Relativismo de botellón
Nos jode un montón que cinco mil ingleses vengan a Salou a emborracharse en un botellón semanal. ¡Menuda imagen para España! ¡Cuánta molestia para los vecinos! Pero asumimos encantados el botellón que se montaron esta semana diez mil universitarios en Valencia con el argumento de una fiesta universitaria o los microbotellones convocados en cientos de pueblos y rincones de España bajo la excusa de que la semana está santificada para una procesión, un atasco o el botellón paellero.
Nuestro sentido de la relatividad (estamos en posesión de la verdad y el fin justifica los medios) está tan acentuado que aún culpamos a los extranjeros de emborracharse en España, sin medir qué hacen los nuestros cuando van a viaje de fin de curso a un pub de Londres. Y todo por no querer entrar en la verdad de lo que significa un botellón, que no es más que las fiestas de pueblo de hace cien años, solo que con música disco y Beefeater en lugar de vino peleón y un pasodoble. No hay que rasgase tanto las vestiduras. Hay que ordenar el tráfico y punto.
En Alicante ya están dándole vueltas a establecer el puerto como zona reservada para botellones varios, aunque solo con decirlo ya ha estallado la disputa. Si le hubieran llamado noche a la luz de la luna de 50 º no hubiera pasado nada, pero la alcaldesa Sonia Castedo ha ido demasiado. Un botellón es el FIB (Benicássim) y otro es el Rock in Rio que se celebra en Madrid, solo que es recinto cerrado y tiene servicio de limpieza y las bedidas pagan IVA. Cuestión de nombre.
Por eso ya hay algún emprendedor que percibido del negocio y lo mal que va su discoteca la alquila a terceros para que organicen botellones convocados por Tuenti como si fuera una cosa clandestina. Ya le saca dinero al invento. Pero es una discoteca y van españoles. Si fueran ecuatorianos o ingleses sería una juerga de borrachos, y más si son de los primeros que de los segundos. Es nuestro sentido histórico de la relatividad.