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Per Paco Ventura
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La influencia de una época

    Al reflexionar sobre la pregunta del artículo anterior, casi con toda seguridad he de admitir que los nacidos en la década de los cuarenta, si no todos, una gran mayoría, estamos influenciados por nuestra fecha de nacimiento. Unos porque recordamos el miedo de aquellos padres que se quedaron a pesar de todo y otros por la tranquilidad que les daba conocer que sus padres no tuvieron que decidir entre quedarse o marcharse.

    El ser hijo/a de “Fulanito” o “Fulanita”, tenía mucha importancia, hasta el extremo que, aun siendo adolescentes, podíamos adivinar la diferencia entre como vivían unos y como “se las pasaban” otros.

    No obstante, en mi época de adolescente, las gentes de Burriana mantuvieron un espíritu bastante solidario.

    El querer ahora recordar, por medio de “La Memoria Histórica”, a aquellos que, al parecer, estuvieron en el olvido, nada va a cambiar. Por mi parte, nada tengo contra aquello que se quiera recordar. Todos tenemos gente que debería ser recordada, pero, ¿por quién, si en mi casa se les ha recordado siempre? ¿Por cuatro políticos que se quieren aprovechar de las circunstancias?

    Mis padres, que fueron de los que decidieron quedarse porque nada tenían que esconder, me contaron muchas cosas, pero evitando siempre que yo pudiera guardar algún rencor. Rezaban para que no cayésemos en el mismo error que cayeron otros, evitando así que vuelva a pasar algo semejante.

    Y así, el recuerdo de los míos lo llevo en mi interior, que es donde corresponde.

    Estimo que no es momento de juzgar a aquellas gentes que, por defender unos ideales, se vieron inmersas en aquel conflicto.

    A los que sí debe juzgarse es a los que, aprovechándose del poder, mueven “los hilos” como más les conviene, pero no por el interés de los demás sino por el suyo propio y de éstos, por desgracia, los habrá siempre.

    Debería importarnos bien poco en que parte del “río” estuvieron los nuestros. Lo que sí debió importarnos, en su día, fue conocer los motivos por los que ocuparon una u otra orilla y hasta donde se mojaron.

    A partir de ahí, la vida sigue y cada ciclo de la misma queda grabado en nuestro interior, para bien o para mal. ¡Nadie lo puede borrar! ¿No basta con eso?

    Qué bonito sería poder resolver los problemas como los resolvió aquel niño cuya edad oscilaba entre los 8 y 9 años y cuyo padre estaba harto de que al regreso del Colegio, cuando él se limitaba a leer el periódico, le estuviese “molestando” con preguntas sobre aquellas asignaturas que tenía que exponer el día siguiente.

    El padre, cansado de tanta “impertinencia”, buscó soluciones y encontrando un Mapa-Mundi en un periódico, lo recortó en pedazos pequeños y, como si de un puzzle se tratara, lo entregó a su hijo diciéndole: Toma este puzzle y cuando regreses todos los días del Colegio lo vas construyendo hasta que lo tengas terminado.

    El hombre pensó que durante tres o cuatro semanas quedaría libre de las “impertinencias” de su hijo, no obstante, a la media hora, el hijo entregó al padre el puzzle correctamente terminado.

    El padre, sorprendido, le preguntó: ¿Cómo es posible que sin conocer el mundo lo hayas arreglado tan fácilmente? El hijo le contestó: Efectivamente, no conozco el mundo todavía, pero en los recortes que me entregaste pude comprobar que, en el reverso, se adivinaba la silueta de un hombre, por lo que me limité a componer al hombre y, al hacerlo, se arregló el mundo.

    ¿Será esta la solución para tanto problema?

    ¡No lo sé! Procuraré reflexionar y os lo contaré en la próxima ocasión.

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