No quiere llover
Andan los alergólogos preocupados por la eclosión del polen en esta primavera generosa en lluvias. Y es que ha llovido en todas partes menos en nuestra tierra, ya de por sí muy acostumbrada a la tacañería hídrica, pero esto de ahora sobrepasa la raya, la del normal funcionamiento del entorno natural y la de los registros pluviométricos medidos, que no recuerdan un invierno tan seco y desastroso como éste. Para colmo, el resto de España se ahoga en inundaciones, los ríos bajan repletos y henchidos del vital elemento, los pantanos desbordan aguas sobrantes, la tierra está ya harta de tanta lluvia y casi la escupe…mientras, aquí nosotros, en nuestras comarcas, suministramos el agua potable en cubas, a los pueblos más sedientos del interior irredento. ¡Pero qué mal está distribuida la riqueza!
Cuando miras los mapas del tiempo en la tele, contemplas con desazón como las nubes norteñas, tras regar la extensa piel de toro, al llegar a la estrecha franja de tierra seseada que compone la comunidad valenciana, o se disipan o se hermetizan, o se desvían por los extremos para rejuntarse mar adentro y regar a manta las Islas Baleares, y ya está la sierra de Tramontana nevada hasta el último resquicio, mientras al Peñagolosa o al Espadán no le llega ni un mísero copo, aunque solo fuera, para refrescar su masa arbórea que palidece en una sequía extrema y desconocida. Ya decían los viejos que de los vientos de poniente no hay que fiarse, pues poca agua nos traen por estos lugares. Que hay que confiar en el viento de Levante, y ya ni éste es de fiar, pues esta misma semana con un Levante húmedo, que refrescaba hasta los recónditos pelillos de la nariz, oigan, seis miserables litros y hasta luego Lucas.
A la gente de la gran ciudad lo de la lluvia se la trae al pairo. Es más, puede resultar molesto el mojarse, sacar el paraguas, pisar charcos, sale alguna gotera y se ensucia casi todo comenzando por el coche o los cristales del ventanal. Para colmo, puede hasta aguar las sonoras fiestas, que con tanto gozo se han preparado y que son una vez al año. Pues si que estamos bien, ya lo dice el refrán, nunca llueve a gusto de todos y en este caso de casi nadie, porque esto no es llover oigan, es soltar la regadera con dos dedos de agua a un parterre que necesita como poco, cien litros por metro cuadrado. Y ese parterre natural, espontáneo, dominado, paisajístico siempre, maravilloso y secular, son nuestros montes y nuestros campos; ansiosos desde meses de una lluvia fresca y fecunda, que sazone el vientre de la madre tierra, reseca hasta el tuétano. Una tierra que se asemeja a la faz enjuta y arrugada, envuelta en ropajes oscuros y siniestros, de una bruja caspolina ejerciendo el más sórdido sortilegio.
Como si de un tenebroso conjuro al maligno Satán se tratara, para arruinar nuestro bello paisaje montaraz, reseco y sediento. Como una salmodia irreverente por estas caspolinas modernas, para ensordecer los salmos sagrados, que esforzados cantores elevan al Altísimo, en todas las romerías y peregrinaciones que surcan estas destartaladas montañas, a la búsqueda del maternal cobijo del santuario. Es como si existiera un aquelarre de estas brujas medievales, resucitadas del averno, y quisieran arruinar lo poco que ya le queda a este Castellón y provincia, sin agricultura rentable y con industria decadente. Sus espacios naturales diezmados por los incendios, el sostenido abandono rural, y por la desidia de propios y extraños, es ahora un maná atractivo para resucitar pueblos, masías, parajes, ríos, fuentes, rutas pedestres, caminos y sendas…en definitiva, el mundo que dejamos atrás entre los sesenta y setenta del pasado siglo, para ¿prosperar?, decían entonces. El maná postmoderno del turismo rural, en quien muchos han puesto todas sus ilusiones y expectativas. También esto, necesita la lluvia del cielo, el Pluviam de caelis.
Y como que no, que no quiere llover. Y uno llega al final a este extraño discernimiento. O estas brujas del demonio tienen mucho poder, o las romerías peripatéticas demasiada poca fe, poco entusiasmo y menos conexión con los cielos, a quien se aclaman con exteriorizado fervor para pedir y suplicar. Porque si los cielos fueran generosos, por aquí al menos, y la lluvia hiciera acto de presencia, no solo mejoraría el aspecto de nuestra naturaleza en general, sino que limpiaría la atmósfera de pólenes y microbios, correrían ríos y manantiales, brotarían las fuentes muertas, se llenarían los pantanos, los sembrados ganarían vigor y altura, el ganado tendría pastos, la perdiz…perdigones diminutos e invisibles tras los insectos y las espigas del trigo.
El campo reventaría a una primavera gloriosa, con miles de flores diminutas y magníficas. Los espárragos brotarían por doquier, las plantas medicinales resaltarían exuberantes; y el jaramago en flor (la revanissa), por sazonados bancales alimentaría a los tempranos verdecillos, ya saltones del nido. Mientras, van llegando vencejos y golondrinas a limpiarnos de moscas y mosquitos nuestros cielos, y necesitarán una charca de barro húmedo para recomponer el viejo nido. Hasta para eso hace falta la lluvia, para que las golondrinas y aviones, fabriquen de pequeñas bolitas de barro sus artesanos nidos.
Por eso y desde esta página, invito a quienes sufrimos la sequía de agua o cualquier otra, a unirnos en una plegaria religiosa o laica, para imprecar esa lluvia vivificante de todos los seres que nos rodean. Lo veamos o no, lo sintamos o no. La realidad es tozuda y deja pocas alternativas, de eso los viejos saben mucho, aunque me temo que ya queden pocos viejos que entiendan tanto, de lluvias y viento, o de lunas. Ahora compran el calendario lunar de Michel Gros al kiosco. Un calendario que para entenderlo, hay que pasar antes por la UJI. Nos hemos dedicado durante demasiado tiempo, a vivir de espaldas al campo y, ya casi nada sabemos de él. Y por si fuera poco, una recua de brujas caspolinas, a lomos de mula con enjalma de palmón, danzan en coro un ritual viejo y sabido, conspirando cada plenilunio para dejarnos más secos que una mojama.
Tot es va perdent. Jo ja no conec el nom de molts pardals de quan era menut i d'herbes, quasi cap. El desembre de 2012, la meua fillha (15 anys) i jo vam anar, tot per pista, a Llucena pel mas de la Parra. No sabia el què era una olivera, una garrofera i un atmeller.