Café descafeinado para todos
Y es que aquello del "Café para todos" funciona como eslógan en la apuesta por garantizar el derecho de todas las regiones a defender su "esencia". El problema es que falla cuando algunos engordan la cuenta de todos pidiendo además copa y puro.
En "esto que por pereza llamamos España" tenemos un gobierno central que garantiza la unidad, unas autonomías que representan las sensibilidades regionales y un nivel municipal que, por su cercanía al ciudadano, recoge sus preocupaciones, sus inquietudes y sus necesidades para transformarlas en respuestas efectivas. Cuando tales respuestas se pierden por el peregrinaje de las administraciones nos encontramos ante una burrocracia voraz de alimentar sueldos e incapaz de presentar los niveles de eficacia que los ciudadanos meremos.
El ejemplo de manual de esta incapacidad viene siendo desde hace mucho tiempo Cataluña, donde uno paga impuestos y peajes mientras los contenedores rebosan basura y desprenden un desagradable tufillo a millones de euros destinados a defender el catalán en Pernambuco. Es un ejemplo, pero cierto es que no hace falta ir tan lejos para encontrar otros.
Si vamos a la raíz del problema veremos que el presupuesto que se destina a los ayuntamientos prácticamente se ha mantenido intacto en términos porcentuales desde la época de Franco. Como ya no nos queda dinero para comprar otro pastel, lo más inteligente será repartir bien el que tenemos para que no les vuelvan a tocar las migajas a los de siempre, mientras gobierno y autonomías siguen en su carrera hacia la obesidad mórbida.
Y es que los municipios no sólo deberían contar con los recursos suficientes para asegurar la calidad, rapidez y eficacia en los servicios públicos por una cuestión de justicia, sino que también son los verdaderos garantes de las esencias. No es menester entrar en grandes disertaciones identitarias para darse cuenta de que uno no dejará de ser catalán o español porque tengamos menos ministros o menos consejeros, pero sí que sentiremos vergüenza hacia la política y hacia nuestras propias raíces si no vemos traducirse en respuestas la presión impositiva de las administraciones.
Existen teorías de distinto enfoque y decenas de modelos reales con distintos grados de descentralización a los que mirar, pero todos coinciden en la buena gestión y en la coordinación para garantizar el progreso del país y el bienestar de la gente. Para eso es necesario evitar la duplicidad competencial: es de locos tener concejales de medio ambiente, diputados provinciales, autonómicos y nacionales de medio ambiente, consejeros de medio ambiente, directores generales, ministros y comisiones de medio ambiente, además de toda una serie de fundaciones, agencias y asociaciones subvnecionadas para defender el medio ambiente. Eso multiplicado por 17 comunidades autónomas, 54 provincias, 8.000 municipios y por una infinidad de materias.
En definitiva, un despilfarro que se torna en una situación de emergencia cuando le añadimos un gobierno como el de Zapatero que, lejos de solucionar problemas, acaba siendo parte del problema. De ahí las voces que abogan por un replanteamiento del funcionamiento del modelo o incluso del mismo modelo. O eso, o rompemos la cafetera.
¿Acaso lo hacen en las administraciones del estado en las que ya mandan? No hace falta que don Mariano se siente en la Moncloa para averiguarlo