Fiestas, L’Alcora y Soleriestruch
Descubrí hace muchos años en las páginas del Libro de las Fiestas del Cristo, dicho sea de paso la única publicación existente por entonces de temas alcorinos; unos escritos sobre Alcora y sus gentes firmados por un incomprensible seudónimo que me intrigaba y fascinaba al mismo tiempo: Soleriestruch.
Su verbo era ágil, fresco y sencillo a la vez, y tremendamente culto. Una narrativa descriptiva al detalle, pulcra y rigurosa, profundamente lírica y con un rigor ortográfico y gramatical preciso, que daba cumplida referencia de su sólida formación intelectual. En algunas páginas, se dejaba llevar por una dosis agridulce de humor socarrón que revitalizaba un texto ya de por sí rítmico, como si quisiera que el lector subrayara algunos aspectos destacados sutilmente por el autor. Aquellas maravillosas páginas que ven la luz a partir del año 1.957, en valenciano culto, resquebrajan por completo el lenguaje popular de otros autores, que con su gracia y chispa innatas, utilizan la lengua vernácula escrita tal como la pronunciamos.
Y ahí se produce el encuentro, la fascinación, y el gran descubrimiento de una lengua maravillosamente tratada: la Llengua dels Valencians. Solo unos años más tarde Conrat Font i Llopis, se reencontraría con ese mismo lenguaje y con claras influencias del poeta Bernat Artola, en las mismas páginas que el profesor Soleriestruch, con unos trabajos de una lírica abrumadora y casi irrepetible. Con el tiempo, otros autores tomaríamos el relevo literario en esa bellísima lengua de D. Teodor Llorente y Ausias March.
Leer los textos de N’Eduard Soler, es vivir paso a paso todo aquello que describe. Es entonar los versos de sus poemas con el ritmo de una canción, y, sentir en el fondo de su alma, como se desgarran jirones de piel ante el desolado castillo de Alcalatén, una de sus principales fuentes de inspiración. Es viajar al corazón de las ermitas, hasta escuchar el tintineo de sus campanas, o descubrir el murmullo del río a los pies de la villa.
Disfrutar del aroma placentero y verdor de sus huertas, hoy arruinadas. Dar un paseo onírico por los caminos del garrofejar. Ver al masoveret cimbrearse en el cornalón de la sària del macho el día del Rollo. O saborear un Arròs en fesols i naps, al más puro estilo valenciano. Es embelesarse al arrullo de un poema de amor, es humillarse con infinita devoción ante una plegaria al Cristo, es rebelarse ante un paisaje urbano hiriente que despersonaliza una Alcora, limpia y luminosa (sic). Es enamorarse de unos primores cerámicos únicos en la historia……es en definitiva una armónica canción de amor a l’Alcora.
A principios de los años ochenta, decido conocer personalmente a D. Eduardo Soler Estruch y tras gestiones en el Ayuntamiento, me remiten a la calle Santa Ana de Carcaixent. Un número de teléfono y al otro lado una voz dolida y seca. Aclarados con no poco esfuerzo varios preámbulos, nace una cita y un viaje, y el contacto personal de este hombre conocido solo a través de la escritura en papel.
Vino a l’Alcora a través de D. Enrique Lahuerta, director del Banco de Valencia y amigo suyo en 1.957. Quedó fascinado de aquella Alcora añeja, de sus tradiciones, de su paisaje y de su gente. Aquel mismo año, su foto de juventud aparece en el programa de fiestas, nombrándolo Albaero de Honor. Quiso profundizar en ese amor pasional desatado a esta tierra, pero un incomprensible desdén, ¡Quien sabe por qué oscuros motivos!, frustró las ansias de profundizar en el conocimiento y documentación de aquella bendita Alcora que le robó el corazón. Esta afrenta no fue jamás superada con rigor. Aún así, siguió colaborando a la invitación del ayuntamiento para publicar año tras año sus trabajos, en el Libro de Fiestas del Cristo hasta el año 1999, fecha de su obituario.
La embajada a Carcaixen estaba formada por Pepe Gasch, a posteriori regidor del ayuntamiento, Fina (mi esposa) y Vicente Albaro, quien suscribe. Era una fría noche de febrero, en carnavales. A partir de ese momento los contactos fueron más cálidos, intercambio de libros, de ideas, de proyectos y sobre todo de amistad. Pasan los años, y por mi entrañable relación con Pere Moliner, Director de la Rondalla l’Alcalatén, q.e.p.d., que se sabía casi todos los poemas de Soleristruch, recitados en múltiples actos públicos y privados por un servidor; decidimos homenajearlo en la Ronda al Cristo del Calvario del año 1.989. Aceptada la invitación para tal evento, compone un tema al Cristo de Alcora, que titula: Plegaria y que recita él mismo, ese último domingo de agosto frente a la milagrosa imagen del Cristo, en el pórtico de su ermitorio.
“A Tu, Santa Imatge de la pena/que per tot arreu escampes l’esperança…!/ A Tu pluja fecunda que a la terra baixes/ sempre que cal… i quan fa falta, / volem reverenciarte com mereixes/ en esta nit què, des del Cel n’abaixen/ milers d’esteles, per convertir-se en flama…”
La casualidad o vaya Vd. a saber, hace que esa misma noche sin pretenderlo Merche Bachero Ahís con su esposo, el poeta, Rafael Camacho García; -aquella hermosa niña que él piropeó como mantenedor en el año 1.957-, escuchara su voz subiendo las escalinatas de las capillitas de los Dolores, y su corazón le da un vuelco. Se había producido un encuentro imprevisto, pero excepcionalmente grato. La relación y amistad duraría hasta el día de su muerte en octubre de 1.999, cuando una delegación del ayuntamiento, asistimos a su entierro en Carcaixent.
El Domingo de Resurrección del año 1.996, el Ayuntamiento le concede el título honorífico que tanto añoró, tras las gestiones de Pepe Gasch, como Regidor de Cultura y la firme voluntad del joven alcalde Fco. Javier Tomás Puchol, D. EDUARDO SOLER ESTRUCH (Soleriestruch), casi cuarenta años después y en el cénit de su vida, recibió una sentida muestra de cariño y el reconocimiento oficial de la tierra a la que tanto amó.
Y quienes le quisimos desde el silencio y la distancia, lamentamos la tremenda injusticia histórica cometida con este excepcional personaje de la literatura valenciana, por cuanto nos privaron de leer y conocer, aquellos trabajos sobre l’Alcora, que jamás vieron ni verán la luz.
Siendo regidor de cultura del ayuntamiento, editamos el Libro: SOLERIESTRUCH-ANTOLOGIA, que sería el primero de una serie de seis publicaciones de variada temática, el Area de Cultura del Ilmo. Ayuntamiento de entonces, pretendía difundir y acercar la obra de este insigne autor, que el destino y la vida le acercaron a estas tierras de l’Alcalatén, a las que cantó y amó con inusitada pasión. Dos años después le dedicamos una calle con el nombre de: Professor n’Eduard Soler i Estruch, en la nueva urbanización de la zona de Gaya.
Pienso que todos los que sentimos las cosas de Alcora en su vertiente más intimista y pura, hemos leído con manifiesta avidez y deleite literario, las singulares aportaciones escritas de Don Eduardo Soler i Estruch. Quienes le conocimos y visitamos en su entorno natural, fuimos unos privilegiados al gozar de la gratísima satisfacción personal de conocerlo en la populosa vía de Santa Ana, a un tiro de piedra del Ayuntamiento y de la iglesia parroquial de esta ciudad de la Ribera, donde el naranjal destila néctar y sus tierras manan leche y miel. Vivía en una casa tradicional, con empinada escalera de portal, con tirador manual a cordel de una campanilla de aviso, con una curiosa viga en el ecuador de la escalinata de seguro coscorrón con preaviso escrito y un azulejo con la leyenda de: Aquí llegó la riada de 1957.
Otras riadas han acontecido con posterioridad, otros desdeñados cronistas han desaparecido de la escena cultural y l’Alcora, sigue siendo esa madrastra que desprecia a quienes más la quieren y mejor la cantan. Ha sido, es y será siempre la misma historia si alguien no lo remedia.