La gobernanza política valenciana
Por eso todos los rifi-rafes que últimamente anuncian crispaciones en el seno de las organizaciones tienen como objetivo mantener cuotas de poder y nunca disposiciones para el buen gobierno de la sociedad. En el PP lo que hay entre José Joaquín Ripoll y Mercedes Alonso es una lucha por red y territorio en Alicante, nunca un debate por mejorar la gobernanza; eso importa un carajo. Y los navajazos por la sucesión de Carlos Fabra no son propuestas de mejor gestión: son el reparto de las cuotas con Vicente Aparici haciendo red con Miguel Barrachina, Francisco Martínez bregando por mantener su status y Javier Moliner intentando conquistar el territorio antes de que se lo encuentre despedazado.
En el PSPV-PSOE se puede hablar poco de gobernanza en la Comunidad Valenciana, porque el poder apenas les llega a cuatro pueblos y Elche. Y como es más que evidente que Jorge Alarte no ganará las elecciones autonómicas tienen poco más que decir. A lo mejor, si empezaran por plantearse una gobernanza hacia el exterior en lugar de hacia el reparto de su propia miseria, encontrarían la identidad con los votantes. Pero ni la sombra alargada de Leire Pajín alumbrará semejante reto; al contrario. Son el ejemplo del desgobierno.
El PP de Camps va a ganar las elecciones rotundamente, aunque este exceso le puede costar la cabeza al propio presidente una vez tranquilizadas las aguas de Gürtel. Esperanza Aguirre, Eduardo Zaplana, Aznar y otros muchos del PP no le perdonan a Camps su rebelión contra los designios. Lo de los trajes es una anécdota. Pero es que la actitud del propio Camps y Ricardo Costa y luego de Rafael Blasco, Vicente Rambla y hasta Joan Cotino han echado más leña al fuego. Se han preocupado por exhibir las encuestas y demostrar el poder sobre el territorio, pero eso no es gobernanza, que es lo que quiere mostrar Mariano Rajoy frente al desastre zapateril. Buen gobierno frente a caos.
El Consell es un constante desamor entre todos sus miembros. En el último pleno de las Cortes Rafael Blasco clamaba disciplina y trabajo a los diputados, mientras Juan Cotino presentaba una ley urbanística que ridiculizada las históricas posiciones del propio Blasco, Gerardo Camps pedía ayuda a los socialistas para reforzar el sistema financiero valenciano y el propio presidente negaba el pan y la sal a Alarte y a Angel Luna como representantes en la tierra del odio eterno de Zapatero a los valencianos. ¿Es así posible la gobernanza política?
Alfonso Rus controla territorio en Valencia aunque quien decide sobre las grandes cuestiones es Rita Barberá. Y el secretario provincial, Vicente Betoret, lo tienen desaparecido en las cortes por razones que el PP sabrá. El proceso para la toma de decisiones está atomizado. En Alicante Ripoll no entiende como Camps se resiste a reconocerle su poder y le manda a Sonia Castedo a hablar de minucias. Ni siquiera hay tiempo para pensar en la gobernanza; solo para la esgrima.
Y en Castellón Alberto Fabra guarda las armas bien escondidas para que no lo saquen a pasear demasiado con la tesis de la sucesión de Camps. Hay como cuatro grupos distintos trabajando en la eterna herencia de Carlos Fabra, con cruces tan raros como Aparici con los zaplanistas, Alberto Fabra con Rajoy-Cospedal-Gallardón o Camps-Andrea Fabra-Güemes-Esperanza Aguirre. No hay dudas sobre los resultados electorales, que mejorarán los anteriores, pero tengo dudas sobre la gobernanza de la política.
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