Creencias, una película y una viñeta
Entiendo o puedo tratar de entender que una persona crea que recitando mantras fortalece su alma en busca del nirvana y antes de alcanzarlo pase de ser saltamontes a cebra. Admito que lo crea y que viva y actúe de acuerdo con esas creencias.
Entiendo que muchos seres humanos priven a sus estómagos de necesidades vitales para lograr unos ahorros con los que poder ir a la cuna del turismo, a dar vueltas y vueltas alrededor de una piedra y anhelen morir para ir al encuentro de unas bellas huríes que les llenen de unos placeres que aquí les negó la vida. Puedo entenderlo y entender que recen todos los días plegarias siguiendo el dictado de sus creencias.
También puedo entender que otros aspiren (con unos golpes en el pecho, un día de ayuno, alguna limosna y algunas plegarias) a obtener el salvoconducto para pasar la eternidad extasiados contemplando al Dios Creador, tras la convicción de haber cumplido canjeando la abstinencia por bandejas de mariscos o pensando que la pobreza es compatible con vivir en palacios y mirar para otro lado cuando se recorta el pan y la sal a los más necesitados.
Entiendo o puedo tratar de entender que otros, ataviados con sombrero, larga barba y traje negro, se consideren pueblo elegido por Dios, confiesen sus pecados haciendo reverencias ante un muro, supliquen castigos para los malvados y ayuden a la divinidad a ejecutarlos guiándola con sus sofisticadas armas.
Entiendo o puedo entender a quienes creen en los valores patrios como altar sagrado y dedican todas sus fuerzas a defenderlos, aunque sean unos valores que se producen por el azar del nacimiento, algo accidental que no depende de cada uno de nosotros.
Todos ellos merecen mi respeto, a pesar de su intento de asustar a niños y mayores, mientras ninguno de ellos coja la espada para castigar a los infieles y arrojarlos, antes de tiempo, al castigo eterno o se dispongan, con una bomba adherida a su cuerpo, a hacerla estallar en medio de un mercado donde otros fueron a comprar unos tomates.
Las creencias, son válidas como asidero y como respuesta a todas las preguntas que nos invaden y a todos los problemas que nos acucian. Las creencias han estado unidas a los seres humanos desde tiempos remotos.
Las creencias, todas las creencias, por extrañas que parezcan, son respetables. Solo hay que pedirles a los creyentes que respeten a las que no son las suyas, a otros valores y a quienes en nada creen.
Cuando un creyente se instala en la violencia debiera detenerse un instante en pensar si el fundador de su religión dijo algo sobre un sable o una bomba adosada al cuerpo. También debería intentar usar, por unos instantes, la razón para pensar si no ha sido empujado a la sin razón por intereses políticos o económicos.
Quien crea puede dejarse crecer su cabello sin cortarlo a lo largo de su vida, puede levantar el pié cada vez que vea una hormiga, matar un conejo obligándole a mirar en una dirección, azotarse su espalda todos los días para que no deje de sangrar o ponerse una mascarilla en la boca para no ingerir ningún insecto accidentalmente. Puede también creer que los dinosaurios son un invento de la ciencia, que Lázaro se sacudió los gusanos que le devoraban y se levantó corriendo, que las ballenas engullen seres humanos, que una pastorcita vio detenerse el sol sin que se produjera un caos galáctico, que el castigo y el premio divino son eternos o que Dios creó la tierra en el centro del universo y luego el sol y las estrellas después de la luz. Puede aferrarse quien lo quiera a las enseñanzas que ha recibido, a la influencia de su entorno social o a donde su información le ha llevado, pero no debieran tratar de imponer a los demás su verdad y debería permitir que otros analicen a la luz de la razón.
Cualquier creyente juraría mil veces que sus creencias son la verdad absoluta y que están equivocados los que no las comparten por creer en otras o no creer en ninguna.
Hay que pedir un mínimo de respeto para que los despreciados por practicar otras religiones, por ser infieles, endemoniados, agnósticos, ateos o los calificativos que se quieran añadir, puedan dibujar una viñeta, escribir un artículo o hacer una película, sin que ello suponga recibir no sólo el castigo divino sino también el que los que se proponen atizarles los poseedores de “la verdad”.
Está bien decir ¡Oh dios! pero… ¡cuidado no poner la hache!
CRISIS
Si Ud. es de los que tienen claro quién es el culpable todos los males de esta crisis, cree que es española y acaban ahí sus reflexiones, no hace falta que siga leyendo. Si no está en ese grupo le invito a que medite sobre lo que han dicho personalidades como Antón Costas, profesor de la Universidad de Barcelona: “Las sociedades pueden aguantar los recortes si ven un hilo de esperanza pero en el Sur de Europa no se vislumbra ni de lejos la salida de la crisis, sino aún más recesión y paro. No hay que descartar sorpresas: lo que hemos visto en Portugal y lo que vemos en Cataluña no se pueden explicar si ese trasfondo de crisis, de fatiga por la austeridad, de la falta de esperanza, de la excesiva tensión. Eso, es a la larga lo más preocupante.”
O lo que ha dicho el economista Charles Wyplosz del Instituto de Ginebra: “Definitivamente no hay plan. Merkel no tiene más estrategia que dar patadas y fijarse obsesivamente en las encuestas”.
O el economista alemán Jörg Bibow: “La estrategia basada en la austeridad ha fallado estrepitosamente. Europa va a seguir con respiración asistida mientas no logre crecer. Ya le falta el aire. Y el tiempo corre muy deprisa cuando empieza a faltar el aire.”
La próxima semana daré mi opinión, con cifras, de quien ha producido aquí nuestro endeudamiento del que tanto hablamos tan apasionada como superficialmente.
Pues yo si as respeto, es decir, admito y tolero que alguien piense que Elvis vive o que se adore a un becerro de oro. Otra cosa seria que me obligaran a mi a arrodillarme todos los dias antes ese becerro.