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Per Vicent Albaro
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Esbozos festeros

    Antes del garrofejar y antes de la verema, y antes de recoger la cosechas del secano, cuando las sandías aparecen jugosas y sus negras pepitas resaltan sobre el fondo bermellón brillante de su circunferencia sabrosa. Cuando los higos se ofrecen maduros y dulzones al paladar más exigente, las uvas ya han pintado y se brindan gratas en los viñedos. En esa época de final de agosto, a caballo entre la calorina y la tormenta súbita, aparecen las fiestas del Cristo del pueblo. Algo parece cambiar en ese entorno, como si de una sutil magia se tratara, un halo que lo envuelve todo de un color especial, y uno se repite una y mil veces, que ésta no es la Alcora de cada día, la aburrida y desangelada urbe víctima de la madre de todas las crisis.

    Apenas se lanza la primera carcasa, o el dulzainero comienza su estridente retahíla de alegres notas a ritmo de tamboril, se engalanan las casas, las mozas se perifollan, las peñas se recomponen y hasta el sol parece lucir con mayor brío. Se destapa el tapón de la poca alegría que queda, el compartir la merienda, el riesgo de los toros, la atracción del baile o simplemente el paseo relajado entre el jolgorio general.

    Las fiestas son para bebérselas, valga la expresión, lo que ocurre es que hay que tomar sorbos y no empacharse, ni de cansancio ni de otras cuestiones que después pasan factura. Es tiempo de agruparse y de compartir, de romper la rutina y gozar de actos de tardarán un año en volver.

    En medio de la cada vez más, fiesta pagana, pervive como oasis de fe y tradición: la procesión del Cristo, el vía crucis anual seguido de millares de cirios encendidos, cada uno con su pena a cuestas, cada cual con su alegría que son bien pocas. Emotivo acto que aglutina a una muchedumbre venida de los lugares más dispares. Estas son unas fiestas que gozan del fervor popular, son el clímax de un tiempo de verano llamado al éxodo, y cuyas caras se citan en el lugar de costumbre a la hora de costumbre, para no volverlas a ver hasta el año próximo. El toro embolado y la procesión son ejemplos de ello. El baile de gala marcó una noche irrepetible, hoy en franca decadencia, pero ha servido para la puesta de largo de las fiestas. Acto seguido de la presentación de la reina con sus damas –especie cada vez más escasa-, donde se le rinde pleitesía y homenaje a la mujer. El baile en la Pista Jardín, deberían cambiarle el nombre por el de pista navada con colgantes, pues poco o nada tiene ya de jardín, allí se concentra la vorágine festera musical y gastronómica, que una cosa no quita la otra. Fue bonito con las orquestas no lo es tanto con la Disco móvil, un invento del demonio que ensordece y jamás se cansa de machacar los tímpanos, estés donde estés.

    Los toros cerriles y embolados ya forman parte del paisaje urbano, con su rito, barreras, cadafales, arena, caca de vaca, corro, entrada, griteríos, revolcón, etc. y hasta una novillada sin picadores con torero marca de la casa, que tenga el éxito que otros no tuvieron. Las calles llenas, las gentes se agolpan en las terrazas de los bares, bajo las luces decorativas, en los espectáculos, pirotecnias. Los nuevos cachorros se liberan de sus familias en los garitos, esos lugares inmunes donde se puede hacer de casi todo. Y es que en fiestas todo cabe porque todos están en la calle, menos algunos que aprovechan para limpiarle el piso o la casa de campo a alguien. El programa es excesivo, dilatado, exuberante y corto a la vez, según se mire. Al acabarse queda un recuerdo lejano, un sueño acumulado y la resaca del abuso general.

    Todo lo especial desaparece para volver a la rutina, recuerdos gratos o para olvidar. Reencontrarse con el día a día y sus amarguras a la carta. Los forasteros se irán por donde han venido. El resto quedará esperando a otro año, a que vuelva agosto, justo antes del garrofejar y de la verema, para vernos las caras en tal o cual sitio, al menos una vez al año hasta que alguno falte a la cita, sin saber el por qué, ni el cuando, ni el cómo. Pero como las golondrinas de G. A. Bécker, esos no volverán.

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