Supongamos
Situémonos a mediados del pasado siglo. Exactamente en 1950. Imaginemos que, no importa quién, yo o Ud. mismo, ocupamos el cargo de Presidente de la República francesa. Como Presidente de la nación gala (pongamos que soy yo, por ejemplo) estoy rebosante de valores democráticos y, harto de que en España un dictador gobierne con mano dura impidiendo que los ciudadanos disfruten de derechos tan elementales como los de reunión y expresión y de que se encarcele a la gente por expresar lo que piensa, decido, que mi ejército con sus aviones y su infantería crucen los Pirineos para acabar con el franquismo y de paso proteger unas plantaciones de naranjos en los que han invertido mucho dinero unos amigos míos.
Yo, como presidente de la República francesa, he explicado por radio y prensa a todos mis ciudadanos el noble propósito de acabar con un dictador que, según me han dicho mis servicios secretos, se dispone a fabricar armas mortales en algún lugar del País Vasco.
Con tan loables fines me inflo de valores castrenses y empiezo bombardeando Madrid y Barcelona. Después La Alhambra, el Salvador de Burriana y el Micalet de Valencia, porque son lugares en los que “se esconden pertrechados la mayoría de los franquistas”, según me han indicado mis servicios de información.
Bombardeo tras bombardeo voy derruyendo ciudades y pueblos, guiado por mis nobles y loables deseos de liberar a España de la dictadura que oprime a sus habitantes.
A medida que van cayendo bombas a un burrianero que vive en el puerto, pescador de toda la vida, le han matado a su hermano, a su cuñado y a un hijo de 20 años que ayudaba en las tareas de la embarcación familiar hundida por la sospecha de que en ella había franquistas que habían escondido armas.
A un amigo del pescador, al que antes me acabo de referir, el ejército francés le ha derrumbado la casa con el mismo pretexto. Murió su mujer embarazada de siete meses.
En ese instante, el burrianero pescador y su amigo, movidos por el rechazo hacia los invasores por el daño sufrido en sus propias familias, deciden con otros amigos y muchos más vecinos, organizarse rudimentariamente para lanzar piedras a los gabachos que les han ocasionado tanto dolor. De las piedras se pasaría a los cocteles Molotov y de ahí a sofisticadas armas que algunos conseguían, muchas veces arrebatadas al invasor.
Durante 2,4,…6 años, la invasión fue creciendo en crueldad y destrucción. También aumentó el odio, cada vez mayor, de los españoles hacia los invasores galos a los que ya no llamaban franceses, ni tampoco gabachos, sino terroristas. Crecían las masacres y crecía la respuesta a aquellos locos franceses, mientras las noticias de la barbarie se sucedían: “Ayer un vecino estaba celebrando su ceremonia nupcial y los terroristas franceses les bombardearon matando a los dos contrayentes y a 43 invitados, dejando a 62 heridos de diferente consideración”. El parte del Estado Mayor francés daba otra versión: “un grupo de terroristas había sido aniquilado mientras estaban fabricando armamento en el interior de una capilla”.
En el caos, la vida era imposible y en cada nuevo amanecer, el odio al francés aumentaba con tal fuerza que con solo oler a queso, el marinero, el agricultor, el cerrajero, el tendero y tantos otros, ya empuñaban la escopeta o una piedra, para dispararla o lanzarla, casi sin preguntar si el francés pertenecía a una ONG o era médico.
Después de 8 años de caos, con 800.000 muertos civiles y 10.000 soldados invasores muertos, España era un caos total al que era imposible acostumbrarse. En medio de la guerra los invasores colocaron unas urnas. No hace falta anotar que a los protagonistas de esta historia fantástica ¿fantástica?, las urnas les importaban realmente un bledo.
Pasados los años y visto el resultado, a mí, como Presidente de la República francesa, lo normal hubiera sido que reflexionara: “¿Fue correcta la decisión de invadir España, tal como lo hice, arrojando bombas por todos los rincones para acabar con un dictador y tratar de llevarles la democracia? En un mundo lleno de sátrapas ¿Por qué he tenido que ir a acabar con Franco produciendo tanta destrucción y tantas vidas rotas? ¡No tuve que haberlo hecho! Me siendo mal y siento un profundo remordimiento”.
Medio siglo después sé muy bien que la historia que acabo de contarles no ocurrió realmente y por eso yo no he sido presidente de la República Francesa, ni un invasor, ni han caído bombas francesas en España sobre inocentes ciudadanos dejando miles de muertos y mutilados. Por eso los franceses no tienen escribir en sus libros que aquella fue “una invasión justa” a pesar de que hubo muerte destrucción y casos. ¿He dicho que no ocurrió?
Mi nombre ahora es José María, tengo como amigos a Jorge y a Toni, colegas de profesión. Entre los tres (los tres muy creyentes) hemos arrojado toneladas de bombas para derrocar a un dictador. Hicimos nuestro trabajo. Hemos cumplido con nuestra responsabilidad. He de decir que yo, personalmente, no me maché las manos de sangre porque me limité a apoyar a mis amigos y mandarles un barco con vendas y desinfectantes. No es importante que utilizara mi influencia para convencer a otros países a apoyar esa invasión. Con mis buenos propósitos… ¡No! , ¿Esto que les cuento tampoco es verdad? No sé… debo estar confundido.
Ahora mi nombre es José Luis. Soy un hombre de principios, de diálogo, de paz, decidido a… No sigo. No sé… debo estar confundido. No sigo.
La verdad es que es más positivo que Ud. y yo y el otro, pensemos que esas son historias son fantasías que se desarrollan en un decorado de Hollywood. Es más cómodo. Ponernos en las carnes de una víctima cualquiera, de un pueblo cualquiera, con la sangre derramada de un hijo, de su mujer o de su madre y pensar que, tal vez por eso, hemos llenado el mundo de radicales y fanáticos llenos de odio, es un ejercicio poco aconsejable.
SIGUEN SIN ENTERARSE
Regalan 3.400 MM a las eléctricas. (Con ese dinero sobraría para que las 740.000 familias que viven sin ningún ingreso pudieran recibir 400 euros al mes durante un año) y 1.300 MM a Florentino Pérez (lo dice el contrato ¡claro! pero si el contrato hubiera dicho “que si su empresa produce daños a poblaciones cercanas tendrá que pagar 1.300” millones de euros, sería lo mismo pero al revés.)
Echan a un corrupto y Dña. Esperanza Aguirre (rebosante de corrupción izando, a la vez, la bandera de la ética) lo recoloca al día siguiente.
Aquí, en esta Comunidad, para seguir recortando en donde no deben, bajan el grado de minusvalía a los discapacitados. Una enfermera, con baja por depresión, contaba llorando que acudió a su cita con el inspector y tuvo que escuchar: “Si quiere tirarse del balcón tírese pero ha de volver a trabajar. ¿Sabe Ud. que si continua de baja la podemos despedir?” Así nos gobiernan. Así se quedan votos. Para recuperarlos no hacen nada y enarbolan la bandera del miedo; pero la gente está muy harta de tantas mentiras y si tiene miedo a alguien es a ellos.
Excelente comentario Sr. Luna. El hombre cada vez es más inteligente, pero menos sabio. Bueno muy bueno.