Sucedió hace un año
Sucedió hace un año. La noche anterior le aconsejé a mi mujer que no se fuera a trabajar, pero a las ocho y media de la mañana de aquel jueves el cielo no ofrecía argumentos sólidos como para que siguiera insistiendo. Aunque apenas caía alguna gota, yo, de naturaleza tranquila, llevaba días leyendo con más atención de la habitual todas las publicaciones que MeteOrihuela estaba haciendo sobre un episodio de fuertes lluvias que se aproximaba a nuestra comarca y, no sé muy bien por qué, tenía la extraña sensación de que estábamos en la antesala de unos momentos complicados de verdad. Aún guardo tanto en mi memoria como en el escritorio del ordenador desde el que escribo este artículo una imagen del 10 de septiembre en la que se mostraban cuatro ejemplos de modelos meteorológicos sobre la que se avecinaba. Tres de ellos –el europeo, el americano y el canadiense- apuntaban a que caerían entre cien y ciento cincuenta litros por metro cuadrado; el cuarto, el británico, mostraba en tonos grises que la inminente DANA nos dejaría -como así sucedió- más de quinientos. Entre la “moderación” de los primeros y la rotundidad del último, calculé una extraña media ponderada realmente poco halagüeña. De ahí mis temores.
Aquel jueves salí de casa y, en cuanto abrieron la primera tienda, fui a comprarme unas botas para estar preparado. En la Concejalía parecía un día más: funcionarios trabajando, promotores preguntando por sus proyectos… Dos horas más tarde todo empezó a cambiar: el cielo adoptó un gris más intenso que el del mapa y comenzó un aguacero continuo e intenso que ya no acabaría hasta arrasarlo todo en unas jornadas tristemente históricas. Carreteras cortadas, personas incomunicadas y numerosos daños materiales en muy poco tiempo. Precipitación desde las nubes y precipitación en las llamadas, en los mensajes, en las noticias, en los alarmantes vídeos y en la competición fotográfica que inundaba las redes sociales a la misma velocidad que el agua reclamaba sus escrituras.
La Vega Baja, tantas veces olvidada, se había convertido de repente en el foco de atención de todos los medios nacionales e internacionales y Orihuela era la capital mundial del desastre. Lejos de distanciarnos, el impacto de las inundaciones en las infraestructuras comarcales acentuó la identidad de una comarca singular que no dudó en unir fuerzas desde el primer momento para trabajar en la recuperación de un territorio devastado y que aún sigue reivindicando unas soluciones que todos conocemos, pero que nunca nos ofrecen. Llegados a este punto, es justo, por un lado, poner en valor la gran labor realizada desde los ayuntamientos, la administración más próxima y de más inmediatas respuestas, y desde la Diputación de Alicante, tan cerca ahora de todos los alicantinos. Por otro lado, debemos mantener viva la exigencia al Gobierno valenciano y, sobre todo, al Gobierno central, ambos más afectivos que efectivos.
Ahora, justo doce meses más tarde, después de haber sufrido también en enero la borrasca Gloria y en plena crisis de coronavirus, es el momento perfecto para lanzar un mensaje de ánimo a todos los que tantas veces han caído y con innata fuerza se han levantado frente a las adversidades, como lo es también para reconocer nuevamente la impagable labor de todos aquellos que se jugaron la vida por ayudarnos, haciendo una mención especial a los héroes anónimos que robaron tiempo a sus familias y voluntariamente vinieron a sacar barro de los hogares y a dar aliento a quienes lo habían perdido todo.
Es un dato objetivo que nadie ha sufrido más que nosotros en el último año, por eso alzaremos la voz hasta la saciedad para reivindicar que se nos trate con justicia. No permitiremos que ni Orihuela ni la Vega Baja caigan de nuevo en el olvido. Explicaremos tantas veces como haga falta que aún hoy sufrimos los efectos de la DANA.