ¡y se sigue haciendo!

    Tal el humano, una especie de niño curioso, cruel, que obsesivamente quiere desmontarlo todo, este proceso comenzó con los alabados filósofos, que se pasaban el día pensando sobre el agua, el fuego, el movimiento... Seres que pasaron por aquí sin vivir, sin relacionarse con sus familias, sin saber qué era la amistad, el respeto o el amor. Y si se relacionaban era para tratar a los demás como máquinas de ritmos, como sujetos de estudio. Sócrates era buen ejemplo de ello, la leyenda cuenta que su mujer era cruel y estúpida, y que le echaba en cara a Sócrates que siempre andaba por las calles hablando con todos y nunca estaba en casa. Al final, la mala fue ella.

    Hay muchos sitios para los “sócrates” actuales, se llaman baretos. La filosofía de España —no sé la de otros países; me río al decir esto— se despacha en los bares, ahí lo tenéis todo.

    No hay nada que no nos haya dicho la llamada ciencia que por simple observación lógica no podamos inferir, todavía hay animalistas ¡animalistas digo, sí! que comparten estúpidas notas de prensa donde se palmea a bombo y platillo que en la universidad de donde cristo se dejó la escudilla para mear por la noche unos científicos han descubierto que las ranas tienen una estructura de sociabilización y que posiblemente posean un lenguaje, aunque básico, con el que se comuniquen para cosas cercanas a las complejas. ¿Deberemos aún aguantar muchos años, décadas, insultos a la inteligencia como estos?

    Siempre que hablo de esto me acuerdo de una reflexión del inteligentísimo Javier Burgos, antivivisector radical (el más; quienes en el mundo están en contra de la vivisección no lo están tanto como él, quien expone razones del porqué no se debe torturar animales en laboratorio, no sólo por lo cruel que esto resulta, sino ¡porque estas prácticas sádicas no valen, en verdad, para nada! Por el simple hecho de que no se puede comprobar cómo se desarrolla una enfermedad netamente humana en una rata, un conejo, un beagle. ¡Es absurdo! Imaginemos que para aminorar los problemas asociados a la regla de la mujer, se simula una regla artificial en hombres (no estaría mal esto, ¿eh?, ahora que lo digo...), ¡esto es la vivisección! Una estafa, pero que mueve billones y billones de dolares. Lo dijo Iratxe en una charla sobre el Cites en Rainfer: lo que mueve más dinero en el mundo es, junto con la droga, la trata de humanos y no humanos; y bueno, las guerras); decía, que siempre empleo la reflexión, respecto a lo que hablamos, la vivisección, de Javier Burgos, una de tantas, tiene muchas reflexiones rectas y potentes y muy sorprendentes, impugnables de todo punto: él dice: Si los humanos consideran al resto de los animales seres inferiores, menos inteligentes que ellos, ¿no sería lo lógico que en lugar de maltratarlos y matarlos se les protegiese y tratase con más cuidado que a los que se considera más inteligentes? Porque si tú crees que un niño o un adulto tiene una tara, un problema de inteligencia, en suma, que es intelectualmente 'descendido' y no se puede valer, no te lías a palazos con él, lo que se hace es ayudar, se ayuda a quien lo necesita más. Quien es autónomo, bien por él, quien no puede serlo y es vulnerable, concluye el humano, lo usamos, como si fuera un desperfecto, una basura, es un pensamiento nazi, todo en la cultura humana con respecto al pensar el resto de los animales es nazi.

    Reconduzco de nuevo (o sigo 'en la carretera', como diría Kerouac): Pues había que hacer una primera presentación, una buena. De La Bella Revolución. Con público asegurado. Y el mejor lugar que se me ocurrió, en primera instancia, es la Fnac, en concreto la de San Agustín (Valencia), que es la que tiene el fórum más grande y con mejores medios técnicos (al menos de las Fnac que conozco de España, he ido a algunas a presentar libros y esta, de las que he visto, es la mejor acondicionada y capaz.).

    Siempre que alguien me saca un libro, me empeño en agradecérselo, primero con una gran presentación y, luego, con un esfuerzo constante con vender esa primera tirada, que la gente la compre. Hago más presentaciones, claro; hago, en definitiva, lo que puedo. Qué menos, hoy, que los escritores como yo somos más que nunca unos parias, que alguien crea en un libro como “La Bella Revolución” en su edición definitiva, nada menos, que contiene casi 400 páginas, con ilustraciones en su apartado “Canción del sol” (de Ipek Birced López de la Cuadra), una obra que es antiespecista y no sólo eso: antisistema; esto, algo así, es un maldito milagro. Y el maldito milagro lo hizo posible Marco Vidal, con su exquisita editorial La Tortuga Búlgara, un traductor de lenguas eslavas y poeta él mismo que después de leer durante un largo tiempo el libro, al final me dio el sí y yo no lo podía creer, porque es un libro que llevo trajinando durante tres décadas y siempre decía yo, y pensaba yo: esto lo colocan cuando la palme, no antes. Y mira... Nunca digas nunca jamás...

    Tuvo, “La Bella Revolución”, una primera (no)edición por una editorial de cuyo nombre no quiero acordarme, que sacó un bonito libro de 168 páginas pero me hizo un cisco con un montón de cosas relacionadas con el libro en el registro, en libro en las librerías fue un imposible, adquirirlos desde ellas, también por lo mismo; en fin, al final lo mandé a plantar sandías, al tipo, no firmé contrato y, al verlo editado, en una cosa que nunca supe cómo fue ni cuántos libros editó (imagino que no más de cien), es cuando me di cuenta, me reafirmé, de que es un libro vivo y de que quería crecer. Fue cuando le añadí los apartados El libro negro, El dolor, El libro amarillo de agosto, etc.

    Y ahora tengo esto: un libro precioso, diseñado por la gran María Vera Avellaneda, que parece un ser vivo. No hubiera soñado que fuese así, azul celeste. Creí que sería más “agresivo”. Pero así me gusta más. María, a la hora de diseñar la portada, me preguntó (luego supe que era lo mismo que preguntaba a todos los autores de la colección Nuevos horizontes, que es donde fue a caer La Bella, en La Tortuga): ¿qué concepto ves para la portada? Dime un concepto y yo lo hago abstracto. Y dime un color.

    Le dije: concepto: la cadena, es lo que representa más la esclavitud en el reino animal, secuestrado por las ciudades, por el hombre, por la mujer. Y el color, azul, azul celeste, que es lo que no ven los confinados. Azul cielo libre, azul mar libre.

    Así nació este libro que, como uno más (y no el único) que lo escribió, porque siempre digo, y es la verdad, que lo considero histórico, porque lo es, relevante, porque lo es, y que estaba escrito en cada hoja que alguien escucharía la coral y la pesadilla, el milagro de vida que se nos impide ver bien y la agonía de millones que también se nos oculta, y que lo vertería en palabras, y en la mayor parte del libro, a cuajarones iguales a los vistos, lugares iguales a los visionados, parloteos exactos a los oídos en caminatas o reflexiones, o momentos de no pensar en nada. Caídas de imágenes grandiosas al óleo los colores caídos en su punto exacto, yo sólo debía recoger con cuidado la patina y plantarla en “la Obra”, Sun su apartado, que la misma cosa esa me susurraba, en ese momento o más adelante. Y sobre todo en la noche, he traído buena parte del libro de los sueños, se me han dicho sus mejores cosas desde los sueños.

    Pasó. Fue editado. El proceso de maquetado y edición fue duro y agotador pero hermoso. Agotador porque nos pusimos la meta de que entrase en imprenta con tiempo suficiente para que saliera de ella y pudiera estar en una gran feria de libros. Hermoso fue porque es La Bella Revolución (dejadme que empiece ya a escribirlo sin comillas, que se me luxan los dedos), mi libro más intenso y completo, quizá la espina dorsal de todas mis demás obras, por muchas razones. Algún día hablaré sobre ello, sobre cómo fue el proceso (kafkiano y poético). La gente debe conocer qué pasa entre alguien que piensa un mundo con palabras, desde ese primer instante y luego cómo se vierten las ideas y se convierten en algo tan extraño, aunque naturalizado, como un libro.

    Alguien se puede preguntar ¿cómo escribo el libro que tengo en la cabeza? Yo respondería: si tienes dudas y no logras verter el libro que tienes en la cabeza es que no tienes un libro en la cabeza, es así de simple. Es como si el rosal se mostrase dubitativo a la hora de emerger, o no, sus rosas al mundo. El rosal, como rosal, brota rosas. El poeta, el novelista, como contador de historias, florece historias al mundo.

    Si tuviera yo que contar la de veces que he sufrido eso que llaman bloqueo del escritor. Lo diré, yo he tenido de bloqueos creativos...: ¡Cero! O sea, desde que salté desde niño del dibujo y el pintar que fui, incluso al óleo (lo trabajé un tiempo), a la palabra, a escribir cuentos, poemas sueltos y pronto poemarios y novelas, no he dejado un solo día de imaginar historias y de escribirlas, en lenguaje poético o narrativo. En la lengua del teatro o como letra de canción. No he parado un sólo fin de semana, ningún día de fiesta me he tumbado para mirar el techo o en una silla mirando el campo, siempre me ha faltado la hoja, y el boli. Nunca he dejado de llevarlos encima. La creación ha sido siempre algo connatural en mí. Como un pájaro canta, o ante una brisa fuerte el perro ladra. Tal prolijidad ha sido la mía que hasta la fecha tengo publicados 17 libros en distintas editoriales, pero el otro día hice cuentas de las obras inéditas tanto de poesía como novelas como piezas teatrales y son más de 20, y he contado las que considero buenas. Hay quien dirá: ¿y por qué no están publicadas? La respuesta es sencilla: que te publique un libro una editorial es la cosa más complicada y difícil que existe. Pero una vez consigues que alguien se interese por un libro tuyo, y otra casa editorial por el siguiente, ya estás en la ruta; y luego en lugar de tres libros publicados tengas cinco, y comiences a dudar de si tienes seis libros publicados o siete, u ocho contando con el que está casi aceptado. Y más tarde, como me pasa a mí, he tenido que contar los libros publicados para saber cuántos llevo, y son 17, que serían 18 si una edición que venía en camino no se hubiera 'ralentizado' por motivos que no contaré por aquí no porque tema algo (el cuento Juan Sin Miedo me encantó de pequeño, desde el niño que era porque yo de niño sí tenía miedo, desde el adulto que soy, porque no lo tengo a nada), sino porque en este mundo existen ciertas leyes, y yo, anarquista de nacimiento (como diría Iratxe de sí misma), las reconozco; no hablo de leyes como imposiciones sino como de una cierta corrección con lo 'mágico' del devenir de uno, que si tocas ciertas cuerdas que están tensas, podrían romperse, algo así (o sonar distinto a como estaba previsto si las toca el músico adjudicado para ello), espero que el lector me entienda.

    Entre las obras poéticas inéditas, que considero muy buenas, por ahí están como flores en un campito invisitado “Prisión Europa”, “Inventario de primaveras”, “Daniela” o “Padrevuestro”; novelas algunas cortas, otras medianas y una larguísima, a todas las tengo en gran valía... Y textos de teatro que no han sido llevados a escena, como “Y cumplirás dieciséis”, “Jardinero de estrellas” o “Las paredes y el Viento”. De varios de estos títulos podría contar los “casi”, que aquel casi fue llevado a escena, que el otro casi fue comenzadas las labores de edición, de este casi... Sin embargo, como todo está en movimiento (hasta las cosas que parecen más detenidas, marmóreas, en esta vida, se mueven), todo encontrará su lugar.

    De inmediato vuelvo a la presentación de “La Bella Revolución”, edición definitiva (La Tortuga Búlgara), pero entiendo que he descendido a este barrancal para recoger las flores silvestres que he mostrado porque forma todo parte de La Bella, de La Bella Revolución, mejor dicho, a La Bella Revolución, nada de mi obra le es ajeno, todo le es familiar, diríase que es la madre, en algún sentido, y eso que vino después, al menos en un sentido de fecha de publicación: La Bella Revolución vino después de History, después de Humanzee, después de toda la saga de novelas “Mundo al revés”, después de “Funerales del caballo”, después de “Camino/The Path” y después de “La guadaña entre las flores”. Mas todas mis obras publicadas y las inéditas, la recogen, en ellas está, como en la gente que asistió a la presentación de La Bella Revolución, como en ese sentimiento universal que entre varias personas (hablo de los voluntarios y de los artistas que me ayudaron ese día), en todo está y desde todo se proyecta, la obra.

    Es como si “Aullido” de Ginsberg, fuese el corazón de todo el resto de su obra, el punto neurálgico, como si dijéramos. Y en Baudelaire, “Las flores del mal” fuesen su mejor fruto, y todo lo demás que hizo, las prosas poéticas, el libro de las drogas y demás, fueran como hijos de Las flores del mal, que salieron a pasear, a estirar las piernas, con sus ropas, con sus personalidades, pero su sangre eran Las flores del mal. Como de la sangre de Hojas de hierba de Whitman era su memorando sobre la guerra de secesión; en Whitman, en las múltiples ediciones que en vida hizo sobre las Hojas Whitman, el libro funcionó como un lavabo abierto, tragando todo el agua hacia sí. Quizá por eso Rulfo no hizo mucho más que Pedro Páramo y El Llano en llamas, él sabía de los tallos, y las corolas, y que la primavera podía condensarse en una sola flor.

    Lo supo bien Rimbaud, intuyó, quizá, que dejado el gran fulgor al que había venido para hacer arder todo, ya no tenía sentido seguir con la palabra poética.

    Pero, ojo, estamos hablando de autores antropocéntricos, especistas, autores que ni siquiera son del llamado compromiso. Autores del escribir por la belleza, por la estética, por la plasticidad. Los del arte por el arte.

    Me dirán que Whitman era un gran moralista pero yo en sus versos sólo veo un melifluo y un conformista. Un sofista moderno. Quiso dotar como de gran inteligencia sus divagaciones donde todo lo aceptaba como sagrado (y de ahí bebió, como del orientalismo más barato, Ginsberg), como divino, como bueno, como digno de amar y respetar. Hay espacios de las Hojas de hierba que me invitan a correr al váter y vomitar.

    Y cómo negar la grandeza del libro, la grandeza de Baudelaire, de Dylan Thomas, de Virginia Wolf, incluso, literariamente, de Hemingway. Pero ah! Se niegan, ellos y ellas se negaron a recorrer el camino justo y sólo encendieron fuegos, bellos fuegos, a los ojos de los hombres, y las mujeres. Pongo primero los hombres porque así fue, así es: esta cultura humana que es pura estafa, donde los primeros son los hombres, en los privilegios, después las mujeres humanas, luego antes que todos los individuos que otro color de piel que la blanca, los de piel de color blanco, y delante de cualquier otra orientación que no sea la heterosexual, la heteropatriarcal, la orientación de la que los fachas y retrógrados llaman “la familia normal”: la heterosexual. Y por debajo, muy abajo, de cualquier pirámide de privilegiados humanos entre humanos, aplastados sin descanso día y noche, los animales no humanos, la fauna, la flora, los individuos que no tienen el placer de ser humanos (esto último es ironía).

    Todas ellas, todos ellos, hablan en La Bella Revolución. Por eso se llama bella esa revolución, bella, bonita, es la más hermosa, y esto tristemente, elegíacamente, es la mayor odisea: una lucha librada por los derechos de individuos que no pueden luchar en esa lucha, ni tienen noticia de ella, porque manejan idiomas distintos, porque no les podemos dar noticia de que aquí estamos, por ellas y ellos.

    Cualquier revolución que ha causado un cambio notable en la historia de la humanidad, siempre ha tenido a quienes buscaban un lugar y espacio mejor en la sociedad, marchando por sus derechos: 'negros', gays, mujeres... personas con 'discapacidades' diversas que protestan porque las ciudades se construyan también para su paso sin tocones, como ahora están hechas, que están hechas para quienes tienen dos piernas y andan erguidos. Luchas, protestas, exigencias lícitas para estar mejor aquí, de humanos entre humanos. Pero ¿y los no humanos?

    Hemos de ser humanos, concienciados, los que marchemos por ellos.

    ¿Ha habido algo tan triste existente en esta tierra, algo tan tremendamente admirable por su belleza, algo que encierre tanto de lo malo que atesora el humano, que lo expande por el mundo con infinitas hachas rojas y anclas y anzuelos, rejas de concertina, ganchos oxidados, cuchillos y rifles y bombas y que frente a ello unos, humanas, humanos también, se hayan enfrentado contra sus propias familias, vecinos, conciudadanos, “su pueblo”, a favor del “otro pueblo”, de “otros pueblos”? No lo ha habido. Porque aquí, en esta tierra de la competición, no ha existido la carrera en la que el deportista que iba a ganar se haya detenido dejando pasar la meta a los que iban detrás. No hay piedad en la competición. Así se vive esto, esto que llaman vida, los humanos. En su ciencia, en su cultura, en su moral, en su amor. Has de competir desde la mañana a la noche. Somos un pueblo, pueblo contra pueblo, y un paso atrás jamás, la tierra conseguida, con sangre, es nuestra, nuestra ahora. Impide que nos la arrebaten otros como nosotros se la arrebatamos a unos 'otros' hace décadas o cientos de años.

    Mierda. Pose. Falsedad. Hipocresía. Lo saben. Saben que pisan un mundo inventado para el “éxito”, para los ricos. Los pobres se afanan en llegar a ser ricos, o como poco, en poder llegar a tener una vida que llaman “cómoda”, con comodidades. Yo pregunto: ¿qué es comodidad, en esta tierra? ¿Puede haber comodidad, léase paz y sosiego momentáneo, mientras las playas de todos los mares están llenas de pescadores, y los mares de barcos pesqueros y de toneladas de plásticos, y los campos de cazadores, y las ciudades colmadas de mataderos de animales, etc.?

    Íbamos en el viaje camino a Valencia, desde Castellón, hacia la Fnac. Al lado del conductor (yo) mi madre, para que no se marease. Detrás, Iratxe y Felisa (de Aspac).
    —¿Te has peinado? —me preguntó mi madre, riéndose a carcajadas.
    —No —contesté. Siempre decía: Claro, pero respondí jodiendo ya que ella jodía. A mi madre le encantaba repetir una y otra vez que me pusiera coleta, que me arreglase la barba. “Así parecerás un escritor de verdad... los escritores son serios...”.

    El móvil me avisó de un par de radares, cosa que no me interesó demasiado porque no suelo ir a más de 120 por carretera, y suelo comportarme como un buen niño con lo que marcan las señales, básicamente porque odio las multas, pagar multas es algo que desprecio casi tanto como lo de que me envíen propaganda electoral o que, en tiempos de elecciones, pueda ocurrírseles en su matemática maléfica que yo podría ir bien a alguna mesa de colegio electoral. Para esas posibilidades ya tengo pensado qué haré, además naturalmente: para que no me multen y se jodan, si me citan iría, pero no haría nada, no movería los brazos, me quedaría como catatónico hasta que, apercibido de que el resto de la mesa se han dado cuenta de que “no estoy bien” iría al médico. Objeción de conciencia, sería, me enfermo sólo de pensarlo, entro en cólera muy física. Pero para fastidiarlos bien lo haría en una forma en que luego no me pudieran perseguir, todo bien documentado por papeles de médico, iría a urgencias, tendrían que llamar a alguien que esté apuntado en segundo lugar que yo en esa mesa, y simularía un ataque de pánico, algo así como catatonia también valdría. Como para librarse del servicio militar Reinaldo Arenas la lió, haciéndose pasar por gay peligroso (peligroso para el ideal militar), peligroso porque según cuenta en sus memorias recogidas en “Antes que anochezca” tuvo sexo con un montón de soldados y se paseaba andando “como una loca” (en sus propias palabras), en pocos días fue echado del ejército. Y no me gusta el coche, no me gusta la carretera, son artefactos criminales, letalmente asesinos, y contaminan tremendamente. Mas, ah el intruso!, como intrusos y enemigos de esta sociedad, debemos movernos, desdichadamente tantas veces entre artefactos que contaminan, nuestro movimiento se basa en alcanzar un punto, el punto perfecto, desde el que empezar la guerra contra el humano, y liberar a la vez (las dos cosas son lo mismo) a todos los animales reos.

    Anda que en Valencia no había tráfico, los tipos y tipas sobre los carritos esos a pilas —los patinetes locos— iban zumbando por todo punto. Nos metimos al parking de la Fnac, llegamos a buena hora. Antes de las 18:30. Les pregunté a Iratxe y a mi madre y a Felisa que si querían ir subiendo, yo me arreglaba en cinco minutos. Dijeron que sí y marcharon mientras yo abría la bolsaza llena de 'atrezo'.

    Me puse las cuerdas largas que penden de mis brazos, me rodeé con las cadenas y me las enganché donde iban, me pinté la frente (esta vez no me pintaría las mejillas u ojos, porque debía ponerme gafas para leer y se hacía un cristo, gafas sí gafas no, la pintura).

    Dije antes atrezo, no lo es. Es mi naturaleza de poeta real, que con el tiempo ha ido concretándose cada vez más agresiva y naturalista, de animal humano en pugna contra todo.

    Cuando llegué al fórum ya había gente, activistas pintando las caras a otras, la representante de la Ilp No es mi cultura, que llevó un roll up, para apuntalar un lugar donde recoger firmas para la Ilp, una mujer muy simpática.

    María Jesús, activista de las más activas, me preguntaba a cada momento, ¿así bien, o demasiado? Se refería a las pinturas en caras y brazos. ¡Más, más! ¡Nunca es demasiado! Le contestaba yo riendo. Era verdad. Les dije a las y los compañeros: hemos de dar miedo, antes que caer simpáticos. ¡Esta lucha no es ninguna broma!

    Al finalizar el acto, que atrajo a gentes muy dispares, de edades muy dispares y de sectores muy dispares (disparidad que me encantó, era lo que esperábamos atraer), y cuando firmaba libros, anotando versos que me venían a la cabeza al mirar a los ojos a cada persona que me pedía una dedicatoria en el ejemplar de la Bella que se llevaba, una de ellas me preguntó: ¿qué significa el signo que llevas en la frente?

    Nada. Le dije. Me lo inventé.

    Y pensé lo que pienso siempre y ya he avanzado aquí como un problema grave: el humano está educado en buscarle sentido a todo. De esta forma, si todo tiene un sentido, todo puede encajarse, y volvemos a la uniformidad, al sentido, al esto va aquí y esto allá. Vamos, lo que quieren los poderosos, los ricos, la forma de pensar mejor para ellos, porque si somos obsesivos y no libres, seremos más ensogables.

    El trazo que improvisé para ese acto, para mi frente, me pareció, sencillamente, amenazador, que complementaba mi aspecto agresivo, a través del color. Nada más.

    Y nada menos. Kill your idols. Mata todo lo que encasille.

    Y lo demás, como fue el acto, puede el lector leerlo en la nota de prensa que rueda por ahí, post evento, que se ha publicado en muchos sitios, sugiero leer cómo fue el acto en el portal “la zona veggie”, en la noticia que tiene por título “Ángel Padilla llenó la Fnac de Valencia en una fusión de literatura, arte y activismo”.

    Javier Burgos al leer una nota de cómo fue todo, me escribió por whatsapp: “Enhorabuena. ¡Veo que fue un gran éxito!” Y yo, con mi rectitud acostumbrada, le contesté: “Nunca lo es [un éxito]. Para los animales, no. No hasta que miles con la misma voz se logren alzar a la vez. Y en ello estamos...”

    No era nada nuevo para Javier Burgos que le diga eso. Porque pensamos igual. Somos radicales, coindicimos en la simpleza, lógica, de que la ética es radical o no lo es. Se nos acusa de radicales, ¿acaso la moral humana no es radical, o es una fleximoral? Respuesta, sí, aquí, entre humanos, hay una fleximoral.

    No ha sido esta una crónica al uso de un hecho, lo entiendo. Ha sido más un desborde de aguas de todos los colores sobre uno que por aquí pasaba, que ahora se siente mojado. Pero ¿alquien que ha co-escrito con la Naturaleza y sus habitantes un libro que se llama “La Bella Revolución” debería hacer las cosas con la lógica que reconoce el humano normal? No, venimos para los derribos, para el dejar volar la imaginación, para los antidiscursos, para la frase que se escribe a la inversa, para derribar los sintagmas, deconstruir las frases “correctas”, rescatar los adjetivos y nombres de conceptos que han sido secuestrados durantes siglos por lobbys.

    No termino esta catarata hostil y amorosa de palabras sin agradecer inmensamente su generosidad a los músicos, a los activistas y a cada una y uno de los asistentes al acto que hicieron lo imposible por poder lograr lo que conseguimos: juntar corazones para proseguir juntando más, y más, hasta ser temibles. Uno esperaría que hubiera culminado con “hasta ser millones”. No. No es eso. Ellos, los malos, los que han sido educados para el mal, para destruir quiero decir, siempre serán más. Con esa verdad debemos vivir, y luchar. Nosotros, nosotras, siendo menos, debemos ser más grandes y peligrosos, y nocivos que ellos. Y esto lo resumo, resumimos, nosotras, todas, todos, en el poema “Haz que parezcamos gigantes”, del libro del que hemos hablado. Este artículo ha sido escrito a treinta manos y pezuñas y alas. Aquí terminamos la crónica, gracias a ti que me acompañaste, y a mis amigas/os que ahora me rodean sonrientes, en ella. Habla de nuestro libro donde quiera que te escuchen, incluso donde creas que no lo hacen. Y recuerda, ese trazo que llevaba en la frente no significa nada. Y eso: eso es lo más revolucionario que se puede lograr en este mundo apretado y estamentado del crimen cotidiano llamado (puag, qué asco solo nombrarlo) sociedad humana.

    Y dime, animal, ahora... ¿cuando llegue la noche qué harás? Y luego, ¿cuando llegue el nuevo alba, dime humana, humano, qué harás?

    Yo sueño con que harás... lo justo.

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