La tómbola de caridad
Recuerdos nostálgicos para unos y agradables para aquellos que en aquel paseo encontraron a su “media naranja”.
Estos días, repasando fotografías de mis tiempos de adolescente encontré, entre otras, esta curiosa fotografía que, a no dudar, hizo con su cámara, Paco Llopis.
Tiempo de Fallas y de feria. Paseo por la calle Mayor y concentración en la Tómbola de Caridad, en donde por CINCO pesetas nos daban “tres boletos”.
Desilusión cuando al abrirlos, o bien te encontrabas con un refrán, o con aquella “recomendación” tan importante de… “sigue jugando”.
Muchos rasgaban el envoltorio que contenía el cromo interior con minuciosidad, como si de “pintar” las cartas de la baraja se tratara, creyendo que así tenían más posibilidades de conseguir el premio y, de no salirles nada, se quedaban observando las estanterías del interior de la tómbola por ver si todavía estaban lo suficientemente “cargadas de premios” como para seguir jugando.
Era el día de San Blas (no en Fallas) cuando, con los pocos “ahorros” que tenía, decidí apostar en la tómbola.
Vendiendo boletos en una de las varias cestas de mimbre que había sobre el mostrador, se encontraba nuestro, por entonces, Obispo, Don Vicente Enrique y Tarancón.
Como vi que toda la gente se agolpaba frente a aquella cesta, yo hice lo mismo y, de manos de D. Vicente, recibí los tres boletos que me correspondían con aquel duro que le entregué.
Abrí el primero y ¡Nada!. En el segundo me pasó lo mismo, y al abrir el tercero obtuve premio. ¡Madre mía! Yo no tenía hermanas y me había tocado “una muñeca”.
Con ella en brazos, y con algún reparo por si algún amigo me “gastaba alguna broma” (por lo de la muñeca), me dirigí hacia el “Racó de la Abadía” y por delante de “Ca la Mecus”, enfilé hacia la calle de San Agustín para llegar a mi casa, y entrando por la puerta trasera que daba a la calle o “Carreró” de Zaragoza, llamé a mi madre para mostrarle lo que me había “tocado” en la Tómbola.
Yo, que medio lloraba porque aquel premio no me servía para nada, encontré el consuelo de mi madre que, dándome dos besos, me dijo que aquella muñeca era uno de los mejores regalos que podía recibir el día de San Blas, y más aun, teniendo en cuenta que el boleto me lo había vendido el “Obispo”.
Volví a la Tómbola y ya no encontré a Don Vicente, pero, aun así, compré tres boletos más, y gasté el duro que me quedaba para poder ir a la feria ese día. Ningún premio obtuve y, aunque “me quedé sin blanca”, di por bueno lo invertido en la Tómbola, y más aun, al comprobar que aquel regalo sirvió a mi madre para embellecer su habitación, pues, cuando hacía la cama, dejaba la muñeca en el centro de la misma, apoyada sobre la almohada y el cabezal.
Estoy seguro que esta historia, que parece más bien un capítulo de una novela “rosa”, podrían contarla igualmente muchas personas de mi edad, y no únicamente por lo de la muñeca, sino por haber encontrado a su “media naranja” en aquellos paseos desde el recinto de la feria hasta la plaza del Ayuntamiento en donde se ubicaba la “Tómbola de Caridad”, aunque en lo de la “media naranja” no creo que tuviese nada que ver el Obispo, ni el boleto de la “Tómbola”, pues cada uno/a “corría” con su propia suerte al decidirse por aquel o aquella que, con su mirada, “le lanzaba la flecha” (Me refiero a la de Cupido).
Viendo el monumento fallero, nos podemos hacer una idea de cómo han cambiado las técnicas.
Curiosa estampa la del niño de corta edad, intentando abrir el envoltorio de uno de los boletos de la Tómbola.
Curioso era igualmente que, en las fiestas de la Misericordia, antes de abolirse el “bou pel carrer”, los bajos de este Ayuntamiento que vemos inacabado en la foto, sirvieran de “corral” para uno o dos toros que se hacían entonces por “La Vila”, y que, acompañados de nuestros padres, íbamos a visitar durante los días previos a su suelta.
Años difíciles, pero de gran solidaridad entre las gentes de una población que, entre las miserias de la guerra y la helada de 1.946, lo pasó mal. Sería bueno que ahora, nuestros políticos, se dedicaran a ver más allá de sus “narices” y, ante la cruda realidad que nos rodea, arrimaran el hombro para salir de esta situación tan desastrosa. Me da igual que sea el hombro derecho o el izquierdo. ¡Qué más da! Lo importante es tener el convencimiento que, entre todos, podemos sacar el “carro del barrizal”.
Por lo demás, solo me resta felicitar a aquel o aquella que pueda reconocerse en la foto. De ser así, ¡Vaya para ellos, mi más sincera enhorabuena!
Me satisface "mogollón" que me situe Vd. en la Congregación Salesiana. Le aseguro que a mi me merecen todo el respeto del mundo. Mal me hubiese sabido que me situara Vd. en "Las Palmeras", pues a éstas, en la actualidad, se las carga el "picudo". Le garantizo que estos artículos no los hago para gente como Vd., por lo que deberá llevar mucho cuidado, no sea que por leerlos a disgusto se le bloquee la mente y no pueda seguir sumando, que es, al parecer, lo único que a Vd. le interesa. No obstante, como diría Paulo Coelho, "si Vd. tiene un pasado que no le deja satisfecho, olvidelo ahora". A mí me ocurre todo lo contrario. Saludos cordiales.