Cuerpos
Ir a la playa es todo un acontecimiento para mí, pues no suelo hacerlo con la asiduidad que me gustaría, pero este verano ya he tenido la ocasión de visitar un par de ellas y dar largos paseos, lo que significa ver cuerpos de personas con toda la diversidad que eso supone:
- Los hay voluminosos, orondos, otros son delgados y espigados; hay cuerpos más flexibles, y otros muy rígidos; encontramos también cuerpos con pieles de mil colores, algunos con la piel tan clara que parecen transparentes y otros, tan oscura como una noche sin luna y entre ambos extremos tenemos un amplio abanico de tonalidades; cuerpos que los rayos del sol ha enrojecido, tostado, bronceado.
- Cuerpos tatuados, cuerpos perforados, cuerpos decorados, cuerpos personales y personalizados; cuerpos con cicatrices, con marcas del paso del tiempo y sus vicisitudes; cuerpos blandos, cuerpos musculosos; cuerpos recién estrenados, tersos, suaves y en crecimiento; cuerpos decrépitos, con arrugas y sin fuerzas; los hay muy grandes y también algunos muy pequeños.
- Hay cuerpos totalmente cubiertos de vello y algunos lampiños; podemos encontrarnos cuerpos con anomalías e imperfecciones y otros perfectamente tallados y proporcionados; cuerpos con panzas prominentes, mientras otros tienen los vientres planos; cuerpos con las piernas largas, cortas, torneadas, arqueadas, hinchadas…
Todos ellos bellos, genuinos, irrepetibles.
Un sinfín de personas luciendo sus cuerpos, sin distinción de edad, género o condición social… Cuerpos libres, sin opresiones ni tapujos, cuerpos amados y que aman, cuerpos deseados y deseables…
Y, sin embargo, hay quien se empeña en crear estereotipos para clasificarlos, para estigmatizar a los “diferentes” (como si todas las personas no lo fuéramos), para ver diferencias donde no las hay y así tener excusa para señalar, apartar y perseguir a las personas que no cumplen con lo previsto por esta sociedad patriarcal y capitalista.
Ambos conceptos (patriarcado y capitalismo) están en las antípodas de esas playas atestadas de personas en las que el sol, el mar y la arena nos unen, nos igualan, nos liberan de prejuicios.
Teniendo en cuenta que más de la mitad de la población somos mujeres y padecemos a diario la presión de esos cánones de belleza (falsa y externa) que nos marca la moda y la publicidad sexista, machista y consumista, y otra gran parte de la población tampoco entra en ellos por sus diferentes condiciones vitales: color de piel, condición sexual o económica, o por sus medidas corporales, tal vez deberíamos plantarle cara ya a este modelo social excluyente, en el que la mayoría no encajamos, y vivir sin pensar tanto en cómo somos por fuera, pero formándonos permanentemente por dentro (leer, viajar, conversar…) para recuperar esa sociedad más humanizada que nos han robado a base de hacernos creer que la felicidad está en las pantallas y la realidad virtual, y no en la relación con los demás.