La molesta ideología
Es conocida la tendencia a reproducir errores pero también se da la que agiganta los problemas que se dicen denunciar. Las crisis tienden a generar toda especie de subproductos. El descrédito de los partidos permite encontrar oportunidades a los que nunca pudieron acceder a crédito alguno.
Una de las debilidades o críticas que se han señalado con relación a la conformación de los grandes partidos fue su afiliación de aluvión que permitió el acceso a cargos públicos a algunas personas que no venían exactamente a servir a la sociedad ni entrañaban una ideología precisa.
Me llama la atención que, en estos momentos en que se cuestionan los partidos hasta ahora hegemónicos, determinadas personas pasen de optar a integrarse en una formación política u otra según les convenga a su cálculo personal sin reserva ideológica alguna.
El neoliberalismo se empeñó en imponer el fin de las ideologías hace unos lustros y, hoy, desde incluso ámbitos supuestamente contrarios, se apuesta por la misma idea disfrazada con el concepto de “transversalidad”. En realidad se trata de prescindir de la ideología cuando ésta supone una rémora para la conquista del poder, que en democracia, se logra mediante elecciones.
Tenemos como sociedad una crisis de proyectos ideológicos y hay quien se empeña en solucionarlo con proyectos electorales, como si lo importante fuera gestionar el poder político como fin y no como instrumento para llevar adelante las transformaciones que implica desarrollar un proyecto político.
La ideología comporta una escala de valores y, por tanto, un límite moral en la acción política. Un proyecto con ideología podrá ser compartido o no, aceptado o rechazado, pero supone claridad. La corrupción es más factible cuando se prescinde de la ideología.