Aventuras
En ocasiones ocurren cosas que más bien parecen irreales, aunque luego las analizas y te das cuenta que son tan reales como la vida misma y por ello podemos considerarlas como una aventura más en nuestra vida cotidiana.
A mí, por supuesto, mientras no se ofenda a nadie, me gusta “que se saque punta” a cualquier situación y por ello, me resisto a aceptar el carácter agrio de algunas personas, que estando para atender a los demás, más bien parece lo contrario.
Me desesperan igualmente esas máquinas “inteligentes” que siempre tienen razón y que, en ocasiones, resulta difícil entender qué es lo que te quieren “vender”.
No obstante y a partir de un hecho que me ocurrió con una de estas máquinas, he aprendido a no darles nunca la razón, contestándoles todo lo contrario de lo que realmente quieren escuchar, de esta forma disfruto cuando la máquina me invita a repetir mis comentarios por cuanto no ha sido capaz de entenderme. Luego, cuando ya la has “toreado” varias veces, asumes tus “equivocaciones” y le pides disculpas y es nuevamente la máquina la que se encuentra en una situación embarazosa y te dice… ¡Por favor! Repita. No le he entendido. Y yo me digo: Si esta máquina no entiende una disculpa, nunca aprenderá a disculparse. ¿O no?
Por todo eso, cuando encuentras personas que ocupan una Plaza en cualquier Villa, ya sea grande o pequeña y te tratan de forma Excepcional, lo agradeces, y ese día ves un Sol más bonito; encuentras a la gente más amable, y que se yo cuántas cosas más.
En esta ocasión, quisiera dedicar este artículo (que es un hecho real) a ciertas personas que, un día si y otro también, me tratan de forma excepcional desde la Plaza que ocupan.
Lo que me ocurrió hace dos semanas me dejó totalmente perplejo, y aunque inicialmente me puso “algo nerviosillo”, después, analizándolo bien y comentándolo con mi esposa que me acompañaba, me di cuenta que se le podía “sacar punta” para un nuevo artículo de Esbargiments.
Ocurrió que en un peaje de la AP-7 tuve que “soportar” otra situación “embarazosa” en una de las salidas reservadas para el pago con tarjeta.
Un vehículo que me precedía, se metió en “el callejón” de salida reservado para pago con tarjeta de crédito y yo hice lo propio, situándome detrás de él. Después de “meter y sacar” varias veces la tarjeta sin conseguir que se “levantara” la barrera, y como quiera que en la cabina acristalada no había nadie, empezó a tocar el claxon del vehículo que, además de no servirle para nada por cuanto nadie acudía a “socorrerle”, empezó a desesperar a los que, como él, nos habíamos metido en aquella ratonera de la que era difícil salir, a no ser que iniciásemos todos una maniobra de marcha atrás, maniobra ésta totalmente prohibida en aquel lugar.
Después de casi diez minutos haciendo sonar el claxon de todos los vehículos que allí estábamos atrapados, apareció “una ejemplar uniformada”, que, con cara de pocos amigos, le pidió la tarjeta al sufrido “usuario” de la Autopista metiéndola por la “regata” delantera de la máquina, con tan mala suerte que después de “meterla” dos veces consecutivas, la máquina… ¡Se la tragó!
El “ejemplar uniformado” que se estaba ocupando de “meterla”, inició otra maniobra que me llamó la atención y cogiendo una regla, empezó a “introducirla por la parte trasera” de aquella máquina tan inteligente, hasta que por fin escupió la tarjeta por la “regata” delantera, que, cayendo al suelo, tuvo que ser recogida por el sufrido conductor.
La “ejemplar uniformada” que le estaba atendiendo, cogió de nuevo la tarjeta y la pasó por algún sitio distinto, consiguiendo que en ese momento se levantara la barrera.
Después de respirar hondo por cuanto entendía que ya se había resuelto el problema, pude advertir que la “ejemplar uniformada” abandonaba nuevamente nuestra cabina y desaparecía por la parte trasera de la misma.
Entendiendo que aquella “fuga” era señal inequívoca de que el problema ya estaba resuelto, “le metí” mi tarjeta a la máquina por la “regata delantera” y ¡Joder! Se la tragó.
Nuevamente iniciamos el recital de claxons, como si de la romería de San Cristóbal se tratara, pero allí no aparecía nadie. Diez minutos más y aparece aquella “ejemplar uniformada” con cara de pocos amigos y con toda la seriedad “que debe caracterizar” a las personas que ocupan estos sitios, me dijo… “Ponga Vd. la mano debajo de la “regata delantera” de la máquina”. La puse, pero con algo de miedo por si me daba un “bocao” y al momento ví salir por aquella “regata delantera”, algo que “la ejemplar uniformada” debió meterle a la máquina por la parte trasera.
Como nada caía sobre mi mano me dijo.. ¡Coja su tarjeta! Como aquello en nada se parecía a mi tarjeta, le pregunté ¿Cuál? A lo que me contestó: La que está saliendo por la “regata” delantera de la máquina. Le hice caso y empecé a tirar con fuerza, por cuanto notaba cierta resistencia. De pronto me dice: ¡No tiré Vd. que se está llevando mi “regla”! Solté de inmediato aquello que tenía cogido y me miré la mano. Juro, que respiré al comprobar que no la tenía manchada.
Al momento, sin tiempo a reaccionar, me di cuenta que una tarjeta caía al suelo, y entendiendo que era la mía, abrí la puerta de mi vehículo y la recogí.
La “ejemplar uniformada” abrió la puerta cristalera de la “jaula”... ¡Perdón! de la cabina en la que estaba metida y solicitando le entregara la tarjeta, la “pasó” no se por donde y me la devolvió. Cierto es que después de “pasarla” por donde estimó más conveniente, se abrió la barrera y pudimos continuar nuestro viaje.
Después de esta aventura, prometo que nunca más me voy a meter por el carril de pago con tarjeta, y si lo hago de forma inconsciente y me vuelve a pasar lo mismo, llamaré al Tratamiento de la Excepción para que “La Niña de los Peines” me resuelva “el entuerto”.
Estoy seguro que me lo resolverán con mucha más diligencia, y sin el peligro de cogerle “la regla” a nadie.
Dedicado con cariño, a todo el personal
de ese departamento llamado
“Tratamiento de la Excepción”
y en especial, a la “Niña de Los Peines”
sencillamente te felicito por tu fina agudeza, me has alegrado la tarde.