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Per Vicent Albaro
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El día del Cristo

    Es domingo, el último del mes de agosto. El pueblo despierta soñoliento de lances taurinos hasta el hartazgo. Todo se procura en estado limpio, que no queden restos de la orgía pagana desatada horas antes. El aspecto debe ser impoluto para el gran día. Un día en que un pueblo camina unido al atardecer, desde su iglesia al calvario. Un raro día en que se juntan tirios y troyanos. Cristos y Judas. Caínes y Abeles. Césares y Brutos. Magdalenas y Herodías. Todos andan acompasados cirio en mano por una ruta repetida y conocida. Se diría que siempre es la misma, salvo que cambian los edificios, ganan altura e impiden otear las siluetas de los montes con sus ermitas.

    Abre la comitiva el ritmo del tamboril, como intentando mitigar los alaridos de la dulzaina, que asaeta las fibras sensibles con una melodía puntual y única. Esos quejidos musicales no pararán en todo el trayecto, mientras dure la comitiva y entre el Cristo en su casa montaraz. La cruz procesional sacraliza el paso, elevada a los ojos pacientes de quien ve, observa y calla. Largas filas de acompañantes se prolongan por las calles de siempre. Caras conocidas en puertas y ventanales, puntuales a la cita ese día y hasta el año que viene. Se suceden las sagas familiares, completas e incompletas. Abuelos, padres y nietos. Mujeres descalzas en promesa tras imágenes y estandartes devotos. Si conoces a la familia, observas que ha habido bajas este año. Cada año las hay, por enfermedad, incapacidad o muerte. Algunos, portan un cirio de más, el que no pudo llevar su dueño y quedó en casa tras un luto de ausencias.

    Se suceden las gentes en penoso ascenso de sudores agosteños, cuando cae la tarde. Hay un murmullo adormecido que lo inunda todo. Se oye la dulzaina cada vez más lejana, y en una bocacalle suenan himnos que interpreta la banda. Al final van los que ejercen la autoridad y las festeras. Tras el Cristo portado en bandolera, y sosteniendo su manto real, el cura párroco. Como acariciando el sudario del Dios vivo, hecho hombre, redentor del pecado. A su paso las gentes se levantan, algunas se santiguan y todo guarda un severo toque de seriedad. El Cristo se pasea entre el pueblo. Como rezan los tapices y colgaduras de balcones y ventanas. “Cristo guarda a tu pueblo. Pueblo guarda a tu Cristo”.

    Cada año y en ese día, se produce este fenómeno. Todos juntos por una vez y sin que sirva de precedente. Mañana, a continuar con lo nuestro (lo de cada uno se entiende). El Cristo es capaz de juntarnos a todos, de acompañarlo y de seguirlo. El Cristo lo es todo, sabiéndolo y sin saberlo. Con preces canónicas o imprecaciones espontáneas y contradictorias. “Me cag… Dèu a mi el Cristo que no me’l toquen”. Así es y así ha sido en el tiempo. Ahora no hay disparos del castillo de fuegos de artificio, debido a la sequía y al riesgo de incendio en la montaña. Otro atractivo perdido, como la espectacularidad de los fuegos. Los ediles andan con pies de plomo en estos asuntos que encierran polémica segura y escarnio. Es la seña del momento, pasar de puntillas, que no se note, intentar ser invisible. Hay demasiada gente mirando, juzgando y después sienta cátedra y tiene por costumbre votar.

    Un año más atardece en un caluroso domingo como adormecido, voltean las campanas al viento, las gentes se congregan ataviadas de gala y con cirios. El Cristo sale de su iglesia para que el pueblo lo vea. Así lo dejaron unos peregrinos hace siglos, para que protegiera al pueblo, y el pueblo a su vez, lo estimara y acompañara. Ha pasado el tiempo y muchos ya no están, se han ido. Sus cirios no subirán por las cuestas serpentinas entre cipreses, solo estarán presentes en la mente de quienes los amaron. Otros muchos no se volverán a ver hasta dentro de otro año. Y el Cristo siempre entre ellos, mecido y acunado al paso, con su manto de armiño acariciado por el mosén de turno. Diciéndonos una y otra vez: “…estoy aquí entre todos vosotros para amaros y protegeros. Para que os sintáis hermanos y estéis juntos apoyándoos frente a la adversidad. Que la vida terrenal es un soplo, y Yo os doy toda una eternidad de gozo junto al Dios Trino y Uno…” Predicar en desierto.

    Este año no habrá castillo de fuegos de artificio, la procesión acabará pronto. El Cristo volverá a su ermita de la montaña, en penumbra, esperando al aislado devoto que le suplique entre sollozos, ayuda para mitigar su pena y congoja. Quedará solo e ignorado por la mayoría del pueblo.

    Mientras en las calles, el jolgorio y el griterío lo inundan todo. Actos y más actos, verbenas y gastronomías varias, excesos y abusos se enseñorearán del entorno. La fiesta pagana continuará hasta el agotamiento y el delirio. Es lo que toca aunque no esté escrito. Que esto son cuatro días y el mañana nadie lo ha visto. Felices fiestas… del Cristo.

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    comentari 1 comentari
    Vicent Bosch i Paús
    Vicent Bosch i Paús
    28/08/2015 02:08
    No és el que era.

    "L'eixida de la Creu", és el que un alcorí recorda, del dolçainer, popularment, el dimoni se'n porte les xiques... La banda, peça més recordada per mi és el "Trist destí". Els bascos a les seues fetes li diuen "la setmana gran" i els catalans "la Festa Major". Jo seria hora que ni patronals ni de cap crist o ésser imaginari.

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