De flexivegetariana a vegana
Nunca he sido capaz de esperar a ser atendida en una carnicería, pues el olor me resulta desagradable, por lo que no suelo comprar mucha carne ni tampoco soy demasiado dada a comérmela. Esto no es de ahora, sino que en mi infancia tampoco era habitual el consumo de carne en mi casa, tal vez porque la economía no daba más que para un pollo a la semana, que servía para hacer caldo y comer las pechugas, convenientemente troceadas, para que cundieran más…
Puede ser que esos años de la niñez, en los que se aprende lo que se vive, y una aventura con un pollo criado y sacrificado en casa, que acabó cantando mientras los desplumábamos y que me mantuvo lejos de cualquier comida que me lo recordara durante mucho tiempo, me hayan llevado a ser una flexivegetariana, es decir, que me alimento generalmente de frutas, verduras, cereales, legumbres, productos lácteos y huevos, introduciendo en mi dieta, de vez en cuando, algo de carne o pescado…
Sin embargo, aunque alguna vez me había planteado dejar definitivamente la carne, nunca, hasta ahora, lo había tenido tan claro. Pero después de ver el programa de Jordi Évole, con esos cerdos enfermos, deformes y caníbales, mi afición por el jamón va a quedar relegada y sustituida por otros manjares mucho menos traumáticos, como un plato de humus o un pedazo de calabaza asada.
Quiero pensar que esa granja grabada es solo una excepción y que en la mayoría de las explotaciones porcinas de nuestro país se mantienen unas condiciones mucho menos extremas (o no), pero a pesar de ello, también hemos de ser conscientes que en ellas se generan 15 veces más desechos de los animales allí criados, que carne. Esos excrementos y orines se llaman purines y son depositados en grandes balsas que en muchas ocasiones sufren pérdidas, lo que lleva a la contaminación de los acuíferos de la zona. Estos excrementos se utilizan como fertilizante en los campos de los alrededores, aunque se llegan a sobrefertilizar, ya que la tierra no es capaz de asimilar todos los nitratos contenidos en los purines, y también acaban en los acuíferos, causando graves problemas medioambientales.
Y si pasamos a la ganadería intensiva, nos encontramos con que, cada una de las vacas de los miles de millones existentes sobre la faz de la tierra, emiten de 113 a 189 litros de gas metano al día. Es decir, que las vacas son causantes de una gran parte de la contaminación y del efecto invernadero, ya que el metano que emiten a través de sus eructos, es 21 veces más dañino para la atmósfera que el dióxido de carbono emitido por los vehículos a motor.
La avicultura intensiva no se salva de la lista de contaminantes, ya que también expulsan toxinas en el aire y en el agua, aunque los pollos son la proteína animal más eficiente, ya que solo se necesitan dos unidades de alimento para crear una unidad de proteína animal, mientras que en el resto de producciones cárnicas, se necesitan de tres a diez veces más alimento para crear una unidad de proteína.
Visto lo visto, y teniendo en cuenta que el pescado también aparece contaminado por los plásticos vertidos al mar, creo que mi dieta va a pasar en breve de ser flexivegetariana a ser vegana, con todas las consecuencias… aunque teniendo en cuenta que las abejas están, si no se pone rápido remedio, en peligro de extinción, y que son ellas las responsables de polinizar los cultivos de los que nos alimentamos, tal vez, en un futuro no muy lejano, tengamos que alimentarnos del aire contaminado que respiramos.
El veganismo es mucho más que una ideología. Es un compromiso con el medioambiente y con el resto de seres vivos. Las personas veganas tienen un código ético contra la explotación animal, cualquiera que sea su manifestación: investigación, alimentación, vestimenta, cosméticos, etc. El mundo capitalista agota los recursos naturales en busca de un beneficio propio, allá donde esté. Los supermercados están abarrotados de productos de procedencia animal, se vendan o se retiren caducados (que no sabemos si nos hacen croquetas con las sobras). Y no hablamos solo de carne, la leche, el queso, la miel y los huevos, la jalea real y los propóleos, abundan en las estanterías. Todo ello supone sobreesplotación de vacas, ovejas, gallinas, perdices y abejas, entre otros. Las personas veganas se niegan a contribuir a este despropósito consumista cuando la naturaleza nos proporciona todo lo que los seres humanos necesitamos, sin necesidad de ser más crueles de lo que lo somos con nosotros mismos/as.