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Per Jaime García García
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¿Eurabia?...

    El historiador Fernando Brandel dice: “una civilización no se desplaza”. Sin embargo, el Islam se desplazó. En el 711 invadió España y su civilización teocrática chocó con la cultura visigótica española.

    Allí donde el Islam arraiga, aparece la comunidad de creyentes (dar-al-Islam). El Islam se rige por el Corán. El Corán no es un texto revelado a Mahoma. Es mucho más, es un “munzal”, un texto que, en “la noche del Destino”, Dios entregó a Mahoma. Es por ello que no existe ninguna posibilidad de interpretación histórica del Corán. El Corán es un dogma, es la lengua de Dios. Para el Islam, el Corán lo es todo: religión, sociedad y estado.

    Europa fue invadida y, en parte, conquistada por los islamistas. Penetraron al mando del jefe berebere Taric y sometieron a casi toda la península ibérica. Llegaron a Francia, surcaron Italia y se asentaron mucho tiempo en Sicilia. Quiero indicar dos cosas: la civilización Islámica generó centros de gran irradiación cultural, que contribuyeron a la evolución de Europa. Introdujeron obras de filosofía y matemáticas griegas y en la Universidad de Paris triunfaron las ideas de Averroes, gran filósofo hispano-árabe. Nuestra civilización se nutrió, en parte, de la civilización islámica.

    En segundo lugar Europa, y sobre todo la Iglesia, armaron el brazo de sus gentes para impedir el progreso del Islam. Fué obra de muchos siglos. Se les expulsó prácticamente de Europa, pero ha quedado siempre en nuestro occidente la huella de la cultura islámica.

    Hoy corre un temblor por el cuerpo de Europa. Los europeos atravesamos una crisis de identidad real y profunda; hemos perdido el horizonte de nuestra cultura y civilización; hemos renunciado a nuestras raíces en los foros europeos y nos vemos rodeados, cada vez más, de inmigrantes islámicos, de cultura diferente, de tradiciones cuya aceptación se hace muy cuesta arriba, como son el burka, el ramadán, su concepto del sexo, del matrimonio, de la mujer… El Islam es un pueblo teocrático, pues centra toda su vida alrededor de los libros del Corán y de la Sunna.

    Los europeos deben comprender que hay una realidad histórica incontestable: los pueblos que no tienen hijos desaparecen. La demografía es terca. Si Europa sigue reduciendo su demografía, no es ninguna obsesión pensar que, dentro de cincuenta o sesenta años, Europa será islámica. Se afirma que en los próximos 15 años un tercio de los nacidos en Europa serán musulmanes. Es el precio a nuestra comodidad y a nuestro desinterés familiar.

    Este pensamiento produce miedo y desconfianza. Los aplausos al multiculturalismo, a la Alianza de Civilizaciones, se han trocado en una actitud de recelo e inseguridad. Recordemos el no a los minaretes en Suiza, el no a los árboles de navidad en Dinamarca, el miedo a los islamistas radicales, la actitud de conflicto de los islamistas con aquellas ideas políticas que no se ajustan al Corán…. Ahora nos damos cuenta que en los países islámicos no existe la reciprocidad. En ellos se prohíbe la construcción de iglesias, se niega la libertad religiosa, y se persigue a quienes no aceptan el Corán.

    Ahora empezamos a darnos cuenta que la tolerancia, tantas veces exhibida, no es dar marcha atrás; no consiste en ceder nuestra cultura o costumbres, por cortesía, a otras culturas. No podemos permitir el velo y quitar los crucifijos e imágenes religiosas y católicas para no herirles su susceptibilidad. Los que vengan a vivir entre nosotros, ¡sean bienvenidos!, pero que respeten nuestras costumbres y que se amolden a nuestro vivir occidental. Ya desearíamos que nos respetaran igualmente en sus países de origen.

    El tema no es baladí. En Europa viven hoy millones y millones de musulmanes, incluso partidos políticos musulmanes, que miran el Islam como fuente de regeneración y se muestran hostiles a la cultura occidental, que califican de decadente y amoral. En Inglaterra ha aparecido estos días una encuesta según la cual sólo uno de cada cuatro ciudadanos tiene del Islam una buena opinión. Un 45% cree que la diferencia religiosa tiene un impacto negativo. Y el presidente francés Sarkozy ha dicho que el uso del burka o el niqab en público no es bienvenido en Francia, pues es contrario, dice, a nuestros valores y a nuestra idea de la dignidad de la mujer. La polémica está en la calle.

    Que nadie me califique de xenófobo. Ni quito ni pongo rey, sólo expreso una situación que se insinúa cada vez con más fuerza en la sociedad. Profeso personalmente un profundo respeto a los musulmanes, lo cual no está reñido con la verdad: ¿no es cierto que su cultura y la nuestra no sintonizan?... ¿No es cierto que ellos no aceptan una sociedad laica o aconfesional?... ¿No es cierto que el concepto de la mujer difiere del nuestro?... ¿No son sus leyes diferentes a las nuestras?... Hoy en día la población musulmana ejerce una presión especial a fin de que las autoridades españolas concedan especiales concesiones para el ejercicio de su fe y de sus tradiciones. Tanto es así que en Reus, las llamadas “brigadas morales” han enjuiciado a una mujer musulmana, acusada de adulterio, y la han sentenciado de acuerdo con la Sharia o Ley Islámica. Esto es, simplemente lo que he querido manifestar.

    No desearía que Europa se convirtiese en “Eurabia”, palabra acuñada por la escritora judía Bat ye’or. Según ella Eurabia significaría una Europa arabizada, que ha perdido su cultura y tradiciones. Una Europa que, gracias a la inmigración musulmana y su papel en las urnas, dejaría de existir.

    Deseo que ello no ocurra jamás.

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