Fosas nada comunes
En "Pasión de los fuertes", el western del maestro John Ford, hay una de las escenas mas tiernas y emotivas del cine para mí. Henry Fonda es un vaquero que transporta ganado junto a sus hermanos, una noche de tormenta en que son asaltados por unos cuatreros sale en su persecución; cuando regresa al campamento descubre que su hermano menor ha sido asesinado. Lentamente se baja de su montura, incrédulo y desorientado, sin asimilar todavía la situación, y se agacha junto al cadáver bajo una lluvia torrencial extendiendo su mano trémula, como un rústico toldo, sobre el rostro sin vida para protegerlo del aguacero. Fundido a negro.
Es tan poético y tan íntimo como expresa su dolor. Tan serena y profunda es su cercanía y desesperación que no puede sino conmover al espectador. Toda la rabia, el dolor y la impotencia ante el asesinato de un ser querido, queda magistralmente reflejado en el rostro sereno y ausente, impasible ante la lluvia que lo baña. Su mano humilde y ruda de vaquero se convierte en una mano temblorosa y delicada, suspendida en el aire por ese afán atravesado de dolor, de proteger los restos de un ser querido, lo único que nos queda de un ser cercano y hasta ese día vivo y palpitante al que alguien ha arrebatado todo lo que tiene, todo lo que podría haber sido algún día.
Estos días, con la polémica acerca de las actuaciones del juez Garzón respecto a las fosas comunes de la guerra civil y sobre los desaparecidos en aquella contienda, me ha venido muchas veces a la memoria esa escena. Cuando la muerte se lleva a un ser querido todo el orden que había en tu vida se desmorona, todos los valores y sueños que podían regirla se derrumban o se ven trastocados en un segundo y para siempre. Lo único que te reconforta es procurar un lugar digno para que reposen los restos de ese ser querido y poder visitarlos para rendirles el tributo que nuestro amor y nostalgia nos reclaman. Una manera de sentir que esa persona, en otro estadío, sigue cerca de nosotros y es, de alguna manera, tangible y cercana.
Estamos asistiendo estos días a un debate en todos los medios a favor y en contra de esta decisión, sobre cómo y en que forma se debe o no realizar dicha investigación. Pero hace unas fechas habló un señor en la televisión, era ya un anciano, y mirando a la cámara sujetaba en sus manos un montón de legajos y documentos, y explicaba cómo cuando tenía ocho años fueron a su casa unos hombres uniformados y se llevaron a su padre y nunca más lo volvió a ver. Mostraba al objetivo la carta de despedida que les escribió desde la cárcel a su madre y a él, y a día de hoy, después de chocar durante años con la burocracia de la administración y la ceguera laberíntica de la justicia, no sabía con certeza donde estaba enterrado su padre. No tenía un lugar donde visitarlo, honrarlo y sentir de algún modo que sigue ahí, entre los suyos, que descansa en paz.
Es un deseo más que una opinión, pero me gustaría que todo aquel que perdió a un ser querido en aquella guerra pudiera agacharse en silencio y poner su mano temblorosa, suspendida en el aire sobre su rostro, para protegerlo de la lluvia.
Tu comentario no es que sea maravilloso. No, el comentario es la traslación de tú pensamiento hacia algo que quieres que se convierta en una realidad. Esa realidad la comparto contigo,claro si me dejas, para que sea extensiva a los que en iguales circunstancias pues los hay en los dos bandos. Aunque ya la muerte los haya convertido en un sólo bando. Pues ya todos están allá Arriba, con El que es Padre de la Humanidad y Señorf del Universo.