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Per Jaime Verdeguer
Dr. Carajillo - RSS

Oropesa del Mar. 1959/1976. El sueño que permanece. Parte I

    Una enfermedad de tipo pulmonar fue el motivo por el que los padres de un chaval de apenas cuatro años de edad, aconsejados por los médicos, decidieran comprar un terreno en Oropesa del mar en 1958 para edificar allí un “chalet” (en aquellos tiempos no existía dicha palabra en el diccionario) en el que, el pequeño pudiese respirar aire húmedo para paliar su afección respiratoria. En junio de 1959 terminó de construirse la casa y ese verano fue el primero que pasé en la playa de Morro de Gos junto a mis padres y hermano.
    La zona de Morro de Gos era los más parecido al Paraíso por aquel entonces; naranjos, viñedos, higueras y toda clase de frutos que esa zona mediterránea podía ofrecer; el mar te ofrecía una variada oferta natural de sus productos que solamente tenías que acercarte a ellos y cogerlos : pulpos, sepias, quisquillas, camarones, mejillones, caixetes, lapas de carne anaranjada y sabor inexplicable, dátiles de mar, erizos, caracolas ( cornetes ), cangrejos, bígaros, lubinas, doradas y dorados, lisas, anguilas, cangrejos de arena, tellinas y un etcétera compuesto por muchas criaturas que adornaban las aguas alrededor de la ISLETA y en todo el acantilado hasta llegar a la playa de la Concha.
    Playa, lo que se dice playa, eran apenas 30 metros de arena paralela a la orilla por unos 8 hasta llegar a una zona de cantos rodados que hacían el papel de freno al ímpetu del mar en las marejadas de otoño e invierno; pero, suficiente para las pocas familias que “ veraneábamos “ en las faldas de la montañeta de San José: los Benavent, (les Llanses ), Alberto con sus padres y abuela ( Bonanza ), los primeros inquilinos de los apartamentos San José y Pez Espada, Villa Delfi, las dos numerosísimas familias de los Cler y los Ollero, Pepe Carda con Anita Font de Mora, los Gozalbo Eduardo y Blay, Jonás el sueco, la Mansión de Drácula y Villa Carmen. Este era todo el capital humano de Morro de Gos a principios de los 60.

    Más cosas para que aquello fuese el paraíso: la tranquilidad permanente que dominaba la situación a cada momento del día y la noche, las magníficas relaciones entre residentes de distintos estratos sociales… y la “ carencia “ de todos esos elementos que hoy la gente cree indispensable para pasar una buenas vacaciones: ruido, locales sonorizados, coches, motos de agua y de tierra, multitudes de gente que dialoga de lo mismo y al mismo tiempo, cemento, toneladas de cemento, algún enorme monstruo de tonos azulados que se hace más visible y ruidoso por la noche y que poco a poco alarga su cuerpo en dirección a Torre la Sal, etc… Salir a pasear por la orilla del mar al anochecer observando con curiosidad a los pescadores del Rall ahora tendría un precio demasiado elevado para hacerlo realidad.
    También existían elementos mundanos en la Oropesa de los 60; estaba el Mervi (hoy, todavía puedes ir allí a comer un buen marisco, y si cierras los ojos y respiras muy profundo, escucharás al tío Pepe contándote alguna historia marinera), el chiringuito de la Sevillana (sigue en el mismo lugar, inamovible e intransferible), y, si traspasabas las fronteras de Morro de Gos, podías viajar a Chez Luis o al Neptuno de Juan (Juanito para los más amigos, entre los que tengo el honor de encontrarme) que se encontraban en la playa de la Concha.
    Lo dicho, todo un paraíso, y dentro de este, en un pequeño remonte a las faldas de la montañeta de San José: VILLA CARMEN, mi paraíso particular, el planeta soñado en el que fui creciendo muy lentamente, tan despacio que cuando quise darme cuenta, me había convertido en todo un muchacho que vivía feliz en un medio que se había fabricado, sin saberlo, especialmente para mí; hoy sigo siendo aquel chaval que se emocionaba sacando un pulpo de su agujero, viendo por primera vez el mar cada primer día de vacaciones (siempre era la primera vez, y sigue siendo siempre la primera vez), cantando en el jardín del chalet la Lola de los Brincos con mi hermano a la guitarra… Uno de los peores momentos que pasé en esos años fue la noche en la que a Salva, mi hermano guitarrista, le picó un escorpión en el pie y se lo tuvieron que llevar al médico; los minutos se me hicieron horas y recé con una convicción que ni en mis mejores años de los Salesianos.
    Gracias a un problema bronquial había conseguido que mi castillo en el aire bajara de las nubes. Viví unos veranos que sigo llevando en mi reparado corazón y que no pienso desprenderme de ellos por nada del mundo nunca jamás.

    Observad con relajación lo que era Morro de Gos en 1961.

    Carmen Costa Bolufer, mi madre, guapa como ella sola, se encuentra en la terraza de VILLA CARMEN. Al fondo puede verse la explanada de Morro de Gos. Los coches y el polvo que se observa es debido a que, durante los primeros años de los 60, todos los veranos se celebraba una carrera de moto-cross (campeonato de España o del Mundo, no lo recuerdo bien) que siempre, o casi siempre ganaba Pedro Pi.

    Después de haber visto la foto, recordad por un momento cómo es ahora el mismo lugar y los que hayáis reconocido la foto echaros a llorar, porque esto ya no tiene remedio.

    VILLA CARMEN, UN CHALET SENCILLO PERO MUY ESPECIAL

    Construido sobre un terreno de 864 metros cuadrados, era una vivienda de primera planta con garaje, el cual, con el paso del tiempo se convirtió en comedor y dos habitaciones que añadir a las dos que ya existían en la primera planta. Tenía un pequeño comedor, una pequeña cocina, un pequeño cuarto de aseo con ducha y una terraza desde la que se divisaba un panorama que no lo pintan ni en marina ni en or, sencillamente porque ese panorama ya no existe.
    Alrededor del chalet mi madre se cuidó de que existiera un jardín lleno de color, de vida y de estética. Mi padre era el segundo de abordo en jardinería y a mi hermano y a mí la faena jardinera era por decreto ley. La frontera con los apartamentos Pez Espada la marcaban 6 higueras, 3 blancas y 3 negras, lo que viene a confirmar que aquello era un paraíso: había de todo y de todos los colores.

    Mi padre, Salvador Verdeguer Escribá, ejerciendo de segundo de abordo en jardinería. Hoy ese pequeño rincón parece un decorado de una película de terror, lo siento, pero así es.

    Espero en la segunda parte de esta historia contaros pormenores y pormayores de mis años vividos y soñados en Oropesa del Mar (a fecha del 2006, ORPESA) y que a los que lo habéis conocido consiga que os aflore a los labios una pequeña sonrisa antes que una lágrima al recordar algo que nunca debió cambiar. Pero de utopías igual hablamos en otra ocasión.

    DOCTOR CARAJILLO, DE VUELTA A LA REALIDAD

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    comentari 1 comentari
    adolfo garcia torres
    adolfo garcia torres
    29/08/2009 11:08
    Nostalgia

    He recordado momentos muy felices de mi pubertad al leer varios artículos, dado que viví en Vilarreal entre los años 1959 y 1966. Fuí compañero de estudios (5º de bachiller) de tu hermano Salva, que llevaba el cabello largo como yo y recuerdo un día de merienda en vuestra casa de Vilarreal, escuchando la música de Brincos y Bravos y Salva tocando la guitarra. Yo vivía en la "estacioneta" dado que mi padre fué el último jefe de estación del extinguido ferrocarril "La Panderola". Me gustaría enviar un caluroso abrazo a tu hermano y decirte que ...¡muchas gracias! por los recuerdos tan maravillosos que has hecho aflorar en mí con tus artículos.

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