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Per Robert Raga Gadea, alcalde de l'Ajuntament de Riba-roja de Túria
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Negar la evidencia

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    Negar la evidencia- (foto 1)

    Mientras veíamos aquellas espantosas y terribles imágenes de las calles de la bella y majestuosa ciudad de Zaragoza anegadas como si de una prolongación del Ebro se tratase, vecinos y vecinas encaramados en lo alto de unos vehículos arrastrados por la fuerza del agua y autobuses deslizándose a la velocidad del rayo por las rutas habituales, algún predicador “despistado” de los medios más acérrimos a los postulados más conservadores y reaccionarios todavía ponía en duda algo que ya nadie, a estas alturas, puede soslayar: el cambio climático es, cada vez más, un compañero habitual en nuestra vida. No son ya ejemplos puntuales o aislados. Ni mucho menos. Son episodios que se han adentrado en nuestras vidas. Veranos cada vez más tórridos y calurosos, incendios inabordables e impredecibles para los mayores expertos en apagarlos o la desaparición progresiva de nuestro ecosistema son algunas de las consecuencias que se van asentando, lamentablemente, en nuestra sociedad. Mientras desde algunas instancias se intenta luchar con todas las herramientas posibles al alcance para mitigar o contrarrestar los efectos del cambio climático, debemos aunar esfuerzos para afrontar a un “enemigo” surgido de las cavernas: aquellos que, pese a la evidencia, se niegan a aplicar ningún tipo de medida para hacer de nuestro entorno un espacio más amable, más verde y más sostenible.

    La llegada de formaciones políticas que reniegan de los postulados científicos y abogan por instaurar su “pensamiento único” en las instituciones supone, cuanto menos, un motivo de preocupación por cuanto “ayuda” enormemente al retroceso del camino que llevamos andado desde hace unos años. Las medias tintas, la tibieza y la moderación ante un deterioro evidente del medio ambiente nos hace pensar que, tras esta extravagante postura, subyacen muchos intereses bastardos que anteponen los motivos económicos o empresariales antes que una razón ecológica cuyo interés es asegurar la supervivencia de nuestra sociedad en unos parámetros de lógica pura. Se trata, principalmente, de ralentizar la velocidad emprendida en algunas partes de nuestra vida para que la realidad no nos atropelle en cualquier momento. El reto es importante, mayor del que los escépticos creen, por desgracia. Ni las terribles imágenes de Zaragoza les hace entrar en razón. Viven al margen de la sociedad, inmiscuidos en su “razonamiento” ilógico. Y, además, algunos informes conocidos en los últimos días no invitan al optimismo, por cierto.  

    Uno de esos estudios nos llegada desde Greenpeace en el que alertaba de que algunos trayectos para unir dos ciudades europeas eran mucho más baratos en avión que en tren y, por tanto, los ciudadanos elegían el transporte más económico a pesar de que, en la práctica, es el más “caro” en términos ambientales, en producción y en generación de emisiones de dióxido de carbono y en impacto sobre el entorno. El estudio de la organización ecologista señalaba que en 112 rutas entre ciudades europeas había 79 en las que los vuelos eran más baratos que el tren. Algo debemos estar haciendo mal cuando a los ciudadanos les damos a elegir entre dos opciones y la más barata es la que mayor perjuicio ambiental vamos a ocasionar. Desde las administraciones públicas debemos luchar, efectivamente, por revertir la situación, cuanto menos. Por ejemplo, en Riba-roja de Túria hemos iniciado la actual legislatura al mismo ritmo que terminamos la anterior. Si cabe, incluso, hemos puesto una marcha más al ritmo que ya llevábamos en nuestro objetivo por luchar contra la emergencia climática que estamos sufriendo ya. Los proyectos Génesis Túria con la plantación de más de 80.000 árboles en la ribera de un río olvidado durante décadas, el proyecto Guardian liderado por el Ayuntamiento de Riba-roja de Túria junto a Paterna de lucha contra el fuego con agua residual reciclada en la Vallesa de Mandor o la ordenanza sobre la huella de carbono que permite a las empresas desgravarse por invertir en proyectos de reducción de emisiones son algunos de los ejemplos de nuestra hoja de ruta. Está en juego mucho más de lo que nos imaginamos, pese a los palos en las ruedas que los más retrógrados suelen poner en el camino del progreso.    Avísennos

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