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Per Vicent Albaro
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El rual y los labradores

    Los caminos polvorientos de Alcora, nos llevan hoy por las huertas feraces que, abancaladas en minúsculas parcelas, esculpen con un verdor insultante, el adusto paisaje urbano. Las huertas, con su alegría proverbial, alivian las depauperadas economías domésticas, laceradas por esta crisis terrible. Las huertas son esos espacios donde el agricultor, da rienda suelta a su imaginación. Son como cuadros de vivos colores, al arbitrio de su particular autor. Y que abarca, desde el metódico y puntilloso de tiralíneas a cordel, donde todo está sembrado con medida precisión; al anárquico de caballones torcidos, aquí pongo esto y allá aquello, en una mini jungla donde los frutos crecen en virtud del abonado previo, el riego puntual y medido, así como el control de plagas proporcionado y justo, pero abigarrado. Toda esta maraña multivegetal, perfectamente controlada, da al sacrificado usuario, sabrosas delicatessen como: patatas, cebollas, acelgas, lechugas, tomates, pimientos, judías, apios, ajos, zanahorias, calabacines, maíz, melones, calabazas, etcétera. ¡Qué…! ¿A que mola la de cosas que pueden salir de escasos metros de tierra y bancal?

    A todo esto, que suena normal a cualquiera que en su casa hayan conservado un mínimo de laboreo agrícola, ahora lo llaman huerta ecológica, terapéutica, sociológica, cultural, urbana y la de piropos que le echan, cuando la cosa va de cara y se pone de moda. Y los-que-más-saben, le ven un tremendo futuro. En mi opinión la mayoría de huertanos de menos de cincuenta años, están más por tener algo que hacer y necesidad, que por virtuosidad propia del saberse hortelano integrado. Aún con las bondades gastronómicas que da este pequeño oasis creativo, de sabores y olores, de vistas coloristas que van de los diversos tonos del verde, al rojo encendido de tomates y pimientos, o el morado de las berenjenas, así como el gris acero de las imponentes y acorazadas coles. En fin, que una huerta es un placer para los sentidos, de ahí la manida frase de: “La alegría de la huerta” convertida en Zarzuela por los maestros Federico Chueca, García Álvarez y Alfonso Paso.

    Pero la alegría, como todo en la vida no es completa. De la arcadia feliz pasamos a la cruda realidad, así que donde hay frutos también hay ladrones. Que se lo digan a los de Chilches y muchísimos pueblos más, que han montado guardia para que no les roben el fruto de sus huertos. O la misma policía que ha tenido que reconvertirse, y además de patrullar polígonos vacíos, ahora toca enfilar los caminos rurales a la búsqueda de nuevos salteadores. Con esta obligada revitalización de los campos, la figura de la guardería rural adquiere gran importancia. No se si lo verán los mandamases o no, pero en nuestro lar, se añora y mucho la figura del RUAL. O rural para los que me siguen de lejos. Una guardería mítica ya desaparecida, con sede en la Hermandad de Labradores y Ganaderos, también desaparecida… bueno hoy, la verdad sea dicha hay una caricatura de lo que fue, y no sigo más.

    Aquella añeja y sindicada Hermandad de Labradores se profesaba de esta guisa: “ La Hermandad…tiene por objeto, reunir en su conjunto armónico, generoso y patriótico, a todos los labradores y ganaderos y demás elementos comprendidos en estas actividades para el fomento y mejor fruto de las mismas y una perfecta convivencia, para el mutuo apoyo y ayuda en sus vicisitudes e intereses al mayor bien de todos y servicio patrio.

    Dado el carácter expansivo, familiar y cordial del vecindario, todo él ha respondido unánimemente a tan elevados propósitos y la Hermandad de Alcora es una de las más destacadas de la provincia por su perfecto desarrollo, a lo que ha contribuido el prestigio de sus rectores y bla, bla, bla”. (Literal copiado del folleto de fiestas del 1947 )

    La figura del RUAL, imagínese a un hombre cincuentón, tez cetrina y espigado, con ropas modestas de tonalidad parda, chaqueta de pana –ahora se llaman de camuflaje- gorra de plato gris, zurrón y una bandolera de cuero cruzando el pecho con una placa de latón que reza: “Guardería Rural de Alcora”. Por toda arma un cayado o bastón y un silbato. En otros lugares más evolucionados llevaban escopeta de sal, haciendo gala de una puntería admirable. Pero acá en el secano no estaban para derroches, y un cartucho valía su peso en oro, igualito que ahora. Además, para qué necesitaban carabina, si su táctica era pillarte in fraganti con las manos en la masa, es decir con lo robado encima (boca o bolsillos). Su arma era eso, el camuflaje, y sin tanta ropa costosa de armería o militar, eran capaces de que pasara el interfecto por su lado, y no verlos. Poseían esa astucia de viejos bribones, esos que aparentan ignorancia pero se las saben todas. Era como poner guardia del coto de caza al mejor furtivo. Nadie podría con él, pues eso mismo pero en agricultura.

    Con tal conocimiento del medio, -huy que bien me ha quedado la frase-, te pillaban siempre que quisieran. Controlaban sendas, atajos, badenes, acequias, muros, portones, bancales…pero lo que más sabían era el tiempo de maduración de las frutas y hortalizas, la debilidad por saborearlas, y hasta las horas más propicias para la “presunta” sustracción. Tras el baño del río. ¡Qué fieras!. Eran otros tiempos, así que todos los sindicados de la Hermandad de Labradores, para que respetaran su bancal, respetaban los ajenos. Menos los gamberros de turno y la chiquillería. Así que si te pillaban, que claro que te pillaban, la denuncia llegaba a casa y a pagar la pera sanjuanera a peso de oro. Y la tunda de palos de tu padre y la regañina de tu madre como escarmiento. (No conocían el código moderno de: “Cómo evitar traumatizar la edad infantil, ni se pega, ni se riñe, ni se amonesta, ni se hacen deberes, etc. ” por pedagogos generadores de pequeños, malcriados, tiranos y odiosos monstruitos unidos en su propia memez).

    Así que el RUAL, al igual que en otra escala: el sereno, el regador, el pellero, el policero o el esmolador, forma parte de nuestra mitología casera. Y aunque parezca contradictorio Los Rurales gozaban de buena reputación y eran queridos por el pueblo. Su aparente rusticidad escondía una ternura afable y cordial. Podías comprobarlo en la Romería de Infantes, en el día del Rollo –fiesta mayor de Alcora por antonomasia en el primer lunes de Pascua- que abrían la comitiva como máxima autoridad campera. ¡Qué entrañable escena!. Abriendo paso como escoltas, a la columna de niños que implorarán al cielo el Agua y la Salud, una pareja de Ruales, de los de toda la vida. Aún recuerdo de niño, cómo te guiñaban el ojo cómplicemente, te conocían de tus andanzas por las huertas de la granja la Font- Nova, la Volta, la Solana, o de Sol d’Horta, -que bella toponimia al uso-, así que el RUAL era ya parte de la familia. Ya quisieran algunos modernos y denostados agentes medioambientales, gozar del cariño y respeto de las gentes hacia este cuerpo ya extinto: Los Rurales. Aunque la verdad sea dicha, puede resucitar de un día para otro como esto siga así de mal y si nadie lo remedia.

    Tengo jugosas anécdotas que no relataré, por no poner en entredicho a personas ilustres de mi pueblo, corriendo cagaditos de miedo delante de un Rual en plena acción disuasoria, pitando a pleno pulmón y cayado en ristre, en un día cualquiera, de un mes de junio, de un año ya lejano. No la liemos que luego todo son disgustos. Feliz Verano.

     

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    comentaris 2 comentaris
    Un Sesentón
    Un Sesentón
    19/06/2013 09:06
    La sal

    Mi padre fue "Rual" en Burriana sobre finales de los 40 y algunos años de los 50. Hago esta pequeña introducción para comentar lo de los cartuchos de sal. No se si en algún lugar serían así (por aquí también se decía) pero el arma que llevaba mi padre no era de ese estilo. Su arma era un rifle tipo Winchester y utilizaba balas de verdad. Claro que según él, nunca tuvo necesidad de utilizarlo.

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