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Per J. P. Enrique
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Emulando a Bertold Bretch

    Primero fueron los inmigrantes los que sufrieron con toda crudeza los efectos más devastadores de esta crisis en la que estamos metidos. Sus contratos precarios fueron los primeros en destruirse quedando de ese modo condenados al trabajo sumergido y aun más precario. En Francia Sarkozy ha sido más allá y se ha dedicado a expulsar a los rumanos de origen gitano, ciudadanos europeos que no son culpables de ningún delito, convirtiéndoles en chivo expiatorio ¿Es un primer paso antes de de eliminar a los enfermos, los obesos, los…? Yo, me dije: no soy inmigrante, no soy gitano, no soy rumano, luego a mí no me afecta el problema.

    Ahora les está llegando el turno a los trabajadores asalariados, acusados de tener contratos  con despidos demasiado altos, de 45 días por año trabajado. Como resulta que las empresas no pueden desembolsar esas cantidades en épocas de vacas flacas, (lo que ganaron en las épocas de vacas gordas, algunas lo tienen a buen recaudo y les pertenece porque supieron aprovechar el momento) la solución es que los trabajadores sean fijos pero con despidos mucho más  baratos, en busca del objetivo de no tener que pagar nada por despedirles. No me importa, me he dicho, yo no soy trabajador asalariado, luego no tengo nada que temer.

    Después de la congelación vendrá el recorte de las pensiones  “porque vivimos demasiados años” y hay que rebajar las cuotas de la Seguridad Social. De no tener en cuenta nuestro defecto longevo, -nos dirán- dentro de 40 años (no saben hacer cálculos sobre lo que ocurrirá el próxima año y pretenden hacerlos para dentro de 40 años) el fondo de la Seguridad Social podría tener problemas muy serios y hay que evitarlo reduciendo ahora mismo las pensiones mediante la artimaña de incrementar los años necesarios para alcanzarlas y de aumentar la edad de jubilación. Bueno -me he dicho-  y a mi qué me importa eso si yo tardaré  años en ser  pensionista.

    De un plumazo se han metido con los  funcionarios rebajándoles un 5% su sueldo, ya que disfrutan de seguridad, estabilidad y garantías de las que carecen el resto de colectivos. Como es evidente que yo no soy funcionario (médico, policía, maestro o trabajador del juzgado) no tengo nada que temer.

    Soy consciente de que el aire nos llega contaminado, de que a las acequias arrojan el agua pestilente y de que la depuradora, pegada al mar, es una llaga cancerosa que impide el desarrollo y la tranquilidad de la zona con sus olores y ruidos. ¿Por qué he de ser yo quien lo denuncie? Ya se ocuparan otros, no es mi problema.

    Alguien se percatará un día de que los pequeños comercios son demasiados y que no pueden subsistir por más que se les bajen los impuestos para hacerlos competitivos. Será el momento de decidir que todos sobran porque son una carga y habrá que suprimir sus negocios en beneficio de las grandes superficies y de las concentraciones de empresas (ya ocurre en telefonía, TV, banca, gasolineras, cajas de ahorros, etc.). Yo pensaré que no soy pequeño empresario y levantaré los hombros diciendo “y a mí qué me importa”.

    Otro paso más y nos dirán que la sanidad pública es muy cara y que hay mucha gente abusando de visitar al médico y del consumo de medicinas. Resulta lógico que el coste de los hospitales y de las medicinas sea sufragado por los que utilizan esos servicios. Yo no estoy enfermo de cáncer y no he de acudir periódicamente al hospital a recibir tratamientos caros, por lo que me parece bien que quien acuda a la sanidad pública pague una parte importante de su elevado coste.

    Han ido contra el juez que se atrevió a encarcelar a Vera y a Barrionuevo; el juez que ha intentado que las familias de los muertos del franquismo tuvieran una sepultura digna; el juez que se ha atrevido a poner micrófonos a  abogados corruptos que  trapicheaban para evadir a paraísos fiscales, el dinero corrupto de los poderosos clientes encarcelados por el Gürtel; el juez que  ha escudriñado en las alcantarillas de un gran partido político. Fueron contra él con una rapidez muy rara en la justicia (en contraste con los artistas que levan siete años toreándola). Cobraron la pieza y piensan exponerla para escarmiento de otros jueces que puedan soñar con seguir sus pasos. No va eso conmigo, me dije, yo no ni soy juez ni tengo problemas con la justicia.

    No tienen nada para comer. Cerró la empresa y perdieron el trabajo y su casa. Es su problema - he pensado- deberían haber ahorrado cuando trabajaban. Si no pagan su hipoteca es normal que el banco tenga que embargarles. No, no es mi caso porque yo tengo vivienda, ahorros y una familia que puede ayudarme.

    Cuando ya, parcela a parcela, aprovechando la crisis, hayan desmontado las garantías de todos los más débiles, ganadas durante años de negociaciones en convenios colectivos, quedaré yo solo con mis derechos intactos. Aunque ahora no estoy preparado para pensarlo, ocurrirá entonces que vendrán a por mí. Sólo, temeroso y aislado miraré a mi alrededor sin ver a nadie que pueda defenderme y pensaré entonces que aquello que vi desde mi castillo y que creía que no me importaba, sí me importaba y mucho. En un posterior momento de un día señalado, volverá un nuevo Arias Salgado para decirnos: “Españoles, otro Franco ha vuelto”. Algunos se alegraran sin saber que no tendrán opción de elegir entre una amplia gama de dictaduras posibles: la marroquí, la ultra ortodoxa, la cubana, la guineana...Otros muchos sentirán miedo en el cuerpo y en ese fatal momento, en un instante lúcido, pensaran: “Nos importaba. Sí nos importaba y callamos y  guardamos silencio y no dijimos nada”.

    Ya con un mundo sin derechos, se habrá pasado a un mundo sólo de obligaciones. Quienes fabrican coches, luz, teléfonos o petróleo estarán muy satisfechos, pero su felicidad les durará muy poco, ya que enseguida comprobarán que sus coches no se pueden vender porque no hay nadie con dinero para comprarlos; que la luz no se utiliza porque la cortaron a tantísimos que, sin ingresos, no pueden pagar sus altos precios; que los teléfonos móviles no tienen quien pueda utilizarlos y que la gasolina no se vende en las gasolineras porque la gente, sin dinero, se desplazan a pié o en bicicleta. Alguno pensará entonces protestar y se encontrará con policías bien pertrechados, con un traje gris y modernísimo material antidisturbios, dispuestos a acallar a los alborotadores que pretendan subvertir el orden.

    (Curiosa crisis que mantiene en sus puestos a quienes la han provocado; que mantiene intactas las mismas estructuras que la hicieron posible y que obliga a sufragar los costes a quienes  nada han tenido que ver con ella, mientras los que deberían ser juzgados y condenados, actúan impunes marcando las directrices y fijando las reglas. Y en medio de este laberinto  cada uno, egoístamente, trata de salvarse por si mismo y mira, sin ver a su alrededor, como la historia  no tan fantasiosa que acabo de contarles emulando a Bertold Bretch).)

     

     

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    comentaris 6 comentaris
    miguel bataller
    miguel bataller
    15/09/2010 07:09
    Genial JP....

    No hace mucho, leí unos comentarios sobre la alemania nazi, que me recordaron la situacion actual de aqui. Al principio, cuando empezaron a gasear judios, los arios y demas ciudadanos alemanes, se encogian de hombres, porque no eran judios, y el tema no iba con ellos. Luego hicieron lo mismo con los polacos católicos, y los restantes no se vieron afectados y se levantaron de hombros y nadie defendia a nadie. Mas adelante les toco a los gitanos, y mas o menos se repitió la historia. Nadie saltaba....., se limitaban a ignorar lo que les ocurria a los otros. Cuando llegaron a buscar a muchos de ellos al final de la guerra mundial los de la Gestapo, para gasearlos, ya no quedaba nadie para defenderles. Aqui puede ocurrir lo mismo. Cuando solo se despedia a espuertas a trabajadores de la construcción, el problema era solo para ese gremio, y los demás observabamos impasibles. Luego les ha tocado a industria, funcionariado y pensionistas.... Y luego, a quien..?

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