Universidades: cambiar algo para que nada cambie
Pero ya hay un nuevo rector en la Universidad de Valencia, que además ha presentado un programa muy renovador a decir de todos los medios de comunicación. Tan renovador que hablar de internacionalización, valores, utilización de TIC y reducción de la burocracia en la universidad parece que sea una revolución, cuando no es más que sembrar la apariencia de que algo cambia para que todo siga igual. Por decir correctamente la manida frase del siciliano Giuseppe Tomaso di Lampedusa en El Gatopardo: “Algo ha de cambiar para que todo siga igual.”
Pero no es solo una cuestión de Morcillo o de Vicent Climent, que será sin oposición el próximo Magnífico rector de la Universidad Jaume I de Castellón. O de cualquier otro. Todos y cada uno de ellos han hablado de renovación en sus candidaturas y en cada caso todo ha seguido igual, porque al fin y al cabo fueron elegidos para esa continuidad. Los sustos universitarios acabaron en la Casa de la Troya.
El problema está en que las universidades están regidas para atender a tres grupos sociales endogámicos, aunque podamos establecer todas las excepciones que confirman la regla. Los mismos enseñantes que ahora han dado la mayoría a Morcillo, los estudiantes que están de paso y el personal de servicio que funcionan como funcionarios. Los verdaderos protagonistas de la universidad, que es la sociedad que la mantiene, no pinta un carajo ni en el día a día ni en los procesos electorales. Los Consejos Sociales son un mero contenedor de favorecidos por las amistades políticas y asociaciones empresariales y sociales y no tienen vocación alguna de ejercer como verdadero consejo de administración, incluso para exigirle a la Generalitat que pague lo que debe.
Hay datos que, insisto en las excepciones, confirman esta situación corporativa. Esteban Morcillo ha evitado referirse claramente a la gestión de la Universidad de Valencia, que en la Sindicatura de Cuentas aparece con un presupuesto realizado de 510 millones de € en el 2008. Una cantidad exorbitada solo con compararla con los 769 millones que tiene en 2010 el ayuntamiento de Valencia. La diferencia sustancial es que los concejales de cualquier color están sometidos a la crítica y a la universidad la eficacia en la gestión del dinero público se le supone. Por eso el Consejo Social igual aprobó el presupuesto inicial de 383 millones y luego volvió a dar el cabezazo a los 510.
Juan Julia maneja en la Politécnica más de los 534 millones de euros de presupuesto definitivo de 2008, alegando para el sistema contable que la gestión de la investigación no permite diferencias entre lo que debe imputarse a un ejercicio o al anterior. Para el 2010 las cifras son más exorbitantes, sin entrar en la justificación de partidas incomprensibles ¿Se le permitiríamos esto a un ayuntamiento o sus socios a una empresa privada? El Consejo Social, verdadero Consejo de Administración, no cuestiona nada y si se le ocurre (que no se le ocurrirá) decir algo, Juliá siempre saldría con el argumento de la autonomía universitaria.
La Universidad de Alicante maneja unos 300 millones al año, frente a los 260 del ayuntamiento de esa ciudad. Y a Ignacio Jiménez Raneda no se le puede preguntar por qué ha costado más un edificio que estaba presupuestado en mucho menos y, sin embargo, a Sonia Castedo, le cuentan hasta las palmeras de la Explanada.
Y en Elche la Universidad Miguel Hernández maneja 162 millones al año como segunda universidad de Alicante, frente a un ayuntamiento que contempla los 315 millones. Solo que a Jesús Rodríguez Marín su Consejo le ha permitido desviarse de 86 millones de presupuesto auditado por la Sindicatura en 2009 a los 162 definitivos. Un 87 por ciento. ¿Lo podría hacer esto el alcalde Alejandro Soler?
Y en Castellón Vicent Climent ya sabe que cuenta para el ejercicio en el que saldrá elegido más de 170 millones de €, frente a los 175 del ayuntamiento. ¿En qué se los va a gastar? En lo mismo que sus antecesores porque ha de mantener la endogamia, no el servicio a la sociedad. Por supuesto, el consejo calla. Para eso está.
Y al final surgen las preguntas: ¿Todos estos procesos electorales y nuevos rectores garantizan mejor gestión de los dos mil millones de euros que cuestan nuestras universidades? ¿Están preparando a nuestros hijos para la sociedad que va a emerger de esta crisis? ¿Adaptan la enseñanza a la demanda social o a los intereses creados de quienes los han votado para ser rectores magníficos?
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