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Romero para un torero

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    Romero para un torero- (foto 1)
    Romero para un torero- (foto 2)

    Le quitaron el puro a Morante en los carteles de la feria de la Magdalena, alguien protestó y en su lugar le pusieron en los labios una ramita de romero. El neopuritanismo y la intolerancia campan entre nosotros como una nueva censura, que amenaza con acabar con todo lo que aborrecen los gurús de la nueva sociedad a implantar, y que en lugar de avanzar en la tolerancia, padece una regresión casi enfermiza coartando ya en demasiados campos, los valores de la libertad de expresión.  Lo que agrada a su sensibilidad ideológica o cultural, vía ancha en promoción, subvención  demás prebendas y a lo que no, caña al mono o prohibición directa.

    He tenido la oportunidad de acudir a algún festejo taurino de estas fiestas de la Magdalena de Castellón, en merecido homenaje al gran maestro Juan Bta. Ripollés. Muy pasadas por agua, fríos y toda clase de fenómenos meteorológicos adversos, que si para el campo y los acuíferos han sido vitales, para los festejos son una total ruina. Así que las suspensiones de actos se han sucedido, y el aplazamiento de algunos los ha sacado de contexto y eso siempre desluce su propia esencia. Como decía, he estado en el coso de Pérez Galdós en dos ocasiones y con la fortuna de presenciar dos buenas corridas, la del sábado 26 y domingo 27.

    La tauromaquia no pasa por su mejor momento, hay una legión de famélicos abolicionistas que arremeten contra esta tradición de forma sistemática e inmisericorde. No voy a entrar en los motivos de su inquina porque monopolizaría el escrito, pero si todos nos opusiéramos a lo que nos disgusta de forma tajante, no se haría nada porque puestos a sacar argumentos de bajo las piedras, no quedaría títere con cabeza. Así que me sumo al mejor lema, el de vive y deja vivir a los demás con sus gustos y querencias. Y si algo no te gusta, pues no vayas y en paz.

    La plaza de toros de Castellón de segunda categoría, es pequeña pero acogedora, tiene esa pátina añeja que le ha dado el paso del tiempo que todo lo corroe y desgasta. Cuando instalaron los graderíos de piedra, la talla del hispano debió ser muy menuda porque cuesta acoplarse a un espacio tan estrecho que te hace clavarle las rodillas al de delante, cuando no te las clavan a ti por detrás. Pero es lo que hay. Mi afición a los toros es bastante rudimentaria así se lo hice saber alguna vez al amigo José Luis Esteban, que de eso sabe mucho. Por lo que el argot técnico de Cosío, no saldrá en este escrito.  Pero aun así me fascina ese mundo de la tauromaquia con sus luces y sombras, con sus rituales medidos y ese suspense en ciernes, casi invisible que media entre el triunfo, el fracaso o la tragedia.

    La expectación que crea la llegada de los toreros al patio del coso entre la multitud, la entrada a la capilla, los selfis de sus devotos, autógrafos, saludos y reverencias. El gladiador vestido de brillantes, impoluto con su capote de paseo de decoración barroca con un Cristo o una Virgen a quien profesa especial devoción. El paseíllo por riguroso orden de veteranía, alguaciles, los saludos entre cuadrillas, picadores a caballo, monosabios…y ese ruedo de albero impoluto con sus marcas blancas que delimitan territorios, cual fronteras invisibles e infranqueables.

    Los tendidos abarrotados, los de sol donde estuve y con suerte lo gozamos el último día, más festivo, dicharachero y agradecido que los de sombra, dicen, donde están los entendidos, los críticos y más pudientes. La presidencia, donde todo el mundo le rinde respeto como garante de la autoridad. Y comienza la fiesta al toque de clarines, un cartel nos habla del peso y la procedencia del toro, animal mítico de esta geografía con el mapa de su piel extendida. Sale brioso y veloz arrancando pedazos de la arena virgen, bello animal donde los haya derrochando poderío en un ruedo diáfano, y requerido por la cuadrilla del matador desde distintos burladeros, donde acude raudo y desafiante al capote malva de señuelo.

    Y comienza la lidia…si el torero es de arte, todos esperan ese capotazo lírico de ballet armónico. Con el picador, que arree desde lejos al peto con una cita sonora. Que no lo pique mucho. Que le deje salida pero que aflore su casta y bravura en el envite. Y si hay quites entre toreros, mejor porque entran al pique y eso crea emoción. Que los banderilleros se contorneen, que claven en alto los dos palos y salgan airosos del lance. Y el brindis que sea emotivo y si es general, se contagia el aplauso por todo el ruedo. La muleta se extiende y va y viene, por izquierda y por derecha, de rodillas y en pase de pecho. Baja y lenta, muy lenta a dos palmos sin que la toque, cerrando un círculo sobre sí mismo, mientras el toro humilla y resopla a la fugaz franela, que se pierde ante su hocico.

    Suena la música de la banda de la Vall d’Uixó, un pasodoble…qué otra cosa se espera en esta vieja catedral, en este ritual del todo medido. El Gato Montés, a los cuatro vientos mientras los aplausos se suceden y la emoción ralla lo imprevisto. La hora suprema, entrar a matar, echarse sobre la cara del toro con un trapo caído y el acero al vuelo, a pecho descubierto con los muslos abiertos a unos pitones que dan miedo. Y le espada cala hasta la cruceta, el toro está muerto. Revuelo de capotes malva para acelerar el proceso. No hay descabello, la suerte está de parte del torero. La plaza se alza en aplausos y un sinfín de pañuelos blancos en frenético zarandeo. Dos orejas, y al toro, vuelta al ruedo.

    Y después el matador con su cuadrilla, volteando el círculo mágico recogiendo parabienes, aplausos, vítores, objetos diversos, flores y sobre todo, ramitos de romero. Como en la Maestranza de Sevilla, en las grandes tardes del gran Curro, pero era Castellón en una tarde fría de finales de invierno, una estación que parece no querer marcharse para abrirnos de sol y flores los campos camperos. Eran el Juli, Roca Rey y Rufo a hombros y por la puerta grande.

    Y el domingo nos visitó el astro rey, y una terna de ensueño. Y en esas vueltas al ruedo, romero y tomillo de los montes de Alcalatén, los mismos que saborea el Beato Ripo, fueron a parar a manos de dos toreros, al de Alicante el guapo y aclamado Manzanares, y al duende de Sevilla, Morante que lo recogió del suelo, lo olió y un “Gracias guapa” salió de sus labios que no se oyó entre la algarabía reinante. Juan Ortega no tuvo suerte. Las dos caras de la moneda, otra vez será Juan, y que tus ojos claros y transparentes, vean tardes de gloria más delante. Y mira por donde, la Magdalena gris de las lluvias y temporales, de anulación de actos y gentes desubicadas y sin norte, se llenó de luz y colores en una plaza. Y sobre la arena amarilla, refinada e impoluta, torero y romero festejaron el triunfo y saludaron al respetable, tan fiel y devoto en estos tiempos de zozobra en ciernes.

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