Oropesa del Mar 1959. El sueño que permanece. Parte II
Cuentan que fueron unas familias de Nantes que circulaban con sus caravanas por la carretera nacional, las que al pasar a la altura de Oropesa, decidieron desviarse de su ruta y hacer un alto en la población. Corrían los últimos años de la década de los 50 y quizás fueran ellos los primeros “ turistas “ que desembarcaron en sus playas. Les gustó, porque al verano siguiente se multiplicaron y en poco tiempo comenzaron a crecer pequeños monstruitos de cemento que se fueron vendiendo rápidamente. Nadie podía imaginar lo que vendría algunos años después.
Los años 70 comienzan con la creación de las infraestructuras necesarias para acoger a los visitantes, tanto nacionales como extranjeros, que llegaban cada vez en mayor número; pequeños supermercados, bares, cafeterías, terrazas, tiendas de regales y de toda clase de productos etc…, la población estaba sufriendo un cambio que tenía un aspecto positivo en cuanto la entrada de divisas se hacía notoria, pero que al mismo tiempo ofrecía su aspecto negativo cuando apareció la maldita palabrita : ESPECULACION. Se comenzó a construir sin un orden establecido y al grito de maricón el último, lo que degeneró en la imagen actual que ofrecen sus playas. El aquí te pillo aquí te mato se transformó en aquí te pillo aquí te construyo y sálvese quien pueda. Ya no hay vuelta de hoja y así queda el panorama urbanístico del lugar.
Le doy vuelta a la manivela del tiempo, lo cual agradezco porque me hace volver a los orígenes, y me encuentro tomando una coca-cola en la terraza del Hotel Playa viendo jugar a ping-pong a dos alemanes-gambas que sueltan cerveza por todos sus poros, pero que ríen y disfrutan de su estado vacacional. En la mesa que se encuentra a mi derecha, un producto nacional y una francesita ( producto de importación ), se regalan una serie de arrumacos que pronto, con su aparición, el Sr. Moliner hará que las distancias entre ellos pasen de milímetros a bastantes centímetros; si no va él en persona enviará como embajador a Emilio, el camarero, quien muy a su pesar hará las funciones separativas del Sr. Moliner. Acaban de aparecer en escena dos familias belgas compuestas por un total de 23 personas entre padres, hijos, sobrinos, cuñados y algún producto nacional no bruto que, antes de reunir tres mesas ya le están pidiendo al pobre Emilio sangría en cantidades industriales; es su aperitivo. Completan el cuadro un grupo de amiguetes de Madriz alrededor de una mesa, cuyo principal tema de conversación es el ligue que tuvieron la noche anterior en la discoteca a la que fueron; el pique es constante entre ellos porque nadie del grupo reconoce que pasó la mano por la pared y se quedó sin mojar la noche de autos. Bueno, pues más o menos esto era una mañana de julio o agosto en Oropesa a la hora anterior a la comida. Nadie vocifera, todos nos conocemos y la relajación y el esparcimiento propios del periodo que corresponde a las vacaciones de verano es perfecto; como fondo, suena María Isabel de los Payos, que le da un toque spanien al evento.
Mis padres, todos los santos días del verano, nos obligaban a mi hermano Salva y a mí a dormir una siesta para reposar la comida. En realidad era lo mejor porque a esas horas de la tarde el sol llegaba a su punto álgido y no era plan que unos chavales fueran sueltos por debajo de un soplete estelar. Después del reposo ya podíamos volver a la playa para disfrutar de lo que deseásemos en ese momento; bañarnos, bucear, pasear, ojear el panorama; en resumen: vivir la incipiente juventud que se estaba desarrollando en nuestro exterior y en nuestro interior. Teníamos 13 o 14 años y el mundo era nuestro. Con la caída del soplete estelar antes mencionado, todos a casa para comenzar la transformación del ser. Teníamos que acicalarnos para “ salir “. Hoy, en pleno año 2006, daría lo que me pidieran por volver a oler aquella colonia de hierbas que a mis 14 años colocaba en mi rostro aún imberbe, en mis brazos y por encima de la camiseta que cubría mi cuerpo adolescente. La marca de la colonia era LIN ABART. Cuando paseo por la isleta en pleno invierno aún siento en el aire un leve aroma a la colonia que me acompañó durante mis primeros veranos como adolescente en Oropesa. Si alguien piensa que me estoy poniendo en plan “ amo a laura “, es que no tuvo adolescencia o no la disfrutó, que es peor.
Oropesa ha sido visitada con el paso de los tiempos por personajes ilustres y conocidos, pero la primera visita realizada por alguien “ especial “ fue a finales de los 50 o posiblemente principios de los 60 de un matrimonio al que en ese momento mi amigo Vicente Costa ( todavía era un crío ) no reconoció el día que la pareja estuvo departiendo con él y su familia; incluso se hicieron algunas fotografías juntos. Al cabo de los años, repasando viejas fotos sí los reconoció: se trataba del Rey Balduino de Bélgica y su egregia esposa Doña Fabiola de Mora y Aragón; los cuales realizaban un viaje privado por el Levante del País.
García Berlanga y su chalet blanco justo a la derecha de la playa de los enamorados, José Luis López Vázquez paseando por Morro de Gos y ya en los días de Presidente del Gobierno, José María Aznar son algunos de los personajes que han conocido de primera mano la belleza de Oropesa.
Habiendo dejado un hueco a los visitantes famosos, retorno al aroma de LIN ABART y salgo hacia la terraza del Neptuno donde no hace falta nombrarla para saber que allí quedamos la pandilla para pasar la tarde. El ambiente que se respira en el local es magnífico, la máquina de discos no deja de llenar el cálido aire veraniego; tengo grabadas en mi corazón y en mi mente algunas canciones que no nos cansábamos de escuchar, pero sobre todo, cada vez que oigo sonar Another day del ex Beatle Paul, sin cerrar apenas los ojos me encuentro de repente en esa terraza con mis amigos disfrutando del calor, del refresco y sobre todo de su compañía.
En el centro de la terraza estaban situadas cuatro mesas de ping pong que no daban abasto haciendo eliminar toxinas, grasas y litros de cerveza y sucedáneos a los adultos que, para intentar impresionar a sus potencialmente ligues, le daban a la raqueta como el que intenta cazar una mariposa a las tres de la madrugada y con media docena de cubatas entre pecho y espalda. Cuando nos tocaba jugar a nosotros era diferente, la gente que tomaba sus chuchimamis en las mesas cercanas disfrutaba con los raquetazos que lanzábamos a la parte contraria de la mesa.
Al caer la noche, con toda la tranquilidad del mundo, cada pájaro a su nido. Ya en casa la cena y el Fugitivo asomando en blanco y negro a través de la pantalla conformaban el punto y final de un día especial, que de especial lo tenía todo, porque al día siguiente íbamos a encontrar otro igual sin ningún género de dudas.
Para finalizar la historia de hoy, tres variaciones sobre un mismo tema: VILLA CARMEN. La primera imagen corresponde a los años 60 ( el que lleva la pelota soy yo, conmigo mi hermano Salva ), la segunda pertenece a los 70, con mi sobrino Richard en brazos de mi padre. Y la tercera ya reside en el siglo XXI y es la viva imagen de una muerte que viene anunciándose desde hace tiempo: la muerte y desaparición de lo que para mí ha significado el Cielo en la tierra y en donde empecé a conocer a quien ahora conozco de toda la vida: a mí mismo.
Villa Carmen en los años 60
Villa Carmen en los años 70
Villa Carmen en el s. XXI
Punto y final: Muchos dicen que añorar no es bueno, que recordar el pasado simplemente hace envejecer y que echar de menos lo vivido es petrificarse poco a poco; allá ellos, yo pienso todo lo contrario, viajar al pasado usando la memoria, la imaginación, las palabras, las ideas, los sueños sin dormir, las visitas a los lugares que te vieron crecer, las imágenes paralizadas en el tiempo que te ofrecen las fotografías, escuchar a los mayores contarte algo que ya te han contado en otras tertulias, la morriña, el suave olor a juventud que desprende el lugar donde la viviste, observar con el corazón a tu hija de 14 años y verte tú mismo reflejado en ella, sentir esa atracción especial hacia todo lo que guardas en tu memoria; todo eso y más hace que viva el día a día de una forma especial porque sé que mi espalda está perfectamente cubierta por unos recuerdos que me mantienen y me mantendrán vivo y feliz hasta que la oscuridad del final venga a visitarme tarde, muy tarde.
Dr. Carajillo, una mañana de Julio de 2006, al amparo del puñetero sol.