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Per Vicent Albaro
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La rosa del presidente Adolfo Suarez

    Los de nuestra generación vivimos muchos años con un interrogante a flor de piel, ¿y cuando muera Franco, qué?, en mi caso tuve la suerte de convivir bastantes años con tres de mis abuelos, y esa pregunta saltaba a la primera de cambio a mitad de la década de los setenta, cuando el Generalísimo estaba muy viejo y los achaques eran continuos. El temor de la gente mayor a los acontecimientos que pudieran sobrevenir a la muerte de Franco, tenían su implacable lógica, pues fueron quienes soportaron en sus carnes, los desastres de la guerra civil del 36, y las penurias y calamidades de aquella posguerra. Así que la pregunta tenía el peso de una losa y más razones que una escritura notarial, sellada por el lacre de las amargas experiencias vividas.

    Y murió el general Franco con largas colas de despedida ante su ataúd, y los temores de los viejos se hicieron presentes, mientras iban pasando los días y nos llegó un Rey, nieto del que se veía en las añosas monedas con el nombre de Alfonso XIII, y del que hablaba uno de los abuelos, el que había hecho el servicio militar en Valencia, en un batallón de caballería de la reina Victoria Eugenia de Battenberg, abuela de D. Juan Carlos rey. Así aprendíamos historia en el hogar de la vieja casa del pueblo, mientras crepitaban las llamas y añadían cepas secas o troncos de olivo, y solo de vez en cuando, accedían a contar sucesos de la última guerra, muy someramente y sin detalles, evitando nombrar a los protagonistas de aquellos trágicos y sangrientos sucesos, acontecidos al lado de casa, pues descendientes de víctimas y verdugos, nos sentábamos en los pupitres de la escuela sin animadversión ni odios, jugando a coro. Desconocíamos los detalles, y es como si todos hubieran hecho un pacto de silencio, para que las nuevas generaciones miráramos hacia delante, enterrando el deleznable pasado de los abuelos, que años más tarde a un contador de nubes, le dio por desenterrar.

    El presidente Adolfo Suárez quiso hacer poco más o menos lo de los abuelos. Desmontar el Régimen, traer la Democracia a España, y que todos olvidaran el pasado para crear el futuro juntos, a eso se le llamó el Espíritu de la Transición. Al presidente Adolfo Suárez le tocó despejar la añeja angustia de nuestros abuelos, para que a la muerte de Franco no pasara nada, al menos nada de lo que ellos temían, una nueva guerra civil. Y aunque el país era una bomba de relojería, el afán por salir adelante y convivir, superó los miedos y vaticinios agoreros, aunque a veces pienso que hubo muchos abuelos como los míos, que habían informado convenientemente a muchos, nos alertaron para que supiéramos entre todos, convivir y superar traumas que siempre nos han destruido. La fratricida lucha entre hermanos.

    El presidente Suárez fue nuestro presidente como Eugenio Ponz nuestro alcalde en el pueblo. Éramos jóvenes y los cambios que se producían en España seguían a un ritmo vertiginoso, algunos eran conscientes otros no. En nuestro servicio militar ya se notaban esos cambios, años 77,78,79. Los emblemas viejos en las prendas, se sustituían por otros de corte real. Media brigada con un tipo de emblema y la otra medía con el otro. Sería para agotar stoks, digo yo. Media brigada con el Lepanto bajo, y la otra media con el de rampa. Y todos querían el viejo pues era el de los veteranos y la veteranía es un grado, en la mili y donde sea. En mi mili, los acuartelamientos y maniobras eran continuas, el estado de alerta casi permanente, y eso lo olíamos,¡¡¡ buenoooo!!! a buen olfato no nos ganaba nadie. Hacer guardias con munición real, visitas a las imaginarias a altas horas de la madrugada, o máxima alerta en los penales que en Cartagena, coronan los montes a modo de castillos medievales pero modernos. Y el lío que se montó en el cuartel de marinería CIM, cuando el general Gutiérrez Mellado fue acusado de traidor en un tremendo griterío por altos mandos, al intentar “vender” las bondades del nuevo régimen en aquel 78, que Suárez ya llevaba legalizada la bicha negra casi un año, o sea el Partido Comunista o PCE.

    Adolfo Suárez siempre fue próximo, y no porque viniera a visitarnos, que no; sino porque su valedor D. Fernando Herrero, Secretario General del Movimiento y su máximo valedor, era de Castellón. Y un alcalde de mi pueblo, D. Francisco Grangel Mascarós casado con la hermana de la mujer de D. Fernando Herrero, o sea cuñados. Y encima María Amparo Grangel Tejedor, su hija mayor, la primera reina de fiestas en 1966, de la nueva época de reina y damas, que nuestra generación ya vivimos con toda la intensidad. Un hijo de D. Fernando Herrero, el periodista y comunicador Luis Herrero, también fue director del periódico Mediterráneo. Todo en casa. Pero a mí Adolfo Suárez me ganó, no por la política ni sus dotes de comunicación, ni por su ideología pues por aquel entonces el iluso de mi, tonteaba con la izquierda. Un amigo de Castellón me contó que cada día había una rosa en la lápida de Fernando Herrero, en el cementerio de Castellón. Nadie lo podía asegurar, pero aquella rosa fresca y lozana a la lápida de su mentor, la enviaba Adolfo Suárez. Aún no se a día de hoy, si esto es una leyenda urbana o realidad, quien me lo contó lo dijo en serio y era de fiar.

    Y a uno que lo parieron así, romántico y sentimental, temperamental y fiel… entendí que un hombre capaz de ese generoso e inusual detalle, era de fiar. Un hombre agradecido de su valedor y protector, merece respeto y admiración. Un hombre que envía una rosa diaria a un cementerio, está regalando poesía en versos de amor filial, ternura, gratitud, reconocimiento, nostalgia, entrega, recuerdo… Porque lo que se lleva hoy, es lo otro, olvido, decapitar, silenciar, despreciar, criticar, insultar, desvalorar y enterrar al predecesor, para elevarse uno mismo a lo más alto del altar de la veneración popular. La versión más cainita del cría cuervos, que es lo que ahora pulula a diestras y siniestras del escenario político y social. El Espíritu de la Transición, del que Suárez fue el inventor y máximo exponente, ha muerto. Me lo recordó el alcalde de Vila real José Benlloch, en una comida social, al manifestarle mi amistad con su edil aliado Pascual Batalla, a tenor de la dispar ideología política nuestra.

    Escribo esto cuando el ex presidente Adolfo Suárez, está en fase terminal en una clínica de Madrid y su hijo ha convocado una rueda de prensa para comunicar la triste noticia, y de la que ha salido acongojado y lloroso. Ahora, todo serán homenajes de propios y extraños, la cainita España volverá a elogiar su figura, años después de lapidarle. Es lo de siempre, el monumento funerario en el recuerdo, después de muerto se valora lo que en vida le fue negado. Pero lo que no podrá negarle nadie, es lo que fue capaz de hacer. Y lo hizo y muy bien, cambiar este país. Siempre será nuestro primer presidente democrático, el del “puedo prometer y prometo”, el que se quedó impertérrito en el escaño del congreso, un 23 F, ante las metralletas y los bigotes de Tejero, mientras los demás reptaban por el suelo. Y yo como os he dicho, me quedo con el Suárez noble y agradecido, el que mandaba una rosa diaria en recuerdo de su valedor y amigo.

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