¡Señores! ¡Somos el Levante Feliz!
De repente, a medida que crecen las cifras del paro y se viene abajo el modelo económico de los últimos veinte años , Andalucía vuelve a ser región de subsidiados, el País Vasco y Navarra son autonomías con desarrollos firmes, Catalunya retoma la senda de la poderosa sociedad civil frente al Leviatán de la administración y en la Comunidad Valenciana volvemos a mirarnos el ombligo como en las vísperas de cualquier cambio. ¿Somos lo que decíamos que éramos o somos lo que ahora queramos ser?
Joan Fuster se volvería ahora loco para poder ensamblar la herencia cultural catalana con las veguerías valencianas y la desaparición del tejido productivo que le dio entidad al Levante Feliz del franquismo. ¿Cuál es la identidad valenciana? ¿Aquella que aparentaba pleno empleo a partir del efecto de la construcción para disfrazar la caída de la industria, la agricultura y el turismo? ¿O la realidad del 22 por ciento de paro y un descenso del 32 por ciento en el IVA?
¿Qué es la Comunidad Valenciana? ¿Qué queremos ser? Esa pregunta fue hecha hace un siglo por Teodoro Llorente y compañía, pero tenía una gran palanca cultural a la sombra de la Renaixença montada en Catalunya. Después la naranja amortiguó cualquier definición; colchón que luego asumió el turismo y más tarde la construcción y derivados. Ello evitó plantearse que la industria manufacturera de sueldos bajos y escaso valor añadido tenía poco que ver en una economía globalizada y del conocimiento como la que empezamos a disfrutar después de la guerra de Vietnam (siempre son guerras las que marcan los hitos históricos). Por eso esta crisis está arrasando la Comunidad Valenciana, como decía hace unos días la prensa internacional. ¿Dónde está esa región prospera que era envidia de Europa? Pues con un stock de capital físico brutal y unas enormes dificultades para competir en cualquier mercado.
Los especialistas hablan de reinventarse los modelos de negocios para poder salir adelante sin tener que cerrar todas las persianas del mundo. Pues también hay que reinventarse una sociedad. Algunos ejemplos he citado: País Vasco, Catalunya, Navarra, Aragón, Madrid. Aquí pasamos hambre pero no se vislumbra esa necesidad de reinventarse. Solo el apunte que el presidente de la Generalitat, Francesc Camps, ha hecho visitando Brasil, aunque quede mitigado por el engaño que conlleva el espejismo del “hub tecnológico” de Wisekey.
Pero para reinventarse hay que crear unos faros, a los que la gente mire y no tema a la nueva travesía histórica. Aunque mucho me temo que aquí políticos y ciudadanos el único faro que por hoy queremos mirar es la luz de las gaiatas, los castillos de las Fallas o alguna mascletá. ¿Para qué reinventarse si somos el Levante Feliz?
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