NO
Cuando realizo talleres con familias, una de las cosas que siempre les digo es que, una de nuestras misiones como personas adultas, responsables de la crianza de niños, niñas y adolescentes, es poner normas y límites, y para ello hemos de aprender a decir que no a ciertas solicitudes y conductas poco adecuadas, por el bien de los propios hijos e hijas, y por el bien de la convivencia en el hogar.
Y este mismo consejo es el que deberían aplicar los órganos de representación democráticos, para poner coto a los partidos de extrema derecha, que rezuman odio por sus poros y solo aportan crispación a la política.
NO. No cabe, en un país que se declara democrático, que se normalicen ciertas actitudes de estos personajes que ostentan cargos políticos.
NO. No caben, en una campaña electoral, mensajes de odio, retorcidos, tramposos y vomitivos, en el que se utilizan datos falsos para incriminar a personas en situación de vulnerabilidad.
NO. No es posible que esos mensajes de odio y las falsedades manipuladoras circulen con total impunidad, y que quienes los reciben no lo denuncien públicamente, haciendo como que no pasa nada, mirando para otro lado, lo que acaba haciéndoles cómplices de ello, aunque no piensen de la misma manera.
NO. No pueden validarse las actuaciones y discursos fascistas, minando con ello las libertades y derechos de otras personas.
NO. No es de recibo que se les permita mantener una actitud de chulería y macarrismo en debates, sin que se les recrimine o, incluso se les silencie, si es necesario, para evitarnos al resto la vergüenza de asistir a un espectáculo bochornoso, en el que, a la postre, se les acaba dando pábulo al entrar en su juego.
Me resisto a que el fascismo se normalice dentro del escenario político y democrático.
NO. No todo vale. Y si las instituciones de este país son incapaces de evitar el blanqueamiento de estas actitudes poco democráticas y que ponen en riesgo la convivencia, tal vez debamos de ser la ciudadanía, quienes tomemos partido ante este esperpento y digamos NO.