Nadal: La humildad de Dios y la grandeza del hombre
Un año más celebramos la fiesta de Navidad. Este año el recuerdo del nacimiento de Cristo no se vivirá de la misma manera en todos nuestros pueblos. En algunos el ambiente habitual en estas fechas en las parroquias, en las casas y en las calles será muy diferente al de otros años. A pesar de esto, tenemos que celebrar el nacimiento del Señor. En medio de las dificultades que muchos estáis pasando, no dudamos del amor del Hijo de Dios que, en la manera de entrar en el mundo, se acercó a los más pobres y a todos aquellos que vivían en soledad y pobreza; y no dejamos de trabajar para que la paz y la alegría que los ángeles anunciaron en la Nochebuena se haga realidad en las relaciones entre las personas y los pueblos de todo el mundo, e imitemos la solidaridad de Cristo con toda la humanidad.
Y es que Navidad no es solo la exaltación de unos sentimientos. El nacimiento de Jesús es un hecho que nos habla de Dios y del ser humano. En el Niño de Belén se nos revela el rostro de Dios verdadero. Muchas personas entienden a Dios como uno Ser tan grande que está encerrado en sí mismo, que vive alejado de la humanidad y es indiferente a la historia de los hombres. En definitiva, un ser sin sentimientos, incapaz de amar. Esto ocurre a menudo también en las relaciones humanas, en las cuales se da una gran importancia a la posición de superioridad o inferioridad de los unos respecto de los otros; y en las cuales quienes ocupan los lugares superiores se esfuerzan para guardar las distancias respecto de los inferiores. Es, en el fondo, un mecanismo para afianzar la posición de superioridad.
La Navidad nos muestra, en cambio, la imagen cristiana de Dios: su grandeza no consiste en encerrarse en sí mismo guardando la distancia, sino identificarse con los pequeños, con todos aquellos que, si los valoramos con criterios humanos, nos quedaríamos indiferentes ante ellos porque no son importantes para el mundo. Para Dios no hay nadie que sea demasiado pequeño o insignificante para no prestarle atención. La grandeza de Dios se muestra en su capacidad para rebajarse; y la grandeza de las personas en su capacidad para romper barreras, para salvar las distancias que nos alejan de los otros.
Pero el misterio de Navidad nos habla también del ser humano y de lo que Jesús ha venido a traernos. San León Magno nos invita a considerar que si el Hijo de Dios ha venido a compartir nuestra condición humana es para que nosotros podamos compartir con Él su naturaleza divina. La dignidad de la humanidad es mucho mayor de lo que hubimos podido imaginar por nosotros mismos: Dios nos invita a compartir con Él su grandeza y, por eso, ha querido hacerse pequeño como nosotros. Nuestro Dios no guarda las distancias; al contrario, rompe las barreras: lo hace al nacer como uno de nosotros en extrema pobreza y lo hace al resucitar y abrirnos las puertas del Paraíso.
Y aquí descubrimos por qué tenemos que celebrar la Navidad con estos sentimientos que ennoblecen el ser humano. No estamos ante un sentimentalismo infantil: queremos manifestar que lo que anhela el ser humano no es una ilusión vacía, sino una esperanza cierta porque Dios se ha acercado a nosotros de una manera sorprendente y esto nos permite acercarnos a Él con una confianza absoluta. Que estas navidades nos acercamos a aquellos que sufren para sembrar esperanza en sus corazones.
Feliz Navidad.