A dos velas
Está claro que el capitalismo moderno, que se basa en la ultra-globalización, tiene fallos estructurales de mucho calado. Si no, vean ustedes la crisis de suministros en la que nos han metido las políticas de globalización (crisis energética, crisis de componentes e inflación al alza como en los peores tiempos).
En las últimas décadas el capital prefirió que los centros de producción estuvieran allí donde la mano de obra es más barata, casi esclava, para conseguir unos beneficios más grandes. En países donde, a pesar de llamarse comunistas en realidad no son dictaduras del proletariado, sino cárceles para el trabajador (China por ejemplo).
Estos países superpoblados empezaron a acumular materias primas para poder dar servicio tanto a su población comunista-consumista como al resto del mundo que había dado el roll de productores. Mientras Europa y EE.UU. consumían y comerciaban y el lejano oriente se fabricaba. Un mundo global ideal.
La pandemia del COVID-19 nos ha puesto a todos en nuestro sitio y queda claro que lo global no es siempre bueno. Que una pandemia global corta la globalización y que cada uno tira para casa: China acumula materias primas para su gente. Y nosotros, los que no fabricamos y solo comerciamos, nos quedamos a dos velas.
Cuanto antes nos pongamos a reubicar los centros de producción en Europa antes llegaremos al equilibrio de producción-consumo.
El capitalismo moderno, que ganó la guerra fría, deberá hacérselo mirar si quiere seguir siendo un capitalismo salvaje, pero muerto, o un capitalismo social que nos permita vivir a todos más o menos como la socialdemocracia tenía previsto en los años de tensión entre bloques.