Indignaciones dignas e indignas
Bajo este sacrosanto epígrafe se dan cita la señora Carmen que tiene a sus hijos en paro y el perroflauta de turno que lleva 8 años para sacarse la carrera de derecho y se indigna con el sistema educativo. Se encuentra el que acaba de cobrar un miserable finiquito después de trabajar 30 años en la fábrica con el joven que no encuentra trabajo tras haberse licenciado, masterizado y doctorado mientras sacaba para el alquiler doblando turnos en Telepizza. Mientras tanto, Pepe el de toda la vida erige una pancarta en la que pone “no hay pan para tanto chorizo”.
¿Qué tiene en común toda esta gente? Que están indignados y que odian a los políticos. A esos mismos a los que ellos eligieron. Me nace decir aquello de “para qué votábais a Zapatero” pero mi profundo respeto por los manifestantes me empuja a plantear un enfoque un tanto más profundo.
Me encontraba yo en Barcelona cuando los estudiantes cortaron la carretera para protestar contra el PP por la LOU, cuando surgió el movimiento “Nunca Mais” de crítica al gobierno por la gestión del Prestige, cuando se llevaron a cabo las caceroladas contra la guerra de Irak o cuando los ciudadanos españoles se manifestaron contra Aznar tras el 11 M.
Hoy parece que los españoles hemos evolucionado en términos de cultura política ¡Fíjense si hemos madurado políticamente que ahora somos capaces de ver que la culpa de los males de nuestro país no es del gobierno sino del sistema! En un ataque masivo de pseudofilosofía política, hoy somos conscientes de ir más allá: proponemos un metaplanteamiento de la situación y nos indignamos con ese ente que nos sangra día a día en una estrategia subterfugia de control de nuestras voluntades, ese ente que lo controla todo, que se inmiscuye en nuestras vidas y que nos lleva a un mundo aparentemente feliz pero sin opciones como el que dibujaba Huxley. Ese ente que es el problema de todos los males: “la clase política”.
Pero permítanme que discrepe de un planteamiento que, abanderado por quienes se erigen como nuestros salvadores, es el que nos aleja cada día más del concepto de democracia. Evidentemente este no es un ataque ni al perroflauta, ni a la señora María, ni al pijo que va de acampada ni a todos y cada uno de los que libremente ejercen su derecho a manifestarse. Ni siquiera a los políticos de formaciones minoritarias que se quitan la americana y se ponen la sudadera para acampar al lado de éstos con la correspondiente cara dura que hay que echarle para cobrar un sueldo público y autodefinirse como “antisistema”, en un alarde de indigna indignación.
Esta no es una crítica ni un argumento contra la legítima opción de indignarse sino una humilde invitación a reflexionar seriamente sobre qué cambios queremos y qué parte de culpa tenemos todos y cada uno de nosotros en una situación desalentadora y desilusionante que hace que la ciudadanía y la clase política estén cada vez más alejadas.
Y eso no se resuelve atacando a la “variable dependiente” que es la clase política. Porque los políticos son sólo el resultado de algo superior, de una variable independiente que interviene sobre el funcionamiento del sistema y que no es otra que la cultura política o, en palabras de Almond y Verba, “la particular distribución de los patrones de orientaciones hacia objetos políticos entre los miembros de una nación”.
Y esa cultura política, que se construye a partir de la historia colectiva y las experiencias individuales, puede explicar en un momento dado por qué nuestros políticos son de una forma y no de otra pero también explica la inmadurez de una sociedad que aplaude o secunda movimientos como el de la “Spanish Revolution”.
Movimientos aparentemente espontáneos y bienintencionados que desvían la atención de los verdaderos problemas que sufren los españoles para ponernos a debatir sobre otras cuestiones que, por su originalidad o por razones menos ilusas, despiertan el interés de unos medios de comunicación que ya han demostrado sobradamente su independencia y su profesionalidad, entiéndaseme esto último con la debida ironía.
Porque la lacra de España hoy no es que el sistema electoral sea uno u otro, no es que el sistema político sea uno u otro y no es que los políticos sean así o asá. La lacra de España hoy son 5 millones de parados y un gobierno que no sabe cómo sacar conejos de una chistera exhausta. Esa es la lacra, y mal vamos de salud democrática si no somos capaces de castigar a los malos gobiernos.
Pues no habrá un único culpable, pero los políticos van en cabeza. Sacan la ley de suelo. Se forran los ayuntamientos con las recalificaciones y ni unos ni otros ponen esfuerzos en buscar alternativas al crecimiento más sostenibles que la construcción ,que está claro que tarde o temprano acabará. Es más, lo que hacen es que las cajas de ahorros, de las que tienen el control, den préstamos baratos a constructores y compradores de vivienda. Los bancos tienen que seguir el juego para no quedarse fuera de mercado, y así nos ha ido. Así que por mi, todos los políticos al peñón de Gibraltar y que lidien con ellos los ingleses.