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Los peregrinos de l’Alcora

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    Los peregrinos de l’Alcora- (foto 1)
    Los peregrinos de l’Alcora- (foto 2)
    Los peregrinos de l’Alcora- (foto 3)

    La Peregrinación por las Ermitas de l’Alcora, no es una tradición nueva. Esta actividad que se celebrará D.m. el primer sábado de Pascua, aunque tenga en su haber veintitrés ediciones; con lo que según el profesor Henri Bouché, ya puede catalogarse como tradición, en su esencia y desarrollo, es una tradición muy antigua. Y no es que quiera darle el lustre y la pátina envejecida para incrementar su pedigrí, no es eso, no lo necesita. Se trata de analizar en profundidad, los elementos sustanciales que la componen y que dan al acto, una relevancia que supera en su enormidad a todos cuantos la creamos, participan y la sostienen. 

    Esta población nuestra, como la gran mayoría de nuestro entorno, vive un proceso complejo e imparable de despersonalización tan profundo, que amenaza con arrasar todo aquello que a través de los siglos nos ha dado personalidad, impronta y carácter. Esta globalización mundial,  achata las aristas y aborrega al ciudadano, con consignas genéricas y bien estudiadas por la sociología de manipulación de masas. Amenaza además, con liquidar de la memoria colectiva aquellos aspectos que nos identifican como sociedad, y que a través de los siglos ha forjado nuestra historia.

    En otros municipios esta plaga ha podido controlarse en mayor o menor medida, en l’Alcora no ha sido posible. La industria que procuró buenos ingresos económicos y un alto nivel de vida, ha roto cualquier nexo de unión con el pasado, como si ese pasado fuera una especie de mancha en el árbol genealógico comunal, que había que lavar y olvidar con urgencia. Aunque no se entienda muy bien lo que cito, hay un ejemplo gráfico que a nadie escapa, la fisonomía urbana de la población, caótica y en algunos casos delirante, da buena cuenta de la tabla rasa que hemos aplicado los alcorinos a nuestro reciente pasado. No hemos respetado casi nada en su esencia, de aquellos hitos, -ya sean materiales o espirituales-, que nos identificaron como sociedad viva y comunal. La industria y sus derivados lo han devorado todo, como el dios pagano Saturno que devoró a sus propios hijos. Hoy en día existen algunas almas sensibles y escasas, conscientes de este drama, y andan al rescate de lo poco que queda, cada uno en su campo.

    En los tiempos del boom industrial, nació esta Peregrinación. Era un tiempo en que sobraba todo lo material, despilfarros, presunciones, altanerías, materialismo y todos los adjetivos posibles, atribuibles a aquella época de bonanza, y que dudo volvamos a conocer. En medio de esa sociedad hedonista y placentera, se plantea una actividad que rebusca en la arqueología local, volver a empezar. ¿Cómo? Con la elementalidad básica del caminar. Si en las carreteras todo son coches de alta gama y motocicletas de cilindradas potentes, aquí hay que andar y hacer camino. Porque al andar por las sendas desaparece cualquier diferencia como las referidas. El sudor es común a todo ser humano, y el esfuerzo por ascender las cuestas de caminos destartalados, no discrimina a nadie por condición o rango.

    Y hablamos de un tiempo donde el caminar no estaba de moda como hoy en día, que ya raya la paranoia. Era simplemente, el elemental planteamiento de retornar al tiempo de nuestros abuelos, que sin medios mecánicos modernos, se desplazaban con absoluta naturalidad por este entorno desconocido que hoy habitamos. Por ello hablo de una tradición antigua, y recuperada. Aunque en realidad son muchas y variadas, las que confluyen en la jornada de la Peregrinación, aunque entiendo que son muy difíciles de ver y observar, -solo algunos lo han sabido ver, aunque no compartan su trasfondo religioso- pues la ceguera es general a la manipulación títere, a la que nos someten los dueños del mundo. Es por ello que la Peregrinación, incluye esos elementos que se conservan milagrosamente desde tiempos remotos. Muchos, insisto, no son conscientes. Incluso desde dentro de la misma Peregrinación, no son conscientes del depósito de cultura popular perdida, recuperada gracias a esta Peregrinación, que trasciende al mero sentimiento personal y humano.

    Desde vestir la blusa negra de labrador con devoción, como lo hacían nuestros abuelos que consideraban esta prenda, un símbolo de raigambre y pertenencia. No se la ponían para fiestas de jolgorio con borrachera, sino para dignificar los actos más señeros en que participaban, procesión del Cristo y otras, actos sociales y familiares relevantes, hasta servía de mortaja. En la Peregrinación por las Ermitas, el blusón adquiere categoría de hábito, hay una devoción singular hacia el peregrino que la viste y que adorna devocionalmente, con el rosario de cuentas y un crucifijo donde se relacionan a todos los peregrinos que caminaron antes que él. Es una simbología mística y ascética a la vez, capaz de enaltecer a una prenda noble que el tiempo del despilfarro no ha hecho justicia. Ver el Tribunal de las Aguas de Valencia y comparemos la dignidad de esta blusa sencilla y recatada, pero de tan hondo significado. Eso es TRADICIÓN en mayúsculas, pues se recrea con auténtico significado.

    Tradición es llegar a pie o con caballería a las ermitas. Cantar los gozos que crearon nuestros antepasados sin rubor ni vergüenza, a pleno pulmón, orgullosos y conscientes del hondo significado de sus estrofas, que suelen pedir por los del lugar, bondad y beneficios a sus tormentosas existencias. Porque eso es lo que hacían nuestros mayores con respeto y reverencia, sabedores de su debilidad y que el auxilio, viniera de donde viniera, era bien recibido y agradecido. Hoy se ha perdido el respeto y la reverencia, todo se mueve en torno al esperpento y la borrachera. Nada se respeta ni en su más sublime esencia. Allá cada cual, que siga el circo. Llegar a las ermitas con sentimiento de acogida, a esos oasis camperos de fe no tiene precio. Y eso solo lo conocen quienes hacen esta Peregrinación. La cocina tradicional, beber de las cántaras, la amistad sincera, saberse querido y valorado, alejado del frenesí agobiante que nos devora a diario, musitar una plegaria ruborosa...

    Y la fe, la fe del pueblo que supo erigir sus ermitas y santuarios, a la vez que conservar un ritual de glorificación y alabanza al Creador. Tan antigua como el hombre y su finitud. Todo es un gran mosaico de pequeñas cosas, aparentemente mínimas y sencillas, que conjuntadas forman una grandiosidad monumental. Cualquier cosa que escriba sobre la Peregrinación por las Ermitas de l’Alcora, y que se delimite en una crónica como ésta, siempre quedará incompleta, por ello anticipo desde aquí, la edición en breve tiempo de UN LIBRO sobre los PEREGRINOS de las ERMITAS, donde intentaré plasmar todo esto y más, en un sentido homenaje a quienes han visto en esta actividad, hoy minoritaria y casi desconocida, la auténtica dimensión de lo más profundo de nuestra cultura como pueblo. La Peregrinación no es una tradición nueva ni importada, sino el poso recuperado de muchas tradiciones, tan viejas, que habíamos deslavazado, olvidado y perdido, en nuestra memoria colectiva. Se abre un nuevo tiempo de luz.   

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