¿Cataluña?,... ¡Valencia!; ¡España!
Sin ánimo alguno de hacer un análisis historiográfico, parece claro que las crecientes ansias independentistas catalanas tienen ya una vida centenaria que comenzó a principios del siglo veinte con la importante consecución de una potente actividad industrial con parangón nacional en el florecimiento de otras tierras en aquellas mismas fechas o poco antes (naranjas, azulejos, industria textil, altos hornos, sector vitivinícola, exportaciones, etc.). En todos los lugares hubo una creciente clase burguesa dada la actividad económica y la consiguiente prosperidad, así como una cierta edad de oro cultural en fechas inmediatamente subsiguientes que, parece ser, en determinados territorios generaron un grado de autoestima y suficiencia que dieron lugar a la creación de un supuesto y famoso .
Las guerras, las revoluciones, las insurrecciones, el movimiento anarquista, la dictadura, la transición, todo el sucedido nacional común solo ha moderado el volumen de la voz nacionalista. Las periódicas oleadas migratorias de gallegos, asturianos, extremeños, murcianos, andaluces y levantinos que sucesivamente se han ido afincando en Cataluña -multiplicando la originaria población casi por diez-, lejos de producir una moderada tendencia a disolver la catalana identidad se ha sumado, sumergido o identificado definitivamente con ella. Los charnegos no quieren serlo, nunca lo han querido.
Y, todo es respetable o puede y debe serlo, pero los límites son el Estado de Derecho y el sentido común, hechos que desconocen determinados políticos catalanes y les bendice Rodríguez Zapatero. Está muy bien preservar, impulsar y fortalecer con oportunidad e inteligencia la lengua cooficial, pero hay que saber que no es la única lengua propia de esa comunidad y nada puede justificar que se sojuzgue a una para potenciar la otra. Ambas se deben proteger y equiparar. Es encomiable la defensa y orgullo de lo propio, pero no es admisible que se empiece a sugerir la prohibición de venta de artículos o souvenirs considerados símbolos españoles para ser artificiosamente diferentes. No es ni será baladí o gratuito el creciente prurito oficial de menospreciar el concepto de España y de lo español cuando lo que se está empobreciendo es la gran industria y cultura catalana. Y no tiene sentido, ni lo va a tener, tildar de anticatalán al que de esto se lamenta o se le acusa de odiar a Cataluña cuando el problema así, es quererla.
dius que son mentires cuant no se te dona la rao? Cataluña, go home!