Peregrinos por caminos y ermitas
Este sábado y siempre el primer sábado de Pascua desde hace veinticinco años, un grupo de personas camina por el término de l’Alcora sobre un trayecto de 35 kms., formando un gran anillo, recorriendo las ermitas esparcidas desde siglos por nuestros campos y montañas. Este año será la veintiuna peregrinación, pero hubo una preparación de cuatro años anteriores en que se realizaba la ruta a modo de estudio y experimentación, para concluir en la definitiva y hoy conocida por todos.
Salen del Calvario a las siete de la mañana tras oir misa y comulgar, recorren parajes bellos como la Cova del Angel y Mas de Marco hasta llegar a Araia. Después almuerzan en las masías del Rogle a los pies del imponente paraje del Salto del Caballo. Ascienden las tortuosas cuestas de Torremundo, y en su cima, en círculo a la cruz, rezan el Regina Coeli. Emprenden la marcha por las lomas de la Serra, corral del Or, siempre encrestados con la villa de Figueroles por una parte y el barranco de Aixart y Barrancons por la otra. Una paisaje bellísimo que extraña a quienes lo descubre por primera vez, pensando que en Alcora no podría existir una naturaleza así de bonita. Y siempre el Peñagolosa dominando todo el circo de montañas del Alcalatén, que encajonan el paisaje desde el Marinet y la Lloma de Bernat a la Sierra Espadán.
Llegan a san Cristóbal y después a san Vicente donde realizan parada y fonda. Comen manjares tradicionales cocinados ex profeso, y descansan hasta reiniciar la marcha por el camino del Azud hasta la Foia, donde son recibidos por la comunidad. Desde allí por la Establida se adentran en la sierra de Mormirá, para descender por una senda abrupta y ascender después, hasta el ermitorio del Salvador, a los pies del imponente castillo de Alcalatén, donde meriendan y descansan. Al anochecer hacen su entrada en la villa, donde son recibidos y en procesión acceden a la parroquia de la Asunción, y una vez allí concluye un peregrinaje que habrá durado dieciséis horas, mostrando todos los caminantes, visos claros de cansancio físico.
En esta actividad, cantan los gozos de cada santo de ermita visitada, además de a san Juan de Peñagolosa recordando a los de Useres. Salmodias gregorianas, rezan por la comunidad y por asuntos personales, a los difuntos y siguen un escrupuloso consueta elaborado para tal fin, que sería muy largo de contar. Visten blusa negra de labrador y se cubren con sombrero de fieltro también negro, se apoyan con un bordón para paliar las irregularidades del terreno. Son entre doce y catorce y van acompañados por un sacerdote, les acompañan un grupo de acémilas con vituallas y enseres para el camino, también son asistidos desde el exterior por vehículos motorizados.
Es una experiencia religiosa y emocional de hondo calado, y requiere una gran preparación tanto física como espiritual para conseguir frutos, que son muy numerosos y abundantes, si se han hecho bien y a conciencia las largas jornadas de preparación. que comenzaron semanas atrás en la cuaresma y siguieron en Semana Santa y la Pascua. Los participantes, que pueden ser de cualquier lugar geográfico, son tratados con un mimo exquisito por la organización que nace en el seno de la parroquia de Alcora.
El evento de la Peregrinación, se funde en las hondas y seculares rogativas que la población ha venido realizando a través de los siglos, tanto a otros lugares de la localidad y comarca, como al ermitorio del Lledó. Con la modernización y la tecnología, casi ya nadie recuerda llegar a las ermitas a pie, ni trajinar por los lugares remotos donde los antepasados y masoveros, accedían a diario en sus actividades más primitivas y vitales. Es en esencia una recuperación del espíritu más puro, que dio origen a nuestras tradiciones más sagradas, hoy desvirtuadas por los avatares de la modernidad. Peregrinar por las Ermitas de Alcora, es un ejercicio de recordar el pasado desde la perspectiva actual, con toda la carga de desconcierto y amargura que conllevan estos turbulentos tiempos.
Esta Peregrinación, encuadrada en el estereotipo de las romerías penitenciales del interior castellonense, da la oportunidad a sus participantes de encontrarse a sí mismos y de ver en sus semejantes, una experiencia de amistad y fraternidad. Si la preparación ha sido consecuente, puede llegar a niveles de emoción y espiritualidad religiosa muy elevada, difícil de encontrar en otros lugares, pues la intimidad, el silencio y la complicidad anímica, son partes fundamentales de esta inusual práctica.
Dotada de profundo sentido cristiano, no está exenta de belleza cromática, paisajística, etnográfica, litúrgica y hasta folclórica en el sentido original de la palabra. Una experiencia a todas luces recomendable, y que aporta a quien la ejerce, un recuerdo imborrable de honda transcendencia. Queda mucho más por decir, pero a grandes trazos está todo dicho.