Contra el efecto dónut
Nuestros pueblos y ciudades, desde hace muchos años, están creciendo hacia fuera. Es lo que yo llamo el “Efecto Dónut”, con un agujero en medio que crece como si fuera el de ozono en el Polo Sur.
Estamos en un país envejecido que si aumenta es por los inmigrantes o por los turistas, y huye de los incomodos centros de las ciudades y pueblos hacia las afueras. Dejando abandonados, no solo los centros históricos decadentes, sino también las zonas de ensanche que, a lo largo de los siglos XIX y XX, supusieron la modernidad que atrajo la inmigración interna (del pueblo a la ciudad o del pueblo pequeño a la capital de la comarca) y a la inmigración externa (de otras regiones españolas a nuestros centros industriales).
Hoy, las segundas y terceras generaciones de aquellos migrantes, son “mes de soca” que los propios con siete apellidos castellonenses y, como es lógico, prefieren vivir en la zona jugosa del dónut, con mayores comodidades (fundamentalmente aparcamiento para “los” coches).
Ello implica degradación de la ciudad tradicional e histórica, el abandono de sus edificios, con las consecuencias sociales que ello implica.
Debemos aprovechar los fondos europeos Next Generation para la rehabilitación, que son 6.000 millones del ala para toda España para recuperar nuestras ciudades y crecer hacia dentro, en lugar de hacia afuera.
Con más banda ancha de internet, incluso gratuita para los vecinos, si hace falta. Y con infraestructuras para los coches eléctricos que parece ser que son el futuro. Incluso facilitando e incentivando la instalación de placas fotovoltaicas.
Hay que crecer hacia adentro.