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Per Jesús Montesinos
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Renacer de las cenizas

    La cultura mediterránea se apoyó siempre en los solsticios. Cuando el sol estaba más cerca se plantaban las semillas y se quemaban los restos del invierno en un rito depurativo que daba paso a un nuevo ciclo. Luego las religiones operaron en consecuencia y le pusieron nombre y fechas a estos momentos. Pero siempre la sociedad mediterránea renace de sus cenizas y tras el largo invierno vuelve a florecer. Anoche quemamos las fallas, el 24 de junio las hogueras y la crisis nos está quemando por los pies. ¿Por qué ahora nos cuesta tanto renacer sobre las cenizas?

    El análisis de los cambios sociales y económicos de los últimos cien años demuestra esa capacidad valenciana de renacer de las cenizas para volver a reinventarse. Desde que el Marqués de Campo creó un modelo empresarial y financiero en el siglo XIX hasta que el grupo Zriser (Serratosa) anuncia que va a construir una parque fotovoltaico en Italia, hay una larga trayectoria de fracasos y triunfos que modelaron el Ensanche en Valencia, introducen la naranja, el tomate en Alicante, el cànem en Castellón y apuntan un tejido industrial en el textil, calzado, juguete, turrón o papel.

    Gran parte de todas aportaciones fueron quemándose tras el solsticio de turno que agotaba un proceso, corregía errores o eran víctimas de un nuevo ciclo. Los productos de Segarra vistieron por los pies a millones de españoles porque eran botas y zapatos resistentes, baratos y Silvestre Segarra contaba con la amistad de Franco. Pero esa industria tan potente fue incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. Pero la Plana Baixa supo renacer de sus cenizas.

    A José Campo le siguieron otros muchos como Valeriano López (chocolates Valor), Antonio Monerris (Turrón), Lamaignere (consignatarios), Serratosa (cementos) , Soriano (azulejos ), Lladró (porcelana), Torregrosa- CALPISA (construcción) o el textil de Paduana, los cartonajes y helados de Suñer o el cooperativismo de Anecoop. Grandes y pequeñas empresas que sobrevivieron incluso a una guerra civil, como el caso de Payá, Alfombras la Imperial o los distribuidores de agua en Valencia y Castellón. Unos se reinventaron, otros vendieron y en muchos casos dejaron de fabricar zapatos y zapatillas (Kelme) para solo comercializarlos. Y otros han desaparecido o están desapareciendo.

    Hubo momentos mucho más duros que estos (cierre de Altos Hornos en Sagunto) y la sociedad resurgió en el solsticio. Pero ahora la mayor parte de las empresas están aletargadas al lado de las cenizas. La sociedad está dormida y no acaba de asumir el rito de que toca sembrar para volver a cosechar como hicieron quienes a pulmón y sin papa Estado construyeron puertos, teatros, plazas de toros o grandes núcleos urbanos para que las ciudades crecieran y ellos pudieran hacer más negocio.

    Un sociólogo interpretaría que este temor a la siembra viene por el cambio étnico. Se nos han cruzado demasiadas culturas por el medio y ahora ya no sabemos si somos mediterráneos, castellanos, andaluces, rumanos o árabes de quinta generación. Y un economista valoraría que hemos traicionado nuestro principio económico. En la fábrica, en el campo o en los servicios antes sabíamos mantener una relación con el cliente, mientras ahora hacemos transacciones especulativas que sirven lo que dura el engaño al cliente. Como ejemplo compara lo que hizo en los sesenta el alicantino Juan Bautista Torregrosa-Calpisa para urbanizar Alicante y la operación de permuta del estadio Rico Pérez que pretende el constructor Enrique Ortiz.

    (Sígueme en www.jesusmontesinos.es  www.twitter.com/jmontesinos)

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