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Per María José Navarro
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A mal virus, buena mascarilla

    Aquí estamos, en pleno mes de julio, ese del que se dice que “por San Fermín, el calor no tiene fin”, en esa “nueva normalidad”, que nos obliga a cambiar los hábitos cotidianos, para poder mantener una cierta actividad social, laboral y familiar, aunque prevaleciendo lo de “cada mochuelo a su olivo”, pues es preciso ajustar dichas actividades a la presencia de un virus, que, de momento, no tiene ningún viso de desaparecer de nuestras vidas, al menos en un plazo corto de tiempo, por aquello de que “bicho malo nunca muere”.

    Al margen de lo que piense de algunas personas que parece que nada han entendido, y que se pasan las normas de higiene y de distancia por el forro, que “de todo hay en la viña del señor”, está claro que esta pandemia nos ha hecho  introducir cambios drásticos en nuestras vidas y, casi todas, tenemos asimilada la mascarilla y el gel hidroalcohólico como una parte de nosotras mismas, pues “de los escarmentados, nacen los avisados”.

    He de decir que no me siento nada a gusto en esta “normalidad” anormal, y no es que la de antes me gustara más, que bastante me he quejado de ella y de la fea realidad que esconde, sin embargo, ahora mismo siento que, la pérdida de movilidad es una grave dificultad añadida a la ya complicada participación ciudadana, que las desigualdades sociales se han evidenciado todavía más con la pandemia, cumpliéndose aquello de que “el rico come cuando quiere y el pobre cuando tiene”, que la precariedad laboral también se ha hecho evidente con los focos de infección que se están dando, sobre todo, en el campo y entre los temporeros mal pagados y peor tratados, que precisamente, son quienes abastecen nuestras neveras… en fin, “por los pobres agricultores, son ricos los señores”, por no hablar de las mujeres, las desigualdades y las violencias que, lamentablemente, siguen entre nosotras, aunque la pandemia no deje verlas con nitidez “la tapa todo lo tapa”.

    Pero como “no hay mal que por bien no venga”, hemos podido ver avances significativos en estos meses, como la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, los ERTES, las ayudas a los autónomos o las ayudas al alquiler, como medidas de este gobierno de coalición, para evitar el colapso social que trae consigo esta crisis mundial.

    También me parece significativo el reconocimiento y la sensibilización social hacia las profesiones esenciales, esas que se ocupan del cuidado de las personas, y que pudimos constatar cuando, en el homenaje de Estado hacia las víctimas de la pandemia, en vez de un clérigo, pudimos ver a una enfermera, que durante estos meses ha trabajado, incansable, contra el covid19, lanzando un emotivo discurso. Esta ha sido la primera ceremonia civil de este país, pero como “a camino largo, paso corto”, espero que, poco a poco, se vayan produciendo esos cambios para que las religiones queden, en exclusiva, en el plano personal.

    Por otro lado, estaría bien que se investigaran los chanchullos y tropelías del emérito, porque “allá van leyes, donde quieran reyes” y ya estamos un poco hartas de ver cómo este personaje público, como tantos otros, han vivido a lo grande y protegidos por la inviolabilidad de su cargo, aunque puestas a pedir, y por aquello de “a cada cien años los reyes son villanos, y al cabo de ciento diez, los villanos son reyes”, no estaría nada mal que, cuando pasemos esta pandemia que nos limita en tantos sentidos, se retomara aquello de hacer un referéndum, para que la ciudadanía pueda decidir entre monarquía o república.

    Y mientras tanto, a mal virus, buena mascarilla, pero ojo, que a virus revuelto ganancia de farmacéuticas, aunque esto, para otro artículo.

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