A “Vicente González Lizondo”, in memoriam
Cuando todavía tenemos reciente en el sentimiento y en el recuerdo, el fallecimiento el pasado 23 de noviembre, de Rita Barberá, me ha venido a la memoria otro fatídico 23, pero de diciembre -hace ahora 20 años-, fecha en que González Lizondo dio su vida por amor a Valencia y a los valencianos. No le conocí personalmente, pero sí seguí su carrera política, y creo que es de justicia recordar a este también valenciano insigne, y honrar su memoria.
Ambos a dos, compartieron la alcaldía de forma bicéfala, que cambió para siempre la ciudad de Valencia. Bajo sus mandatos se recuperaron las tradiciones más arraigadas: el "Te Deum" del 9 de Octubre, y se llevaron a cabo numerosos proyectos: se recuperó una gran parte del patrimonio oculto de la ciudad, la "Valencia fundacional", la cárcel de San Vicente, el Convento de Trinitarias, San Pío V, se restauró la Basílica de la Virgen, etc.
Y al César lo que es del César: no permitió la investidura de Eduardo Zaplana como Presidente de la Generalitat, hasta que éste aceptó la creación del Complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, de igual modo que con anterioridad había presionado a Ricardo Pérez Casado con el Palau de la Música.
Desde las bases del Grupo d'Acció Valencianista y la Unión Regional Valenciana fundó, junto al también exalcalde de Valencia, Miguel Ramón Izquierdo, el partido regionalista Unión Valenciana. Como diputado nacional, sus intervenciones en defensa de los intereses valencianos nunca pasaron inadvertidas, ni para el gobierno, ni para la oposición, ni para los medios de comunicación, tanto nacional como internacional. Su conocida intervención en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, depositando una naranja durante su exposición, fue protestada con silbidos, risas y pataleo del grupo popular, pero esto no le disuadió para continuar con sus palabras; y al finalizar, cogió la naranja, se dirigió al escaño ocupado por el presidente del gobierno socialista, Felipe González y, depositándola sobre los papeles de éste, le dijo: "esta naranja es para que no se olvide de los problemas que tienen los agricultores y los valencianos".
También es conocida su valiente defensa de la lengua valenciana, como una de las lenguas de la llamada "Europa de las Regiones"; habiendo entregado días antes, al Constitucional, un completo dossier a este respecto.
Y es que hay momentos en la historia, en los que aparecen hombres que marcan la diferencia. Uno de ellos fue Vicente González Lizondo, quien quiso renunciar a su sueldo de diputado nacional, y cuando no se le permitió por la cámara, insistió en que su sueldo se entregara íntegramente a la Cruz Roja de España. Posteriormente, dimitió de diputado nacional, y también de concejal en el Ayuntamiento de Valencia, para que su gesto forzara también la dimisión de otro concejal tránsfuga; y todo ello, siempre por su amor a su querida Valencia, "cap i casal" de su Reino. Fue también diputado en las Cortes valencianas, de las que llegó a ser Presidente. Y como todo hombre destacado por sus virtudes, fue rechazado por los mediocres; el calvario por el que le hicieron pasar dentro de su propio partido, dio al traste con su vida, igual que ocurrió con Rita Barberá. De hecho, González Lizondo fue expulsado -al igual que los que le apoyaban-, por negarse a que Unión Valenciana se escorara hacia el nacionalismo valencianista.
Tras 20 años de su muerte, aún permanece en la memoria de los que le admirábamos y le recordamos, las imágenes de cuando tuvo que bajar de la Presidencia de la Cámara valenciana -para ir a su escaño en el grupo mixto a votar-, y de cómo su desfibrilador empezó a sacudir su cuerpo ya casi inerte. Un corazón traicionado es un corazón herido de muerte; y el corazón de D. Vicente no pudo aguantar más -tras tantos años de sacrificio personal, familiar y político, por y para su Valencia-, la deslealtad de sus propios excompañeros de partido.
Cuando uno se acerca a personalidades como la de González Lizondo, corre a veces el riesgo de perderse en la nostalgia de tiempos pasados, de hombres que han hecho historia; y nos sentimos a veces tentados de pensar que esas figuras son irrepetibles. Sin embargo, no es esa en absoluto mi intención; lo único que pretendo es llamar la atención sobre lo que somos, como personas, como valencianos, como españoles, y creo sinceramente que una de las mejores formas de hacerlo es rescatando, actualizando, trayendo a nuestro presente, a esas personas que han conformado nuestra historia común, que han luchado por nuestras raíces, que han dado su vida por lo que creían, y sobre todo, que han sido "libres"; libres de alma y de pensamiento; libres de ataduras y de "convolutos"; libres para luchar a veces y para retirarse otras; libres para decir sí y para decir no. En definitiva, mi única intención es mirar a nuestra historia para aprender de ella.
Y una parte muy relevante de la historia de España, de la historia de Valencia, está firmada y sellada a fuego, por González Lizondo, hombre honesto y cabal, que decía lo que sentía, y actuaba con extrema fidelidad a sus principios. Siempre he pensado que tanto en la vida privada como en la pública, las personas necesitamos referentes, espejos en los que podernos reflejar; en mi caso, en mi vida política, he de decir con toda humildad, que D. Vicente González Lizondo es un referente de principios, de voluntad, de fortaleza, de pasión, y de amor a España y a su Patria chica, nuestra querida Valencia.
Quiero concluir este recuerdo, mostrando mi respeto y mi mayor consideración a su esposa, Teresa Sánchez, y a sus tres hijos; y quiero decirles que, en lo que de mí dependa, el trabajo, el sacrificio, y la entrega de D. Vicente nunca serán olvidados.