De políticos y sus hinchas
El problema, el gran problema, es que arrastran seguidores que incondicionalmente creen en ellos como en dioses, les adoran, les justifican y les aplauden. Hemos visto a esos incondicionales defender a Bush, a pesar de las atrocidades de Abu Gaib, de su empleo de la tortura y de sus cárceles secretas, de sus mentiras en la guerra de Irak y de la carnicería humana, de su estupidez para afirmar que Dios le había hablado, de su incapacidad manifiesta para resolver en devastador huracán Katrina, del antiamericanismo que sembró y recogió. A pesar de todo ahí está su hinchada como sigue habiendo hinchas del franquismo.
Los políticos, los malos políticos, practican la intriga, el odio, la soberbia, el enchufismo, el trapicheo, el navajeo para situarse por encima de sus colegas, la manipulación de la verdad, el engaño, la doble moral, las reiterativas falsas promesas, la traición, la corrupción, las frases con doble sentido, el cinismo, las actuaciones teatrales, el dije digo y digo Diego… Creen estar siempre en posesión de la verdad. Si un juez dicta una sentencia en su contra la echaran la culpa “al juez partidista”. Y la hinchada aplaude.
Los políticos hacen lectura sesgada de las encuestas y de los resultados electorales. Sonríen incluso cuando les descubren con las manos en la masa o aunque un juez les grabe sus asquerosas conversaciones que parecen diálogos de mafiosos. Predican la austeridad y cobran elevados salarios y beneficios fiscales adquiridos sólo por consenso, sin huelgas, sin sindicatos, sin exigencias de productividad. Reinterpretan la realidad, tienen respuesta para todo y para todos, abusan haciendo promesas que no se cumplen y colocando primeras piedras una y otra vez. Lo que dicen y lo que hacen ocupa la mayor parte de los medios informativos en los que copan siempre los titulares con noticias que ellos mismos fabrican y enlatan. No saben beber vino si no es familia de los “vegassicilias” y del abuso del buen yantar es testigo cada agujero de su cinturón. Se miran al espejo y se ven como “pigmaliones” enamorados de su imagen. Son permanentemente agasajados, se les invita a todos los actos y allí ocupan los mejor estrados. Y la hinchada aplaude.
Los peores políticos en su afán de enriquecimiento, saben moverse en la obscura telaraña que se esconde bajo sus pies y aprenden a deslizarse muy bien en aguas turbias evitando dejar huellas. A pesar de los grandes escándalos mediáticos muy pocos son castigados ejemplarmente. Sus delitos suelen prescribir, tiene bajas sanciones y los que ocupan el Congreso (y más habitualmente la cafetería) necesitan que la Cámara autorice su procesamiento. Y la hinchada aplaude mientras salta en cólera porque un desgraciado robe dos botellas de leche en el supermercado y le atrapen y le suelten en dos días.
Cuando todo parece perfectamente estructurado aparece, alguna vez, un desliz relativamente insignificante (o una venganza) y son sorprendidos recibiendo el pequeño soborno de un regalo o sufren la denuncia de un socio. No es fácil condenarles porque disponen de buenos abogados capaces de escudriñar en los capilares más escondidos del derecho para conseguir que la sangre podrida pueda seguir circulando o tienen grandes amigos en el campo de la judicatura para arroparles. Y la hinchada aplaude.
Los políticos reciban regalos que ellos creen que es por su simpatía, porque la gente (todos) les adoramos, porque les admiramos, porque les tenemos un afecto especial… Cuando al finalizar su mandato son apartados de su cargo, miran a su alrededor en busca de los amigos que les profesaban tanto afecto y admiración y descubren que han desaparecido los amigos del alma. “¿Dónde, dónde están?” -se preguntan con insistencia- y un familiar clarividente les espeta: “han ido de compras para agasajar a tu sustituto”.
Los políticos, los malos políticos (los que al acabar su carrera han visto crecer milagrosamente su patrimonio o se cubren el futuro al amparo de una empresa agradecida) encontraran siempre el apoyo de sus fieles incondicionales que dirán como yo he escuchado refiriéndose a un alcalde no lejano: “Si ha tenido ocasión de hacerse rico y se ha aprovechado de su cargo, pues ha hecho bien ¡qué caramba!”.
Los otros, los buenos políticos, al acabar volverán al instituto, a la mina, al banco o al bar y sentirán al finalizar su mandato (si previamente no han sufrido acoso para que abandonen) la satisfacción de que han hecho algo por su ciudad o por su país. Serán agasajados por muy pocos seguidores y su cuenta corriente mantendrá el mismo nivel. La sociedad, que en su escala de valores está lejos de censurar el delito de enriquecerse aprovechando la información de un cargo público, olvida muy pronto a los honrados que se metieron en política por ideales o por afán de servicio.
Ante el pavoroso panorama de corrupción que vomitan los noticiarios, personas como Ud. y como yo que fuimos educados en los valores de ser honrados, consecuentes y serios, nos alejamos de la participación política (y hacemos mal), dejándoles que campen a sus anchas al lado de sus ciegos y fieles seguidores que les justifican todo y aplauden con fuerza.
Estoy completamente de acuerdo en que hay políticos aprovechados, insensatos, prepotentes, incultos, abominables y una serie de etcéteras interminable tanto de un partido como de otro, incluso de ese que teniendo una sola representación parece que vaya a redimir al mundo cuando no olvidemos que viene del resentimiento y la venganza de no haber sido considerada en su anterior militancia. Dicho esto, solo me cabe añadir que disiento en el aspecto generalizador del tema; no se puede meter a todos los políticos en el mismo saco y "sacsejalo" hasta que reviente. No. Hay políticos, honrados, trabajadores, sensatos, que sufren con las desgracias que no han podido remediar y no les duelen horas para solucionar los problemas de la ciudadania, que por otra parte es para lo que fueron elegidos. El problema está en que a "esos" la oposición intenta cargárselos y es sobre los que más descarga su veneno; y los ciudadanos que solo queremos carnaza no salimos en su defensa. No todos son iguales