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Per Jesús Montesinos
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Del botellón y otras realidades

    Un padre con un hijo enredado en el botellón de estos días en el Campus de Tarongers (Valencia) anda más que preocupado por su hijo. Y no es por las diversiones de su amado hijo, es que ve como teje botellón con botellón, movida tras movida y suspenso tras suspenso. Y ante la pregunta de qué piensa hacer con esta vida tan golosa, el chaval le contesta que dios proveerá, se hará funcionario o se quedará en casa de por vida. Ni noción ni ganas de enterarse de lo que pasa. ¿Para qué si no tiene futuro? (El 40 % de los parados españoles tienen menos de 30 años).

    Peor lo mismo podría haber dicho cualquiera de los miles de turistas que en Semana Santa se gastaron lo que no tenían y ahora no pueden ni pagar el Mercadona. O los que siguen haciendo su vida de toda la vida porque están seguros que ellos no tienen el virus del paro. Hay cinco y pico millones de parados y otros millones que respiran cuando al final de mes paga la hipoteca. Pero según los cálculos sociológicos, un 40 por ciento de la población española no está directamente afectada por la crisis, tienen un riñón bien forrado o han decidido sobrevivir de botellón en botellón.

    Esta realidad, afortunada para unos y envidiosa para otros, provoca una brecha entre dos Españas (por no sumarle la de las castas políticas y funcionarios asimilados) que no pueden entenderse. La España del paro, la crisis, empresas con EREs, modelos antiguos de producción, ciudades bloqueadas por sus inversiones fantasmas o universidades sin sentido, frente a una España que tiene sus recursos, empresas internacionalizadas y gente cualificada. Hay un norte y un sur que no es geográfico. Coexisten en un mismo pueblo y un mismo edificio o en el mismo barrio. Y más allá de la incapacidad política por aliviar la situación de los primeros, lo que resulta significativo es la incapacidad de los segundos por plantearse que el tsunami va a arrasarlo todo, incluso a quienes se queden blindados tras sus empleos fijos (¿Hasta cuándo?). En España todavía falta hambre para el necesario cambio sistémico.

    El joven del botellón quiere ser funcionario para estar en esa España que percibe como segura. No en vano se presentan 3.000 solicitudes para 24 plazas de auxiliar administrativo en la Diputación de Castellón. Y al mismo tiempo en los foros de inversión que fomentan CEEI o universidades comparecen emprendedores con una edad media de 40 años, porque los jóvenes son frikis o pasan de estas historias. Botellón o funcionarios. Ni siquiera podrán ser empleados de Bancaja la CAM porque desaparecen. Nunca piensan que vayan a ser parados, como ese 40 por ciento de la población que dice no sufrir la crisis.

    Pero al final esas empresas saneadas sufren la misma falta de crédito que induce la difícil situación financiera de bancos y cajas. Y la falta de consumo. Y la incapacidad estructural para sanear. La indolencia del sistema jurídico. O las mil trabas administrativas. No están exentos del mal. Por eso aunque los índices de confianza suben (ver panel de expertos de www.knowsquare.com ), la economía no acaba de arrancar. Las realidades superpuestas no se pueden ignorar. E incuso quienes tienen el calcetín lleno no se aventuran a mayores, aunque no quieran juntarse con los contaminados por el virus. El calcetín y el botellón son un buen refugio, porque invocan el efecto placebo.

     

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