Sobre cofradías y la Semana Santa
Inmersos en el tiempo litúrgico de la Semana Santa cuyo ciclo se repite cada primavera, donde he participado durante muchos años de forma activa e intensa, a mí siempre me ha corroído una duda, ¿Saben los participantes que el llevar un hábito de la cofradía, es una manera de señalarse públicamente como consagrado y perteneciente a esa advocación o paso, haberse puesto bajo su protección; y se expone a ser identificado y señalado como tal? Esa pregunta que incide hondamente en el sentir individual, no deja de ser una cuestión interesante a debatir por las dudas que encierra, máxime hoy en esta sociedad secularizada que todo lo sumerge en clave cultural, espectáculo tradicional con tintes folklóricos, estéticos y costumbristas.
El fenómeno de las hermandades y cofradías siempre han sido catalogadas por la iglesia oficial como religiosidad popular. De hecho muchas de ellas han nacido por iniciativa seglar, colectivos laicos gremiales que buscaron el amparo de la Divinidad para atajar los males de su época, epidemias, enfermedad, soledad, muerte, auxilio social, fraternidad, etc. otras, quizás las menos, creadas y orientadas por clérigos sensibles a las necesidades sociales de su entorno vital. Verdaderamente la iglesia, no siempre ha valorado estos movimientos de religiosidad popular tildándolo despectivamente como fe del carbonero, menospreciándolos con falta de empatía y en algunos momentos históricos, hasta forzando su desaparición. Esta religiosidad popular movida por el sentimiento y la emoción, choca con la religiosidad oficial de las autoridades eclesiásticas, cuya jerarquía ve, como algunas de estas asociaciones de la misma iglesia, no cumplen con la liturgia nuclear del Triduo Sacro, y en lugar de ser instrumentos de actividad pastoral, se ciñen a las celebraciones simplistas del folklore, representaciones plásticas, musicales, sonoras, teatrales, emocionalidad devocional a las imágenes, muchas veces sin la intermediación clerical. Espectáculo callejero ruidoso y vistoso para turistas ávidos de espectacularidad y sensiblería módica.
Aunque lo parezcan, no hay un patrón común. En cada área geográfica existen particularidades significativas con una riqueza y variedad muy grandes, inmersas en las culturas singulares que los arropan. Al igual que según sea la preparación catequética y compromiso de ejemplaridad cristiana de sus componentes, así será la labor de esa Entidad en el marco eclesial con sus estrictas prácticas litúrgicas, conjugadas con la plasticidad estética y colorista de los pasos procesionales del Cristo o la Virgen en comunión con sus parroquias, en esa simbiosis íntima y comunitaria tienen sentido todos los valores vivenciales que encierra la rememoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En este caso toda la espectacularidad manifestada por las calles tiene su sentido coherente en esos rituales de religiosidad popular en su grado máximo.
Pero tal como avanza esta sociedad desnortada con una secularización galopante donde pululan ateos, apóstatas y desafecciones varias, la Iglesia Católica no puede desaprovechar esa energía de hermandades y cofradías, que a fin de cuentas son entidades catalogadas como religiosas, aún con la tibieza, inconsciencia y/o alejamiento de la fe oficial de algunos de sus miembros, digo que la Iglesia, no puede desaprovechar esa cantera que en el peor de los casos accede al umbral de las grandes portaladas de los templos, vestidos de nazarenos con cruces por todos lados, y medallas alegóricas sobre el pecho, portando pesadas andas, quizás creyendo en su ignorancia que están en una asociación cultural, cuando no es así ni mucho menos.
Deben los pastores habilitar estrategias que actúen con sutileza, dulzura, firmeza y contundencia para canalizar toda esa energía de las cofradías y derivarla al fin real de las mismas. A fin de cuentas es lo que las legitima para actuar con su espectacular despliegue, en esos días sacros de forma pública y comunitaria. En otras fechas o escenario nada de esto tendría lugar ni sentido. En cuanto a los dirigentes de hermandades y cofradías, duro me lo fiais, depositarios de una carga de responsabilidad y ejemplaridad pública de vivencia cristiana y todo cuanto ello comporta, de virtud y coherencia para con sus miembros y vecinos. El guardar y hacer guardar los estatutos sellados y aprobados por el obispado, que no son ni de lejos una broma somera, sino un voto de pertenencia a un ente sagrado.
Termino como empecé, ¿Lo saben, no lo saben o no lo quieren saber? Y aprovechando la temática de esta crónica, pedirle a nuestro Cristo del Calvario, un ruego tan elemental, popular y angustioso como el de nuestros antepasados: “Aygua i Salut, Sinyó”.