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Per J. P. Enrique
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Oropesa, verano del 53

    (Lo que voy a contarles son hechos reales ocurridos en los tiempos duros de la España de la post guerra. Los he conocido por boca de uno de los protagonistas, cuyos nombres he cambiado en este cuento que no lo es)

    Ellos, Felipe, Isidro y Roberto, eran jóvenes. Sin televisión, sin móviles y sin videojuegos. Los tres amigos de la pequeña población de Oropesa, cuyo censo estaba lejos de alcanzar los mil habitantes, se divertían a su modo, en el verano de 1953.

    Sus padres, agricultores, vendían a la puerta de sus casas los tomates, las manzanas y la deliciosa uva moscatel que cosechaban en sus pequeños huertos familiares, a los escasos visitantes que allí acudían en la temporada estival.

    En aquellos duros y difíciles tiempos, los tres amigos, como otros jóvenes de otras poblaciones, se divertían inventando sus propios juegos, a veces inocentes y otras no tanto.

    Este año, como el anterior, su juego consistía en subirse a alguno de los camiones que, en su camino hacia el mercado de Barcelona, subían centímetro a centímetro, las antaño famosas cuestas de Oropesa, mientas rugían de sufrimiento y sudaban negro aceite sobre el asfalto.

    La diversión de los jóvenes oropesinos consistía en elegir al azar, poco antes del amanecer, uno de los camiones con carga que circulaban por la Carretera Nacional. Uno de los amigos se subía al vehículo e inspeccionaba la carga en busca de fruta para apropiarse de ella y minutos después lanzarla a sus compañeros agazapados estratégicamente en el espacio donde la Renegá se topa con la carretera.

    El objetivo de su proeza era obtener unos paraguayos o dos melones para devorarlos amigablemente mientras comentaban los pormenores y el “éxito” de su arriesgada misión.

    Aquel día, uno cualquiera de finales de verano, la suerte y la desgracia se cebaron en ellos. En el camión que el responsable del asalto había abordado no había fruta, sino unos garrafones. Abrió uno de ellos y detectó que contenía algo que en la oscuridad matinal no podía divisar. Movido por la curiosidad decidió lanzarlo a sus compañeros que aguardaban en el punto convenido y al abrirlo la sorpresa fue mayúscula: 400.000 pesetas en billetes de mil.

    Decidieron guardar el dinero para celebrar, por todo lo alto, las fiestas patronales de la Virgen de la Paciencia en Octubre, no sin antes repartirse un billete de los grandes para cada uno.

    La desgracia empezó cuando, billete en mano, uno de los amigos, Roberto, fue a comprarse chucherías entregando el billete de mil pesetas como pago a la dueña del quiosco, la cual alarmada al ver un billete tan poco habitual en manos de un joven, llamó a su padre y ante él, el chico confesó todo, un instante antes de que su cabeza girara 180º empujada por la mano de su progenitor.

    Tras impartir justicia con más rapidez que el Tribunal de las Aguas, el padre de Roberto fue directo a hablar con la Guardia Civil para contarles lo ocurrido. La benemérita logró localizar el camión, sin que se haya sabido hasta hoy qué averiguaciones realizaron para conocer el origen y el destino de tanto dinero. Muchas preguntas han quedado, lamentablemente, sin respuesta ¿Había dinero en todas las jarras que llevaba el camión? ¿A dónde iba tanto montón de billetes? ¿De dónde procedía?

    En comitiva, los agentes del orden, Roberto, su padre, algunos amigos y vecinos curiosos que se fueron agregando, fueron todos a casa de Isidro, donde explicaron a los padres de éste la “proeza” de los muchachos, y se dispusieron a recuperar el dinero que Isidro, como administrador, ocultaba en su casa.

    Cuando finalmente Isidro apareció, tras una larga espera, se encontró su casa llena de gente. Su mirada se fijó en el tricornio de un guardia civil y en la mirada amenazante de su padre. Enseguida empezó a sudar y a comprender que lo sabían todo. Un instante después una voz, tal vez de su padre, le preguntó por el dinero. La respuesta fue tan rápida como débil. El puñetazo sobre su cabeza, veloz y sonoro. Una fracción de segundo después, su cabeza dio, como era costumbre, un giro de 180º.

    Al hacer recuento del dinero una nueva pregunta se desplomó sobre Isidro: “Faltan 3.000 pesetas ¿Dónde están?” Con voz temblorosa y ante todo el auditorio tuvo que confesar que se las había gastado en “chicas”. “¿Pero -dijo su padre- te has gastado 3.ooo pesetas en putas si a mi no me cuestan más de 300?”. Se hizo el silencio. El labrador rudo y sincero, se dio cuenta enseguida de que acababa de confesar públicamente uno de sus secretos íntimos mejor guardado. Sintió clavarse en él la mirada de su mujer y agachó la cabeza mientras los vecinos empezaron a dispersarse entre sonrisas y susurros.

    A todos los que, en el acuerdo y en la discrepancia, estamos unidos de alguna forma a través de elperiodic.com BON NADAL.

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    comentari 1 comentari
    miguel bataller
    miguel bataller
    20/12/2010 11:12
    ¿Era Oropesa o Las Vegas?

    La historia me ha encantado, y es un fotoshop de la historia negra de la España de los cincuenta. Pero algo no me cuadra. Cuando yo empecé a saber lo que eran las putas y ya con unos diecisiete o dieciocho años, recuerdo una "racia" de cuatro amigos mios a Valencia, a la "Porta de Ferro" en los principios de los sesenta y al volver nos contaban que habian entrado los cuatro uno detras del otro consecutivamente con "La Cordobesa", una hetaria de rompe y rasga de la epoca por 25 pesetas cada uno. Luego ya en los setenta los precios subieron algo mas y se hablaba de unas 150 o 200 pesetas por "polvo", asi que si en el 1953, el padre de tu amigo los pagaba a 300 pesetas.......Oropesa era como "Las Vegas" de aquellos tiempos. De todos modos, me ha encantado saber el ingenio de aquellos chavales, aunque te puedo asegurar que a mi y a mis amigos, nunca se nos hubiera ocurrido hacer nada semejante. Por eso nunca nos hubieramos encontrado 400.000 pesetas.

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