Las lágrimas de un voluntario de Cruz Roja
Arrastrando su cuerpo; apretando los brazos con fuerza para sujetar a un niño de corta edad; apoyando con la mirada a una mujer algo mayor que camina como puede, a un amigo y a un anciano, tal vez su padre, que como él caminan huyendo, guiados solo con la fe de llegar a algún lugar de Europa alejado de la guerra cruel que asola su país. Aquel hombre, no queriendo pensar en la muerte que se llevó a su esposa, trata de apretar su cuerpo al de su hijo que asustado solloza pidiendo comida que solo Acnur, Cruz Roja, Médicos sin Fronteras y alguna otra ONG le dan ocasionalmente.
Él sabe que no puede sentir dolor aunque sus pies estén reventados. Sabe que no puede sentir hambre aunque se muera de hambre. Tiene en su pensamiento una sola idea: aguantar para seguir adelante y llegar a algún lugar en donde pueda sentirse protegido para intentar empezar ahí una vida nueva lejos de sus raíces, de sus tierras, de sus tradiciones, de sus costumbres, de sus recuerdos, de su vida. Lejos de aquel terror.
Llevan semanas, meses, avanzando a través de líneas de transporte propiedad de mafiosos. Rutas muy inseguras pero muy rentables para “emprendedores” que montan sus empresas apoyados en las miserias de los más necesitados. Para escapar tuvieron que pedir ayuda y tuvieron que coger la única que les ofrecieron. No había otra alternativa.
El camino hacia Europa es demasiado largo y esa Europa, la de los derechos humanos, no está por ayudarles en su desgracia. Esa Europa, incomprensiblemente, levanta muros y lanza contra ellos gases lacrimógenos y pelotas de goma. Es la Europa del orden y la de los ciudadanos con miedo. Es la Europa de los derechos que abandona su rostro humano y olvida los principios universales de los Derechos Humanos.
Antes hubo otro muro que se levantó en Alemania. Hablando de él se vaciaron muchos tinteros y se hicieron muchos discursos, demasiados discursos. El “muro de la vergüenza” le llamaron. Me pregunto cómo habría que llamar a la valla construida por Israel en suelo que no es suyo impidiendo a los palestinos transitar y cultivar sus campos. ¿Qué nombre habría que darle al proyecto que pretende sellar la frontera húngara con Serbia? ¿Cómo nombrar la valla que nuestro ministro, cristiano y creyente, ha elevado en ciudades africanas llenándolo de concertinas? Aquel fue un muro. Los muros que nosotros y los nuestros levantamos ahora tienen un nombre más suave: les llaman vallas.
La Europa que sufrió masivos éxodos de ciudadanos tras las Segunda Guerra Mundial, se olvida de que pidió acogida y se la dieron. La España que obligó a emigrar a tantos ciudadanos españoles a Rusia, México, Argentina o Francia, ahora incumple el derecho internacional del refugiado y se niega recibir un millar de ellos. En esa España un ministro del Interior, (insisto, cristiano y creyente) al que no le tembló el pulso al ordenar a su policía que disparara contra desesperados que se ahogaban en el mar, se muestra duro y vviola las leyes internacionales de ayuda al refugiado.
Hay paro y hay crisis. Con esos argumentos se niegan a curar a los enfermos; dictan leyes para castigar a quienes ayudan a los desgraciados y desalojan a los más pobres de sus precarios asentamientos. Ni en un instante se detienen a pensar que mañana podemos ser nosotros o nuestros hijos los que tendremos/tendrán que abandonar todo y huir. Ese día nadie debería recibirnos/recibirles con gases lacrimógenos o pelotas de goma lanzadas por policías antidisturbios.
Un apunte final: Afganistán, Irak, Siria, Líbano,… ¿No eran países en los que hemos “actuado” promoviendo revoluciones que hemos llamado con sugestivos colores o les hemos puesto nombres tan bonitos como el de “primavera”? Tenemos responsabilidad en esos desastres y en el odio que allí se ha generado y debiéramos ser más solidarios con quienes sufren las peores consecuencias y llaman, desesperados, a nuestras puertas. Otros países, con mucho paro y mucha pobreza y muy baja renta per cápita, como Jordania, Turquía, Grecia o Líbano han demostrado saber mucho más que nosotros de solidaridad.
En medio de la xenofobia y el racismo de los intolerantes, me quedo con palabra de un Papa compungido y con la imagen de aquel voluntario de Cruz Roja, al que he visto por televisión, que no pudo contener las lágrimas en el momento en el que se le abrazó del cuello un inmigrante salvado en un naufragio.
Efectivamente aqui hay muchos problemas, demasiados, pero los principales problemas de aquí derivan de una distribución desigual de la riqueza. Los poderosos se escabullen cada vez mas en el pago de impuestos, las clases medias están achicharradas y los que están en la escala inferior ni con trabajo viven y tambien les frien a impuestos indirectos. La redistribución de la riqueza se hace desde el Estado con impuestos justos, En cuanto al exceso de carga he de recordarte que los refugiados llegados en dos años suponen el 0,06 de la población. No puede ser eso exceso de carga ¿no crees?. Saludos.