En la casa de los marqueses de Barbarroja de los Mares Azules
En casa de los marqueses de Barbarroja de los Mares Azules, sita en el distrito del marquesado conocido con el nombre de Venasuisa, se respiraba un aire especial. Como solía suceder en aquel lugar cada cuatro años, quienes se encargaban de esos menesteres se disponían a revisar todas las dependencias de palacio y masías del entorno antes de que el marqués y su señora se dispusieran a partir de vacaciones en busca de un merecido descanso.
Haciendo inventario, como solían hace -como dije- cada cuatro años, comprobaron que en la sala de recepciones faltaban dos óleos de Velázquez. En la habitación de invitados faltaba un jarrón chino de la dinastía de los Xin Win. En la sala de armaduras faltaba el cuadro de “El hermoso Gran Duque el tuerto sentado en un bello potro cojo”. En el dormitorio de la abuela la hucha estaba vacía (hay que dejar constancia por escrito de que la pobre anciana gastaba solo lo justo). En el baúl de documentos encontraron elevadas deudas impagadas. Y así, dependencia tras dependencia, tras acabar el recuento, anotaron en la agenda palaciega que habían desaparecido 57 objetos de gran valor.
Revisaron las cámaras de seguridad y vieron que el ladrón era Pepajo, el mayordomo que habían tenido a su servicio durante los últimos años. Había robado él, y habían robado su mujer, sus hijos, sus primos y hasta una tía que venía a verles con frecuencia desde Panamá.
Como los marqueses no tenían preocupaciones monetarias ni estaban obligados a pagar nada por echar a la calle a un trabajador, despidieron a su mayordomo y a todo el personal en un ERE noble. Cerraron sus aposentos, pagaron las deudas pendientes y se marcharon de vacaciones.
Al regreso, meses después, acudieron a la Casa de Servicios para Marqueses y Condes españoles, conocida entre la nobleza por las siglas: Marycondes. Una casa de servicios especializada en resolver problemas tales como la construcción de un puente levadizo, el cobro de impuestos, la contratación de servicios religiosos, cobrar deudas, organizar fiestas de juglares, construir maquinaria para la tortura de infieles, facilitar doncellas a los condes y marqueses para que comprobaran si eran vírgenes, o -cual era el caso de nuestro protagonista- proveer de un mayordomo.
Allí, agazapados cómodamente en confortable sofá de la lujosa tienda, detrás de un cristal por el que la nobleza veía y podía escuchar pero no podían verla, el gerente de Marycondes les fue mostrando los mayordomos disponibles.
Casualmente el primero que les mostraron al marqués y a su enjoyada señora fue el mayordomo Pepajo que supo venderse muy bien: “Tengo experiencia”. “Soy serio”. “Yo garantizo la continuidad y la solvencia”. “No hay nadie mejor que yo.”, “Soy el único capaz de prestar un buen servicio”, “Garantizo la integridad del palacio”, etc.
El marqués sentado al lado de su señora y del gerente de Marycondes se sonrió irónicamente y dijo: ¡Menudo caradura! Habla muy bien y sabe venderse pero es un sinvergüenza que me ha robado todo. Sé que si le contratara no haría falta explicarle nada porque conoce bien la casa y las costumbres, pero ¿Quién en sus cabales sería capaz de volver a contratar a alguien a sabiendas de que le ha robado? No. ¡Éste no! ¡Cualquiera menos éste! Y se repitió: ¡Cualquiera menos éste! Y el marqués, mirando a su esposa, que sabía bien de lo que hablaba su marido, dijo “¡Este ni de coña! ¡Es un sinvergüenza! Pertenece a una familia de ladrones. Que pase el siguiente”.
El Marqués de Barbarroja tenía las ideas claras. No todos los marqueses son como él. Los hay, la mayoría, que toman decisiones fuera de toda lógica y de lo que se conoce como sentido común que, en la aristocracia, como en el pueblo llano, es también el menos común de los sentidos. A la vista está lo que ha ocurrido en Polonia, Austria,… y hasta en EEUU en donde si el sentido común abundara y la gente tuviera dos gramos de inteligencia, Trump no habría pasado de la primera convención republicana. Nadie tendría que haber dado el menor crédito a un personaje como él, y sin embargo…
OTRA SEMANA DE RELAX
Rajoy dice tener prisa. Dice también que el tiempo apremia. Y, sin inmutarse, ante la oferta de Rivera, se expresa diciendo que hay que esperar ocho días más a que se reúna el Comité Ejecutivo de su partido (que no lo hará hasta el próximo miércoles) “para allí debatir democráticamente y tomar una decisión.”
¿El Comité Ejecutivo? ¿De qué habla este hombre? ¿De qué democracia interna habla? ¿De qué debate si sabe muy bien que cuando se ha reunido ese organismo ha hablado solo él y alguna vez María Dolores de Cospedal? Los demás a escuchar y a aplaudir sin decir ni una sola palabra. ¿Cómo va a funcionar sino un Comité formado, entre otros, por Martínez Pujalte, imputado por falsedad. Arias Cañete, oculto tras sus negocios nada claros y con Acuamed mojándole la nuca. Ana Mato, la ex ministra de tan mal recuerdo por su gestión en la Sanidad, la de los sucios negocios de su marido, la del extraño automóvil en su garaje y del elegante vestido en la boda “cornoleoniana” de la hija de Aznar. Y Rita la de los pitufos, la de la cazalla y sus clamorosos discursos ininteligibles, pero eso sí, llenos de un fervor valencianista que llega al alma.
Lo del Comité Ejecutivo es solo una nueva estratagema en busca de que la presión sobre el PSOE surta efecto. ¿Hay prisa? Pues lo mejor es otra semana de relax para pasear por Galicia, ver las olimpiadas y jugar al mus con los amigos. ¿Y Cataluña? De eso que se ocupe el Constitucional.