Tomar tierra
Tomar tierra en el argot aeronáutico se refiere al aterrizaje de un avión o aparato volador. Tomar tierra en esta ocasión se referirá al hecho natural de pisarla y estrujarla en su faceta agrícola, que es de donde salen todos nuestros alimentos. La vida campesina está alterada por infinitas causas que se resumen en una, baja o nula rentabilidad que obliga a abandonar los campos en detrimento de los agricultores autóctonos y a mayor gloria de compañías multinacionales, que han hecho del campo su nuevo “campo” de explotación. Las tractoradas son solo el comienzo de una serie de altercados que no concluirán hasta que se solucione el “modus vivendi” de sus protagonistas, maltratados hasta el hastío por las nefastas políticas agrarias de la Comunidad Europea. Voy a referirme a la tierra cercana y próxima, la otra, escapa a nuestra comprensión y entendimiento, acosada y derribada en el laberinto de intereses sociopolíticos que lo embarran todo.
No hace mucho, en un experimento con niños de edad escolar, eran muy pocos los que asociaban los alimentos de origen vegetal y animal a su lugar de origen. Es decir, al corral y a la huerta o campos de labrantío. Los de corral eran definidos en su mayoría como mascotas, los productos agrícolas se identificaban en las estanterías coloristas de los grandes supermercados. Definitivamente hemos perdido la batalla cultural de sumergirnos en la madre tierra. Al menos de la madre proveedora de alimentos de subsistencia para el ser humano desde tiempos remotos. La naturaleza entendida como lugar de ocio y recreo es una cosa, la depositaria de los elementos vegetales ya sean, plantas, arbustos o árboles al servicio del hombre, es otra.
Los viejos del lugar nos predicaban de jóvenes aquella máxima de: “No vender las fincas”. Socorrido argumento de postguerra, ya que la tierra no se pierde con las bombas y en caso de extrema necesidad, su cuidado procura alimentos que matan el hambre. De aquellas inseguridades pasamos a la época de la abundancia, cuando no del despilfarro hace décadas, y ahora nos envuelve una concatenación de sucedidos que han alertado hasta al más irredento. Una guerra en el corazón de Europa contra la todopoderosa Rusia que parece haber resucitado la vieja URSS. Campanadas de rearme en la zona euro. En el próximo oriente los de Israel machacando a los palestinos que tienen secuestrados a sus ciudadanos en un ataque imprevisto que ha devuelto la tragedia a esa tierra desgraciada y sin paz.
A nivel patrio la política hecha humos por todas partes. Han vuelto las dos Españas de la guerra civil del 36, extremadas las posturas ideológicas en grado sumo, escándalos y corruptelas por doquier, pactos anti natura, separatismos en auge, la economía que no despega, la deuda desorbitada con el peligro de quiebra técnica, el paro desatado y maquillado para no alarmar, delincuencia al alza, etc. largo… para no cansar y que al final desemboca en un desencanto y frustración general del personal, que a estas alturas ya anda pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor.
¿Y a dónde voy a ir a parar? Nos hemos acostumbrado a la bonanza durante muchos lustros que nos ha hecho perder el olfato y el instinto de conservación. O al menos nos ha hecho perder por vagancia y desidia, la sabiduría empírica de nuestros padres y abuelos. Aquellos que sobrevivieron sin nada y con poco menos, levantaron de la miseria una nación trabajando de sol a sol. Se pierden conocimientos básicos y elementales, viviendo de espaldas a la realidad auténtica, y absortos e inducidos a la realidad virtual más falsa que Judas. Aquí en vez de tomar tierra parecemos estar volando con las mentes en babia. La generación de cristal la llaman, débiles y enfermizos emocionalmente. Confundiendo la velocidad con el tocino, bien engrasados por los medios de desinformación social, y untados por el poder en el regocijo constante del pan y circo actual, llámense fiestas, festivales, “remembers”, botellones, juergas varias alentadas y promocionadas a granel y sin pausa en el calendario.
Aquí no toma tierra nadie, todo el mundo anda por la nube, la de internet y la de las tormentosas pájaras individuales en auge. En cuanto a la tierra, tierra; la que el general Máximo tomaba un puñado y olía antes de entrar en combate, de esa no quiere saber nada, casi nadie. En dos generaciones más, no queda ni rastro de los huertos domésticos por más empeño que pongan los nuevos hipis ecológicos seguidores de la New Age. Lo malo no es que se pierdan las huertas y sus infraestructuras seculares, que ya es una pérdida dolosa; peor aún es perder todo el conocimiento subyacente por falta de trasmisión generacional, que es a lo que vamos como tantos oficios sin visos de continuidad, porque son duros, ingratos y pesados. Oficios por otro lado necesarios, como panadero, carpintero y a la vuelta de la esquina, agricultor. Ya nos vale.
Pues nada a seguir con el insolente goce continuado, cegatos a la realidad y embobados con las pantallas multicolor, que nos cuentan lo que les interesa a los expertos manipuladores sociales y encima, somos tan gilipollas, que nos lo creemos y hacemos proselitismo desde ambas orillas del río, sin mirar que el río ya no lleva peces y a poco más, ya ni agua. La única tierra a tomar al final, será la del camposanto, que ahora ya ni eso, te churruscan al horno. Vengan ollas, pasen días. Marchando…